Diálogo y encuentro de la fe en ese Dios que en Persona se revela en Cristo, acogido en ese encuentro personal por la fe en Él, con la razón, la cultura y la ciencia Teología, filosofía y ciencia en diálogo

Teología, filosofía y ciencia en diálogo
Teología, filosofía y ciencia en diálogo

Francisco afirma que, “para la experiencia cristiana, todas las criaturas del universo material encuentran su verdadero sentido en el Verbo encarnado, porque el Hijo de Dios ha incorporado en su Persona parte del universo material, donde ha introducido un germen de transformación definitiva” (LS 235).

El Papa nos enseña muy bien, por tanto, que “Las Personas Divinas son relaciones subsistentes, y el mundo, creado según el Modelo Divino, es una trama de relaciones..." (LS 240).

La fe e iglesia inspirada en la Sagrada Escritura con su vida, tradición y magisterio, como es el Vaticano II o su doctrina social, acogiendo la verdad de lo real: realiza un dialogo y encuentro muy interesante e importante con la razón, la cultura y la ciencia. Aunque hay que distinguir claramente la cosmovisión científica de la teológica, que no depende en último término (propiamente) de la razón humana sino de la Revelación de Dios acogida en la fe e iglesia, la fe y la razón no se oponen ni se contradicen. Se complementan y fecundan mutuamente, dejando claro los límites epistemológicos de la ciencia y su objeto de estudio, de tipo más empírico y del cómo de las cosas. Tal como nos enseñan dicha fe e iglesia con esta tradición y enseñanza, con los Santos Padre y Doctores junto a los Papas como Francisco, por ejemplo, en Laudato Si (LS), Dios que es Padre se revela personalmente en su Hijo Eterno, Cristo y su Espíritu.

La fe tiene su entraña en esta verdad de la Encarnación. Dios en Persona se revela y encarna en Jesús de Nazaret que, en nuestro encuentro personal con Él por la fe, ha asumido y unido toda la realidad de forma solidaria, para salvarla de forma liberadora e integral. Francisco afirma que, “para la experiencia cristiana, todas las criaturas del universo material encuentran su verdadero sentido en el Verbo encarnado, porque el Hijo de Dios ha incorporado en su Persona parte del universo material, donde ha introducido un germen de transformación definitiva” (LS 235). Los más valioso de la filosofía y la ciencia, en este dialogo que se encuentra con la fe, nos ha mostrado esta compresión e inter-relación de las diversas dimensiones respectivas de la realidad: como son el espacio, el tiempo, las cosas, los seres; la naturaleza, lo humano, el ser, todo lo real en su orden, armonía, dinamismo, apertura, trascendencia y esperanza.

Y desde esta fe con la teología, lo real con lo humano (todo) en su diversidad y complementariedad de aspectos, en su respectividad, queda religado y unido aún de forma más profunda por la encarnación del Dios personal en Cristo. En “Él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre” (Concilio Vaticano II, GS 22). Así, como todo está conectado, insiste Francisco, toda la realidad y el cosmos está enraizado, unido y orientado (destinado) a Cristo que será todo en todo que entregará al Padre (1 Cor 15, 24).

De ahí que “en la eucaristía, lo creado encuentra su mayor elevación. La Gracia, que tiende a manifestarse de modo sensible, logra una expresión asombrosa cuando Dios Mismo, hecho hombre, llega a hacerse comer por su criatura. El Señor, en el colmo del misterio de la Encarnación, quiso llegar a nuestra intimidad a través de un pedazo de materia. No desde arriba, sino desde adentro, para que en nuestro propio mundo pudiéramos encontrarlo a él. En la eucaristía ya está realizada la plenitud, y es el centro vital del universo, el foco desbordante de amor y de vida inagotable. Unido al Hijo Encarnado, presente en la eucaristía, todo el cosmos da gracias a Dios. En efecto, la Eucaristía es de por sí un acto de amor cósmico: «¡Sí, cósmico! Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre el altar del mundo». La eucaristía une el cielo y la tierra, abraza y penetra todo lo creado. El mundo que salió de las manos de Dios vuelve a él en feliz y plena adoración. En el Pan eucarístico, «la creación está orientada hacia la divinización, hacia las santas bodas, hacia la unificación con el Creador mismo». Por eso, la Eucaristía es también fuente de luz y de motivación para nuestras preocupaciones por el ambiente, y nos orienta a ser custodios de todo lo creado” (LS 235-236).

