Yo tengo fe que todo cambiará.
| Luis Van de Velde
“Yo tengo fe que todo cambiará”, dice la bonita canción de los jóvenes de ahora. ¡Cántenla con toda alegría! “Yo tengo fe que todo cambiará”. Ciertamente, porque Dios ha venido, el Verbo se hizo carne y quiere vivir no en individuo… Esto, por favor, tengámoslo muy en cuenta, que es causa de un conflicto muy grande en la Iglesia de hoy: el cambio de una piedad individualista a una piedad comunitaria. Ya no es tiempo de decir: ”Yo trataré de salvarme, no me importan los demás”; porque si no te salvas con otros, puede ser que no te salves tú solo. La salvación que Cristo ha traído es en comunidad, es Iglesia. (…) Las normas que quieren ser en mi pastoral, lo que San Pablo les dice a los tesalonicenses: “No apaguéis el Espíritu, no despreciéis el don de la profecía. Examinadlo todo, quedándoos con lo bueno”. ¿Qué quiere decir esto?: “No extingáis el Espíritu”. (…)Yo siento que hay algo nuevo en la arquidiócesis. Soy hombre frágil, limitado, y no sé qué es lo que está pasando, pero sí sé que Dios lo sabe. Y mi papel como pastor es esto que me dice hoy San Pablo: ”No extingáis”. (…) Esto le pido mucho al Espíritu Santo: lo que se llama el don de discernimiento. (…) Cuanto más viejo es uno, le parece que solo lo de uno es verdadero y lo de los jóvenes parecen locuras, novedades: “No hay que hacerles caso”. ¡Mucho cuidado! “No extingáis el Espíritu, examinadlo y quedaos con lo bueno.” (…) La Iglesia tiene que ir con Cristo sin tenerle miedo que le digan “está comiendo con publicanos y prostitutas”. (…) Miren, el Espíritu no se repite. Dice una frase bíblica muy significativa: “El Espíritu hace nuevas todas las cosas”. Nosotros somos los que envejecemos y queremos que todo se haga según nuestro patrón de viejos. El Espíritu nunca es viejo, el Espíritu siempre es joven.”
Monseñor Romero profundiza sus reflexiones en tiempo de Adviento para referirse a la novedad del Espíritu que mueve todo, que cambia todo, en el mundo y también en la Iglesia. Adviento, pues, no es un recordatorio de lo que pasó hace 2000 años, sino la invitación anual a revisar cómo caminamos frente a las fuerzas renovadoras del Espíritu. Más bien “adviento” tendría que ser una actitud permanente en la Iglesia.
En aquel tiempo en las comunidades eclesiales de base se cantaba bastante el canto[1] “Yo tengo fe que todo cambiará”. Monseñor lo ha escuchado y cantado. Se alegraba mucho que comunidades y jóvenes expresaran su esperanza, su fe que realmente la historia cambiará, que la Iglesia cambiará. El horizonte del Reino de Dios nos invita a arriesgarnos a esos cambios.
Un primer cambio que Monseñor Romero menciona es el proceso de “ una piedad individualista a una piedad comunitaria”. Después del Concilio Vaticano II y su aceptación evangélica en la conferencia de Medellín ha reorientado tradiciones eclesiales de vivencias y prácticas religiosas individuales (yo y mi fe, mi Dios y yo) a experiencias comunitarias de fe. La salvación no es una preocupación exclusivamente personal, ni un don ofrecido para vivir tranquilamente en la isla de la vida individual. El Evangelio de Jesús llama a vivir la fe en comunidad. “ La salvación que Cristo ha traído es en comunidad, es Iglesia”. La rica experiencia creyente de las comunidades eclesiales de base ha sido una verdadera renovación, un cambio muy importante en la manera de ser cristiano/a y de formar Iglesia. Lastimosamente esa novedad eclesial ha sido marginalizada como consecuencia del nombramiento de nuevos obispos por Juan Pablo II. Las CEBs han sido un camino sinodal, participativa y comunitaria, en corresponsabilidad, escuchando el grito de los pobres como la voz de Dios y tratando de seguir la práctica del Evangelio.
