El bautismo provoca necesariamente una crisis

4° Domingo de la cuaresma.  –A  -    Jn 9,1-41     19 de marzo de 2023

Partiendo de la primera lectura, Mons. Romero habla del bautismo como vocación fundamental. Según él, el Evangelio de este domingo se refiere al bautismo como participación en la vida de Dios, y alude a que el bautismo provoca necesariamente una crisis entre el bautizado y la sociedad en la que vive.

Monseñor Romero dice[1]:  “Aquí en los gestos del Evangelio de hoy, según los comentaristas, San Juan está reflejando los ritos bautismales. Ustedes saben que el Evangelio se escribió muchos años después de la existencia de Cristo, cuando las comunidades cristianas reflexionaban aquella vida de Cristo a la luz de su liturgia, de su predicación, de sus reflexiones. Y sin duda, en los ritos del bautismo encontró Juan la manera de describir, bajo el símbolo de un ciego que recibe la luz, la belleza de un bautismo, un bautizado porque aquí hay – la saliva, la unción, el baño en la piscina de Siloé – elementos de un ritual bautismal. …  En el signo del agua y de las ceremonias del bautismo Cristo mismo me ungió como (…) al ciego de nacimiento para darle luz a sus ojos y hacerlo, sobre todo, con una vista muy clara en su alma para descubrir los valores de la fe.  (…) El conflicto entre los fariseos y el cieguito curado es muy interesante.  Reflexiónenla mucho porque allí encontrarán lo que tiene que ser un bautizado frente al mundo; dar testimonio de su bautismo, no avergonzarse de su gran bienhechor, reconocer que sin Él no tuviera vista, dar fe de que es hijo de Dios. (…) Eso es todo bautizado, un testigo fiel, ocular: “Ya lo he visto, yo soy protagonista de eso que tengo que proclamar”.  Es la audacia del bautizado: no le importa comprometerse.”

La mayoría de nosotros no sabemos nada de nuestro bautismo.  Las generaciones más jóvenes probablemente tengan fotos de ese acontecimiento. Y, por supuesto, está el registro de bautismo, donde consta que fuimos bautizados ese día y en ese lugar, quiénes son nuestros padres y quiénes son el padrino y la madrina. En los países donde la violencia destruía los ayuntamientos, la partida de bautismo servía a veces de certificado de nacimiento sustitutivo.   Pero casi nadie de nosotros tiene experiencia alguna de su bautismo.    Todos los comentarios y explicaciones eclesiásticas sobre el bautismo vienen posterior y no se refieren a nuestra propia experiencia.  Hoy hablamos de nuestra triple misión como bautizados, pero ninguno de nosotros llega a las raíces, a nuestra propia experiencia bautismal.  Otros no querían bautizarse en absoluto y, desde luego, hoy no tomarían esa decisión, ni para sí mismos ni para sus hijos.   Algunos incluso quieren ser borrados de esos registros de bautismo.  

Antes se bautizaba a los niños lo antes posible después de nacer, porque de repente podían  morir.  Esto es curioso: el bautismo como garantía de salvación al morir en lugar de un compromiso de fe para la vida aquí en esta tierra.  Y, sin embargo, en la Iglesia seguimos promoviendo y fomentando el bautismo infantil, con posibles catequesis bautismales (adaptadas) para los padres (y padrino/madrina).  El bautismo es aplicado a los niños, pero no es su experiencia y aun menos su compromiso de fe.  En El Salvador, recuerdo que llevaron a los niños a ser “confirmados” inmediatamente después de su bautismo.   Luego se cambió cierta forma invitando ya no a niños sino a jóvenes a la confirmación, con una catequesis de confirmación (adaptada a su edad).  Pero eso también solía hacerse a petición de la escuela católica, a petición de los padres, y además se enmarcaba en una celebración social con familiares y amigos.  Así que tampoco suele responder al claro deseo de los jóvenes de ser cristianos activos.   Para el seguimiento después de la confirmación, sólo hubo un número limitado de interesados.

¿No es hora de que desde nuestra comunidad eclesial revise por completo el significado del bautismo y de la confirmación (así como de la primera comunión).   Si no hay una experiencia de fe consciente de la celebración litúrgica de los sacramentos, si no es una elección consciente y personal, entonces ¿qué significan estos sacramentos?   Parece una tarea común (eclesial) trabajar en ello.

