El misterio de la iniquidad también se opera en la Iglesia

Dice Monseñor Romero: Debemos “comprender el misterio de la iniquidad que también se  opera en la Iglesia; que la Iglesia no es la siembra del trigo de Dios. Los obispos, los sacerdotes, las religiosas, los laicos, los matrimonios, los jóvenes, los colegios católicos, ¿No debían de ser todos ellos santos? Claro que sí. ¿Lo son? Tristemente tenemos que decir no.  Entonces, ¿la Iglesia es falsa? Tampoco. Si hay una Iglesia que se quiera gloriar de tener a todos su miembros santos, no será la Iglesia verdadera, porque Cristo ha dicho que su Iglesia se parece al campo donde fructifica el trigo y la cizaña. Mientras vivimos en esta Iglesia peregrina, tenemos que estar juntos trigo y cizaña; pero no para perdernos todos en cizaña, sino para que la cizaña se vaya haciendo trigo y, cuando llegue la hora, todos podamos ser ciudadanos del reino de Dios y todos podamos fulgurar como soles en el reino del Padre.  Mientras no seamos buenos cristianos, no seremos más que cizaña, aunque estemos en el templo y aunque celebremos misa. Mientras no seamos lo que debemos de ser, no somos el ideal de Dios, pero Dios nos está aguantando y esperando.  Esta es la voz auténtica del Evangelio. La que no trata de decir “uno mejor que otros”, sino llamar a todos y a uno mismo a convertirse, Porque la conversión, que es busca de Dios, nos repite con el Apocalipsis que no solo los pecadores tienen que salir de su pecado, para hacerse santos, sino que dice esta palabra exigente: ”El que es santo, santifíquese más; el que es justo, justifíquese más” (Ap. 22,11b)  ¡Quién sabe cuál es el grado de santidad que Dios me va a pedir a mí y a cada uno de ustedes!

No pocos de los que estamos vinculados o hemos estado participando en el quehacer de la Iglesia, en sus estructuras y actividades,  nos hemos encontrado con ese misterio de la maldad también al interior de la Iglesia.  Actitudes y maneras de vivir de ciertos obispos o sacerdotes,  relaciones cercanas con gente de poder y riqueza,  poca escucha y mucha imposición desde arriba, abusos a diferentes niveles, callarse cuando se debe hablar y hablar cuando se debería callar, casos de corrupción,  …..  chocan con quienes, a veces con mucha humildad, tratan de inspirarse en el Evangelio y quieren a la Iglesia.   Obispos para quienes las leyes eclesiásticas son más sagradas que la vida, o cuando ser fiel a la  tradición eclesial (en el sentido de conservar cueste lo que cueste costumbres y ritos, lenguaje y cantos, ..) es más importante que escuchar al Espíritu Santo que renueva todo, también en la Iglesia.  Cuando vemos como desde Roma se ha condenado la teología de la liberación, cuando no se entiende porque mantener el celibato obligatorio o la negatividad ante la ordenación de mujeres, cuando se observa como el modelo eclesial de las CEBs ha sido marginalizado, cuando se observan frenos institucionales sobre la perspectiva sinodal iniciada en muchas diócesis, cuando no se entiende por qué hay tanta reserva y celos en los pasos ecuménicos, … es difícil no decepcionarse.   Cuando se observa que personas de Iglesia, con funciones institucionales en la Iglesia, no dan testimonio de una vida evangélica, no hablan un lenguaje que nace de y responde a la vida concreta de la gente (especialmente de las y los pobres, excluidos), o cuando se siente que el mensaje predicado o los textos litúrgicos tradicionales no convocan, no motivan, no inspiran, no es de extrañarse que haya creyentes que se desaniman y se retiran silenciosamente.

Monseñor Romero parece saber muy bien que ese misterio de iniquidad, de maldad, está también presente y operando no solamente en el mundo, sino también al interior de la Iglesia.  No teme mencionar el problema.  Refiere a la parábola del trigo y la cizaña.   En la Iglesia peregrina habrá siempre, además del trigo, también cizaña.  Si partimos de una imagen idealizada de la institución histórica de la Iglesia y de sus encargados (a todos los niveles), vamos a desilusionarnos. “Mientras no seamos buenos cristianos, no seremos más que cizaña, aunque estemos en el templo y aunque celebremos misa.”  Esto no justifica a quienes se han desviado, sino la Iglesia siempre deberá llamar a la conversión y en primer lugar hacia adentro.  De nada servirá llamar al mundo a la conversión evangélica si la misma Iglesia no es testimonio de esa necesaria conversión.

