Las masas de miseria son un pecado, una injusticia que clama al cielo.

“Las masas de miseria, dijeron los obispos en Medellín, son un pecado, una injusticia que clama al cielo. La marginación, el hambre, el analfabetismo, la desnutrición y tantas otras cosas miserables que se entran por todos los poros de nuestro ser, son consecuencias del pecado.  Del pecado de aquellos que lo acumulan todo y no tienen para los demás.  Y también del pecado de los que, no teniendo, no luchan por su promoción; son conformistas, haraganes, no luchan por promoverse. Pero muchas veces no luchan, no por su culpa; es que hay una serie de condicionamientos, de estructuras, que no los dejan progresar. Es un conjunto, pues, de pecado mutuo.” (9 de octubre de 1977)

Cuando Monseñor Romero se topó frontalmente con la miseria del pueblo salvadoreño en la diócesis de Santiago de María (1975-1976) y desde su fe enraizada en la experiencia bíblica, sabía que el grito de los pobres era el mismo Dios gritando.  Sabía que Dios escucha el grito de su pueblo y que ve cómo lo humillan en la explotación y la opresión. Tantas veces había leído el relato del Éxodo. 

Un año después, ya como arzobispo de San Salvador, no pudo permanecer impasible. «Las masas de miseria —dijeron los obispos en Medellín— son un pecado, una injusticia que clama al cielo».  Y Monseñor retomó ese mensaje tan claro de Medellín.   Y esas masas no eran teóricas.  «La marginación, el hambre, el analfabetismo, la desnutrición y tantas otras cosas miserables que se cuelan por todos los poros de nuestro ser son consecuencias del pecado».  Esa es la miseria que Monseñor Romero ha visto y sentido en su pueblo.  Es el grito al cielo.  Es el grito de Dios mismo.

Llama la atención que el arzobispo afirme que la miseria es un pecado. ¿Cómo será esto?  Si la miseria del pueblo es pecado, ¿quién es responsable?, ¿quién es pecador?, ¿quién se ha excluido de la comunión fraterna del Reino?  Son «aquellos que lo acumulan todo y no tienen para los demás». Si hablamos de El Salvador, podríamos decir que son los que, durante siglos, han acaparado tierras y han privatizado los bienes del Estado (es decir, del pueblo): los bancos, las telecomunicaciones, el sistema de pensiones, el el llamado asocio público - privado, la salud privatizada, la expansión de las escuelas y universidades privadas, etc. Los responsables de esos procesos de privatización, acaparamiento y robo (legalizado), los que hicieron leyes para facilitarlo, son los responsables del pecado de la miseria.  Pueden ir a misa, cargar imágenes en las procesiones, ir al culto o hacer lo que sea, pero son los grandes pecadores que se oponen al reinado de Dios.

Pero Monseñor también ve: «El pecado de los que no tienen y no luchan por promocionarse; son conformistas y haraganes». Es un lenguaje muy fuerte.  Es el pecado de omisión, el pecado de no rebelarse contra el pecado.  Aunque Monseñor entiende que hay factores estructurales y de propaganda (incluso religiosa) que crean una serie de condicionamientos que no permiten progresar.  Todavía no estamos lejos de los tiempos en que las iglesias priorizaban la salvación eterna (después de la muerte) sobre la salvación histórica, o predicaban la paciencia y la humildad, aceptando que Dios sabe lo que hace y que, porque estamos en la miseria, a veces se interpretaba como una prueba.

Podemos añadir otros corresponsables: son aquellos que no son pobres y que tampoco se han manchado directamente con la injusticia (explotación, opresión, etc.), pero que  cierren los ojos o miran de lado, y quienes pasan de largo.  Hay tantos impulsos que pretenden desviar la atención: la atracción de las redes sociales, las películas, las telenovelas, internet, Netflix y cosas similares, las fiestas y festivales, la propaganda comercial que insta a consumir más, etc.  Aquí entran también los países llamados del primer mundo.  En realidad, nadie puede decir que no sabe de la miseria y el hambre de miles de millones de seres humanos en el mundo.  La mayor parte de la ropa y tantos productos del mercado llevan la etiqueta «Hecho en...» y luego los nombres de los países donde las empresas transnacionales explotan el trabajo pagando salarios inhumanos.   Sabemos de los países donde hay hambre para millones de personas.   Nadie puede decir que no es corresponsable.

«Es un conjunto, pues, de pecado mutuo».  Nadie escapa de la responsabilidad histórica frente a la miseria de nuestro pueblo, miseria que ahora se ha ampliado por las crisis mundiales (tambores de guerra, políticas desastrosas del gobierno de Trump, etc.).  Sin esa conciencia de corresponsabilidad, de una u otra manera (incluso por omisión, por no luchar por lograr cambios verdaderos), la Iglesia no podrá asumir su papel profético y transformador en la historia.   Al tomar conciencia de nuestra responsabilidad histórica común, podemos empezar a dar pasos organizativos cercanos a nosotros para poder salir del pecado (de omisión y complicidad).  Podemos sumarnos a las organizaciones nacionales e internacionales que luchan por la vida, la justicia y la paz.  La Iglesia debería ser un germen de protesta contra toda forma de pobreza y miseria.  La Iglesia, a todos sus niveles, tiene la misión profética que Monseñor Romero asumió.  De nada sirve declararlo «santo» si no vamos por el mismo camino.

Cita 5 del capítulo V (Pecado y conversión ) en el libro “El Evangelio de Mons. Romero”

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