Tal como se observa, siguiendo lo más valioso de la filosofía y teología, con autores como Teilhard de Chardin, Francisco nos transmite como “el fin de la marcha del universo está en la plenitud de Dios, que ya ha sido alcanzada por Cristo Resucitado, eje de la maduración universal” (LS 83). Es la comunión solidaria con este Dios Persona, en nuestro encuentro personal con Él, con los otros y con la naturaleza, con todo el universo. Al respecto, Francisco afirma: “no me cansaré de repetir aquellas palabras de Benedicto XVI que nos llevan al centro del Evangelio. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o por una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona que da un nuevo horizonte a la vida y, con esto, una orientación decisiva” (Cf. EG 266). Esta cosmovisión, como ya se ha apuntado, sustenta y manifiesta una ecología integral que “pueda consolidar un buen vivir” tal como nos comunica Francisco en Querida Amazonía (QA 8). La ecología integral con el buen vivir nos muestra, pues, que “todo está conectado” (QA 41).

Se visibiliza de este modo una verdadera mística fraterna, ecológica y ética de la solidaridad como fue anticipado de forma pionera por los santos como San Francisco de Asís e Ignacio de Loyola, auténticos maestros y testigos de esta sabiduría espiritual, mística y ecológica global. “La auténtica calidad de vida como un buen vivir implica una armonía personal, familiar, comunitaria y cósmica. Se expresa en su modo comunitario de pensar la existencia, en la capacidad de encontrar gozo y plenitud en medio de una vida austera y sencilla, así como en el cuidado responsable de la naturaleza que preserva los recursos para las siguientes generaciones” (QA 71). Es la ecología integral con la ética del cuidado de la vida y de la justicia en todas sus fases, dimensiones o formas: personal, psicológica, moral, social, ambiental y espiritual. Una conversión ecológica con el servicio y compromiso por unas co- relaciones fraternas, solidarias y justas con los otros, con los pobres, con esa casa común que es el planeta y con el Dios de la vida, revelado en la Persona del Hijo Eterno, el Cristo.

Perfilándose, en este sentido, un conocimiento con-natural y realista, que integra la razón con los deseos o vida afectiva en el amor y comunión con los otros, que nos hace cargo del ser de lo real y encargarnos de la realidad, del mundo e historia. Así, en sintonía con toda esta filosofía y las diversas disciplinas científicas- por ejemplo, las neurociencias-, la fe nos posibilita esta compresión, sentir e inte-relación de las diversas dimensiones de lo real, que se encuentran religadas.

En esta línea de las ciencias y la ecología humana e integral, dicha comunión, diversidad y complementariedad de lo real se da con hondura en las relaciones sexuales-corporales y afectivas del hombre con la mujer que, con su mutuo amor fiel y fecundo abierto a la vida e hijos, conforman el matrimonio y la familia. “De este modo es posible aceptar gozosamente el don específico del otro o de la otra, obra del Dios creador, y fecundarse recíprocamente” (LS 155). El Vaticano II asimismo ya nos ha transmitido esta ecología humana del matrimonio y la familia, que manifiesta la “unión íntima de sus personas” (GS 48).

Todo lo anterior se enraíza en el Misterio de Dios, en las Personas Divinas que son relaciones subsistentes con el amor, entrega y solidaridad mutua del Padre, Hijo y Espíritu. Es el Dios de la Trinidad, entraña y modelo de estas relaciones amorosas, fraternas y de comunión solidaria. Este Dios Trinitario del amor, de la unidad fraterna y solidaridad es la raíz, principio y paradigma para la iglesia, la sociedad y el mundo con sus relaciones espirituales, humanas, sociales, políticas y económicas.

Francisco nos enseña muy bien, por tanto, que “Las Personas Divinas son relaciones subsistentes, y el mundo, creado según el Modelo Divino, es una trama de relaciones. Las criaturas tienden hacia Dios, y a su vez es propio de todo ser viviente tender hacia otra cosa. De tal modo, que en el seno del universo podemos encontrar un sinnúmero de constantes relaciones que se entrelazan secretamente. Esto no sólo nos invita a admirar las múltiples conexiones que existen entre las criaturas, sino que nos lleva a descubrir una clave de nuestra propia realización. Porque la persona humana más crece, más madura y más se santifica a medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en comunión con Dios, con los demás y con todas las criaturas. Así asume en su propia existencia ese dinamismo Trinitario que Dios ha impreso en ella desde su creación. Todo está conectado, y eso nos invita a madurar una espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de la Trinidad” (LS 240).

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