Esta llamada de Monseñor Romero a vivir la fe en comunidad ha cobrado más importancia porque la sociedad actual trata de encerrar la vivencia de la fe en prácticas religiosas individuales y además, fuera de la historia, sin tocar la realidad en que vivimos. No faltan gobernantes que consideran que ellos/as son los dueños de la religión, que imponen silencio comunitario y público para el Evangelio, que no dudan en encarcelar, expulsar, hasta quitar la nacionalidad, a sacerdotes, obispos y laicos que “se atreven” a comprender la realidad política y económica a la luz del Evangelio. En países Europeos se trata de eliminar toda presencia pública de la dimensión religiosa de la vida. Cuando se empieza va vivir la fe en comunidad, con una proyección concreta hacia el entorno, especialmente hacia las personas más vulnerables y heridas, los poderes del mundo promueven el silencio. El tema religioso, la vivencia de la fe no puede manifestarse públicamente. Se tiene miedo a la crítica evangélica acerca de la organización y las opciones políticas y económicas. Bajo la bandera del “estado laico” o “el mundo secularizado” se empuja la luz y el fermento del cristianismo hacia el espacio muy personal. En América Latina se trata más bien de una verdadera manipulación de lo religioso de parte de los poderes políticos.
En segundo lugar, Monseñor Romero hace referencia al trabajo del Espíritu Santo, también en la misma Iglesia. La llamada de San Pablo de no extinguir el Espíritu sigue siendo muy actual, no solamente hace unos 40 años en El Salvador, sino también hoy en todas partes. Es tan triste ver como las fuerzas conservadoras en la Iglesia tratan de boicotear todos los esfuerzos de renovación en la Iglesia impulsada por el Papa Francisco. Declaraciones de algunos cardinales, conferencias antisinodales, oráculos sobre fracturas y divisiones en la Iglesia, …. tratan de detener el viento renovar del Espíritu. Más que nunca estamos tomando conciencia que la estructura de la iglesia, sus procesos y sus instituciones necesitan urgentemente una profunda renovación. El clericalismo impide que el pueblo de Dios dé respuesta auténtica a la llamada del Evangelio. Monseñor no duda en mencionar que personas de (avanzada) edad tan fácilmente consideran que su opinión y su experiencia son la única verdad y que tienen el derecho de imponerse sobre otros. Aunque hay signos de avances, aún falta bastante para que la Iglesia sea ejemplo para el mundo en cuanto a la valoración plena de las mujeres, de jóvenes, en respeto con todas las culturas, respeto a la tierra, …. Si la Iglesia no cierra los siglos de uniformidad jamás será luz, fermento, sal en la pluriformidad de las culturas y sociedades. Hay todavía muchos espacios del Espíritu donde la Iglesia no se atreve a arriesgarse: el verdadero ecumenismo (lo que hay en común es mucho mayor y más importante que las divergencias) y aún más el diálogo interreligioso y el diálogo con el mundo no religioso. ¿Cómo estar abierto a la fuerza creativa y creadora del Espíritu en la liturgia?
Sabemos que en el sínodo recién pasado se ha reflexionado acerca de la plena participación de parejas vueltas a casar, la valoración de las relaciones entre parejas del mismo sexo, el diaconado para las mujeres (¿y porque no el sacerdocio), y muchos otros temas que han surgido del proceso diocesano. Habrá que esperar qué resultará en la práctica de esas reflexiones sinodales. Dijo Monseñor Romero: “Nosotros somos los que envejecemos y queremos que todo se haga según nuestro patrón de viejos. El Espíritu nunca es viejo, el Espíritu siempre es joven.” Quienes toman las decisiones de cambio en la Iglesia, ¿realmente estarán dispuestos a escuchar al Espíritu que renueva todo?
El Espíritu no tiene miedo. No tengamos miedo.
Para la reflexión de este día hemos tomado una cita de la homilía de Mons. Romero del 17 de diciembre de 1978. Homilías, Monseñor Oscar A Romero, Tomo IV, Ciclo B, UCA editores, San Salvador, p 73 - 74
[1] https://www.youtube.com/watch?v=8GFWs2IDUd4