El cinco es un número mágico



¡Feliz miércoles! Por lo menos lo es para el gran compositor que nos acompaña hoy, grande entre los grandes. Es posible que incluso sepas quién va a traernos hoy la música porque con él siempre uso este adjetivo. La obra que te propongo hoy quizá no te resulte demasiado conocidas. A pesar de todo, si echas bien la cuenta, puedes observar que conocemos solo un puñado de obras, y casi siempre de los grandes maestros. La de hoy puede que no la hayas escuchado nunca. ¡Y merece la pena!

Porque es, nada menos, que de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791), compositor austríaco nacido en Salzburgo. Más quizá que en otros niños, el responsable de gran parte del desarrollo de Mozart fue su padre. Este inmediatamente supo reconocer su talento y potenciarlo. Los dos tenían un fuerte carácter y chocaban a menudo pero dependían uno del otro. Cuando Mozart se fue a Viena para desarrollar su carrera su padre no paraba de escribirle cartas preocupado porque su hijo cogiese las riendas de su vida sin tenerle en cuenta, una vida que a veces era de excesos y malas influencias. A toda costa Leopold pretendió hacer regresar a su hijo a Salzburgo pero no lo consiguió. ¿Qué haría en Viena? ¿Quién le aconsejaría? La verdad es que el padre estaba preocupado. Un padre que también se aprovechó de su hijo, a quien casi explotaba llevándolo por ahí para dar conciertos (que Wolfgang disfrutaba tras ser aplaudido), pero que, cuando murió era quizá el mejor amigo de su hijo. Una curiosa relación que nos lleva a la pregunta de quién habría sido Mozart sin haber tenido a su padre detrás.

Disfrutemos una vez más de su música con este Quinteto en Mi Bemol Mayor para piano y vientos, KV. 452. Fue compuesto en 1784 y poco después de su estreno Mozart escribió a su padre: «Creo que es la mejor cosa que he escrito en mi vida». Los instrumentos de viento usados son: oboe, clarinete, trompa y fagot. Está formado por tres movimientos (Largo - Allegro moderato, Larghetto, Allegretto). Refleja la preocupación que tenía Mozart por el papel concertante del piano que en esta obra a veces es algo desproporcionado. El primer movimiento tiene un intenso carácter de concierto, con una escritura franca y con un encanto especial. El segundo es un lento muy galante, con una textura ligera en el que brillan los instrumentos de viento. El finale, breve, parece otro concierto para piano en miniatura, con diversas cadencias de los vientos. Termina de forma poderosa y brillante, como es habitual en él y nosotros terminamos con la sensación de que acabamos de escuchar una verdadera obra maestra.

La partitura de la composición puedes descargarla aquí.

La interpretación que te ofrezco es de campanillas, a cargo de Alfred Brendel (piano), Heinz Holliger (oboe), Eduard Brunner (clarinete), Hermann Baumann (trompa) y Klaus Thunemann (fagot).

Volver arriba