Nos pide con insistencia no compararnos unos con otros, para ver quiénes son mejores cristianos y quienes menos o quienes se han perdido en la maldad.  Todos somos llamados a vivir el Evangelio de Jesús, a vivir como Jesús, a dejarnos llevar por el Espíritu de Jesús.  La referencia al texto de Apocalipsis “El que es santo, santifíquese más; el que es justo, justifíquese más”, deja claro que cada quien tiene su tremenda responsabilidad.  La “cizaña” en la misma Iglesia puede empujarnos a salir de ella, a desconectarse de ella.  Monseñor Romero considera que en primer lugar cada quien tendría que preguntarse hasta donde llega nuestro propio testimonio, hasta donde hemos sido y somos coherentes entre el Evangelio y nuestra propia práctica.  Muy probablemente ese misterio de la iniquidad pase también en cierta medida por nuestra propia vida.  “¡Quién sabe cuál es el grado de santidad que Dios me va a pedir a mí y a cada uno de ustedes!”

“Mientras no seamos lo que debemos de ser, no somos el ideal de Dios, pero Dios nos está aguantando y esperando.  Esta es la voz auténtica del Evangelio.”  Esto vale para la Iglesia en su conjunto, para quienes llevan responsabilidad institucional en ella y para quienes son miembros de la Iglesia.  Dios tiene paciencia (como el buen padre de la parábola) y sabe esperar.  A nosotros nos cuesta, nos rebelamos y a veces preferimos salir del barco: “Ya basta”. Podemos comprender esas decisiones, porque esa iniquidad en la estructura de la Iglesia puede haber provocado muchas heridas, mucha decepción, puede ser sentida como traición al Evangelio y se llega a tomar la decisión de apartarse mejor de la Iglesia.

Si nos acordamos de ese Dios, Madre – Padre nuestro, que en Jesús nos ha llamado a ser sacramento (signo e instrumento) del Reino de Dios y a quien hemos seguido -durante años - con entusiasmo y convicción, de la manera más honesta a pesar de nuestras propias limitaciones, es bueno recordar que también hoy nos está “esperando”.   En Jesús hemos descubierto que Dios es fiel y nos invita a corresponder.  No nos ha abandonado.

Compartimos algunas huellas a redescubrir y a seguir, a pesar de ese misterio de la iniquidad en la Iglesia.

El profeta Miqueas dice (6,8): “Ya se te ha dicho, hombre,  lo que es bueno y lo que el Señor te exige: tan solo que practiques la justicia, que quieres con ternura y te portes humildemente con tu Dios.”   Triple misión para ser creyente.

Vale la pena no desanimarnos en la búsqueda de Jesús que desde hace mucho tiempo nos ha llamado.  Podemos volver a encontrarlo en quienes tienen hambre y sed, enfermos, extranjeros (migrantes, refugiados), personas en detención y sus familiares, quienes no tienen vivienda y duermen en la calle, quienes son perseguidos, en resumen en “las y los pobres” que viven cerca de nosotros/as (Mt 25,31 ss).  No podemos estar en todas partes, pero sí somos capaces de hallar nuestro camino de servir, de apoyar y fortalecer, de consolar y animar, de encaminar,  y esto, más allá de nuestra propia familia.

Desde esos encuentros podemos leer y meditar los Evangelios, testimonio de las primeras comunidades de seguidores de Jesús.  Diariamente un momento de silencio para escuchar su voz en nuestra propia conciencia, para  orar que siempre empieza con escuchar. ¡Cómo podemos expresar nuestro agradecimiento por el regalo de la vida y de nuestra vocación!   La oración que Jesús nos ha enseñado, el “Padre Nuestro”, bien comprendido y reflexionado, nos ayuda a mantenernos aún en tiempos difíciles.

Este camino del (re-) encuentro con Jesús no se puede hacer solo. Nos necesitamos para compartir la experiencia, para intercambiar lo que vivimos, para animarnos en la fe,  para reflexionar y discernir  la vida, para poder aguantar y resistir, para que no vayamos caer en las  tentaciones del egocentrismo, del poder, de la tranquilidad de mi propia vida.  Volver a Jesús no es un viaje solitario.  Alguna experiencia comunitaria siempre será necesario en el seguimiento a Jesús: de dos en dos como en el relato de los de Emaús, o en grupo pequeño o más grande.   Unos creyentes la encontrarán aún en espacios estructurales de la Iglesia,  otros la buscarán en las márgenes de la gran Iglesia.  El Espíritu nunca dejará de soplar y nunca dejará de empujar para vivir el Evangelio en plenitud.  Así como lo hacían las primeras comunidades, también nosotros podemos reunirnos  alrededor de “pan y vino”,  partirlo y entregarlo en Su Presencia, comer y beber para transformarnos en Su Cuerpo. También en estas comunidades creyentes habrá que cuidar que no renazca la misma cizaña. Aisladamente es difícil seguir el camino.  No tengamos miedo.

Reflexión para domingo 23 de julio de 2023.    Para la reflexión de este día hemos tomado una cita de la homilía  durante la eucaristía del 16 domingo ordinario, ciclo A , del  23 de julio de 1978.  Homilías, Monseñor Oscar A Romero, Tomo III,  Ciclo A, UCA editores, San Salvador, p. 118-119

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