Mons. Romero lee el texto evangélico que conocemos como la "curación del ciego" a partir de la experiencia del bautismo en las primeras comunidades cristianas. Hay varios aspectos en su interpretación de ese texto evangélico que pueden enriquecer nuestra búsqueda de una nueva experiencia bautismal.

Se trata de un proceso de alguien que no puede ver, no puede distinguir la luz de las tinieblas, porque todo está oscuro ante sus ojos, y que luego es curado paso a paso, contribuye a ello y se convierte en un testigo ocular fiel de Jesús.  Ha experimentado la fuerza vital de Jesús. Lo ha "visto" y da testimonio de la presencia de Dios.   Monseñor Romero reconoce los signos de la liturgia bautismal en el relato de la curación: la unción y el agua.  Jesús también pide cooperación en esto: el hombre debe ir a lavarse en la casa de baños.  Debe estar dispuesto a hacer algo por sí mismo.  Y luego, en toda la discusión con los fariseos y también con su propia familia, el hombre, a partir de su encuentro con Jesús, va paso a paso viendo con claridad quién está frente a él, quién trabaja sus ojos, quién se preocupa por él, quiere darle vida y sacarlo de la miseria (exclusión).   La "confesión de fe" crece hasta que da pleno testimonio de lo que ha visto y a quién ha visto.  Nadie puede impedírselo.  Ni su familia, que no quiere seguir su camino, ni las autoridades religiosas de la época.  Nadie le detiene. Sus ojos se abrieron.  Este intenso encuentro con Jesús cambió su vida: ése fue su BAUTISMO.

Algo parecido debieron de experimentar los primeros cristianos en su bautismo.  Pasaron por todo un proceso para descubrir quién es este Jesús.  ¿No se escribió el Evangelio según San Marcos como guía para ese proceso de descubrimiento?  Permitieron que Jesús se acercara a ellos, les hablara y les tocara.  Aprendieron a entender el mundo y la vida de una forma completamente distinta.  Recibieron la Luz en sus ojos, en sus corazones. El bautismo, celebrado en comunidad durante la vigilia y la celebración de la Pascua, hizo presente toda esa experiencia con fuertes signos.  Ellos también fueron ungidos, ellos también pasaron por el agua.  Eran conscientes de su responsabilidad como testigos presenciales.

La "narración bautismal" de la curación del ciego también nos muestra que una persona bautizada entra muy pronto en conflicto con la sociedad (incluida la religión tradicional) que le rodea.  La familia se retira y rompe el vínculo familiar con el bautizado curado.  Los fariseos (y con ellos las autoridades y los ejemplos de práctica religiosa formal) atacan, acusándole incluso de traición ante Dios mismo por haber "visto" el verdadero rostro de Jesús.   Este hombre de la "narración bautismal" de su curación no tiene miedo de testificar. 

Qué difícil es hoy tomar en serio nuestro bautismo, dado que no tenemos nuestra propia experiencia personal del mismo.   ¿Deberíamos tal vez pensar en un segundo o renovado bautismo en la edad adulta, después de todo un proceso de encuentro creciente con Jesús, con los signos del Reino de Dios, y celebrarlo también sacramentalmente?    Ello hace recaer sobre la comunidad eclesial una mayor responsabilidad evangelizadora, tanto en el testimonio vivo y la praxis evangélica, como en la catequesis (la historia de Jesús, de Dios con nosotros). 

  Algunas preguntas para nuestra reflexión y acción personal y comunitaria.

  1. ¿Qué significa para ti ser bautizado (poco tiempo después de tu nacimiento)?
  2. ¿Tiene algo que ver tu bautismo (del que no sabes nada, salvo lo que está escrito en un certificado de bautismo) con su compromiso como Iglesia en el mundo de hoy?
  3. ¿Te parecería interesante que, tras un intenso proceso de catequesis y praxis, se celebrara en la comunidad eclesial una especie de nuevo nacimiento, de curación, de bautismo? ¿Por qué lo cree?  ¿Qué deberíamos hacer?

[1] Homilías de Monseñor Oscar A. Romero.  Tomo II – Ciclo A,  Uca editores, San Salvador, primera edición 2005, p. 313;315-316.

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