Tantos que no disfrutarán nunca los progresos.

“La riqueza es necesaria para el progreso de los pueblos, no lo vamos a negar. Pero un progreso como el nuestro, condicionado a la explotación de tantos que no disfrutarán nunca los progresos de nuestra sociedad, no es pobreza evangélica, ¿De qué sirven hermosas carreteras y aeropuerto, hermosos edificios de grandes pisos si no están más que amasados con sangre de pobres que no los van a disfrutar?” (15 de julio de 1979)

Monseñor Romero, profeta, denuncia y desnuda un eje importante de los modelos de desarrollo que se han ido implantando en los diferentes sistemas económico-políticos a lo largo de la historia. Si desarrollo es «hermosas carreteras» para quienes viajan en vehículos privados; si desarrollo es «hermosos aeropuertos, siempre más grandes, más amplios y más cómodos, para quienes pueden pagar viajes aéreos»; si desarrollo es construir «hermosos edificios de grandes pisos», es decir, las tremendas mansiones y los apartamentos de lujo, etc., esos modelos de desarrollo no responden a las justas expectativas ni a los derechos fundamentales de la mayoría de la población de nuestros pueblos. 

Podemos poner muchos ejemplos de lo que los poderosos y ricos piensan que es «desarrollo» para su país.  Cuando diputados y diputadas, altos funcionarios y funcionarias de gobierno y magistrados y magistradas consiguen (con fondos públicos) vehículos de lujo, viajes de lujo y viviendas que parecen palacios; cuando se construyen más restaurantes de comida chatarra (McDonald’s, Wendy’s, Burger King, Pollo Campero y otros pollos, Pizza Hut, Mister Donut, Domino’s Pizza) o más restaurantes de lujo. Cuando se construyen nuevas urbanizaciones de lujo y se destruyen cuencas naturales; cuando los sectores financieros y comerciales son más importantes que los de producción de lo básico (alimentos, vestuario, vivienda, agua natural, etc.). ); cuando el sistema judicial castiga fuertemente a quien roba una gallina y da sobreseimiento o rebaja la pena cuando se confiesa haber robado millones de dólares al pueblo sin tener que devolverlos; cuando crecen los colegios y las universidades privadas, los hospitales y las clínicas privadas, etc.  En realidad, no son expresión de desarrollo.

Monseñor Romero nos proporciona un criterio muy sencillo para evaluar los modelos de desarrollo implantados en nuestros pueblos, que aquí están bajo el dominio del capitalismo neoliberal globalizado.  Tenemos que preguntarnos: ¿Quiénes se benefician de las obras de «desarrollo»? ¿Quiénes nunca disfrutarán de esos beneficios? ¿Quiénes participan en la planificación de las obras de desarrollo? ¿Quiénes deciden quiénes serán los que de verdad podrán «gozar y disfrutar» de los avances?

El mismo sistema ha generado un principio engañoso que se llama «ganar-ganar»: que ganen el rico y el pobre.  Lo que no dice es que el rico ganará muchísimo y de manera ilimitada, mientras que el pobre solo recibirá algunas migajas de beneficio inmediatista o de muy corto plazo y duración.  El principio del «ganar-ganar» puede ser bueno si se corrige con el principio de la justicia. Quien más gana, más impuestos debe pagar para que el Estado pueda redistribuir los resultados de la producción de todas y todos.

 En muchos modelos de desarrollo, los sistemas con regulaciones en materia de impuestos, junto con el sistema privatizado de las pensiones, son de los más injustos: facilitan que los ricos paguen menos impuestos y tengan más exenciones fiscales, y garantizan que las y los trabajadores asalariados se empobrecen aún más cuando se jubilan. 

En Bélgica, con la nueva alianza partidista para formar gobierno, los trabajadores temen que se reduzcan drásticamente las pensiones. Mientras no se aplique justicia en cuanto a salarios y pensiones, no habrá verdadero desarrollo. 

La Iglesia latinoamericana ha acuñado el principio de la opción por los pobres, que consiste en apoyar a quienes más lo necesitan para que puedan disfrutar de una vida de más calidad humana, con acceso a avances como la educación, la salud, la vivienda, la alimentación, el agua, etc. Este principio debe orientar todas nuestras acciones y luchas, para quienes nos atrevemos a llamarnos cristianos y cristianas.  Sin miedo, podemos arriesgarnos a vivir según este principio. Esa es la vía del Dios de la vida.

Cita 4 del capítulo VI (Idolatría de la riqueza) del libro El Evangelio de Mons. Romero.

Volver arriba