Estudio del Observatorio Social de 'La Caixa' Reparando las averías del ascensor social

Ascensores sociales
Ascensores sociales

«¿Qué influye más en la posición social de una persona, sus habilidades o su origen familiar?», esta pregunta, que nos hemos hecho todos alguna vez, es el nombre de un estudio elaborado por el Observatorio Social de ”la Caixa” y dirigido por el sociólogo Gøsta Esping-Andersen, que acaba de publicarse y que pretende aclarar la duda de si en España el apellido pesa más que los méritos a la hora de decidir nuestra suerte laboral y social.

Afortunadamente, según la educadora emocional Cristina Gutiérrez, esta suerte es reversible si cambiamos nuestra forma de educar a los chicos y chicas: potenciando lo que les hace brillar, ser únicos, especiales y diferentes.

Si el mundo fuera justo y nuestra sociedad, meritocrática, la posición social de una persona vendría dada únicamente por sus capacidades. Pero la realidad actual es bien distinta, y los individuos con orígenes sociales privilegiados tienen más posibilidades de alcanzar posiciones directivas que de descender a la clase trabajadora, incluso aunque tengan bajas habilidades cognitivas. Así lo revela el último estudio del Observatorio Social de ”la Caixa” sobre 21 países con democracias avanzadas. 

Ilustración ascensor social Daniel Castiñeira

¿Las conclusiones más sorprendentes? Para Gøsta Esping-Andersen, su director, catedrático de la Universidad Pompeu Fabra y profesor de la Universidad Bocconi de Milán, «que en los países nórdicos, Canadá o los Países Bajos haya más movilidad hacia arriba en los hijos de las familias humildes cuando hay talento, pero no haya movilidad hacia abajo. Es decir, los hijos de familias privilegiadas no caen en la escalera social aunque tengan un nivel cognitivo muy bajo, porque los padres usan todas sus conexiones sociales para evitarlo». 

Otro dato que Esping-Andersen destaca es lo que ocurre en España e Italia, donde el «ascensor social» parece inamovible tanto hacia arriba como hacia abajo. «El problema es la estimulación cognitiva insuficiente que los niños y niñas de estos países reciben hasta los 6 años», opina el catedrático. «Hay pocas guarderías y su calidad educativa es pobre. Mientras que en Dinamarca hay un pedagogo por cada cinco o seis niños, en España hay uno por cada 25. Y, además, el ritmo de trabajo de los españoles hace que vuelvan a casa a las ocho de la tarde, cuando los niños pequeños ya están durmiendo. En resumen, en España la inversión en el estímulo de los niños durante los años en que es más determinante es muy débil». 

Considera que «deberíamos presionar a los políticos para que inviertan más en los niños, porque si conseguimos que las personas ocupen posiciones sociales o trabajos que se correspondan con su inteligencia, capacidades y habilidades, en una sociedad como la española, con tantísimas personas de clase trabajadora que son muy inteligentes, tendríamos una economía mucho más eficiente». 

No obstante, para Cristina Gutiérrez, educadora emocional y autora de libros como Crecer con valentía, es del todo posible «reparar» nuestro ascensor social para conseguir que el talento ascienda como debe. Es más, asegura que en su trabajo lo ve todos los días. «La clave es entrenar a los chicos y chicas en habilidades sociales. Trabajar la autoestima, la dignidad, la autonomía emocional y su fortaleza interior, en vez de machacarles con que tienen que estudiar para tener un trabajo y demás. Porque los chicos nos ven amargados, fingiendo que todo va bien mientras nuestra vida carece de sentido, y nos dicen: “¿Para qué tengo que hacer todo eso? ¿Para acabar como tú?”. Nos están reclamando un cambio, y con razón», asegura esta experta en educación, que después de 20 años de profesión se dio cuenta de que debía dar un giro radical a su método educativo y creó el proyecto La Granja, del que es directora y por el cual pasan 18.000 chavales al año. 

En su granja-escuela, chicos y chicas de todas las edades y estratos sociales trabajan sus emociones en pocos días con un fascinante método: «Cambiar nuestra mirada. En vez de fijarnos en el comportamiento del chico o la chica para intentar convertirlo en algo que no es, buscamos cómo es realmente y cuál es su potencialidad, en qué es bueno, en qué brilla, qué lo hace único, especial y diferente. Eso genera una buena autoestima, le hace ver su capacidad. Y en el momento en que entiende quién es, qué hace y por qué, todo cambia», cuenta. 

«Otra de las claves para sacar a estos chavales de la rueda de la pobreza es trabajar su capacidad para tolerar la frustración. Porque si tus padres no pueden pagarte unas colonias mientras que el resto de tus compañeros sí van, es normal que sientas rabia, porque es injusto. Pero cuando aprendes a tolerar esa frustración… ¡te conviertes en invencible! Si yo tuviera una empresa, desde luego contrataría a personas así, capaces de estar a las duras y a las maduras. Porque cuando todo va bien, todos somos buenos profesionales. Lo interesante es tener a alguien que tire del carro también en momentos de vacas flacas. Las empresas se rifan a las personas con alta tolerancia a la frustración. Y si no les enseñamos esto, estamos creando niños débiles», explica.

Esta educadora emocional, que además es una de las principales colaboradoras de las charlas EmocionaTour de EduCaixa, señala un tercer punto importante en el que deberían reparar los padres, madres y educadores: «El sistema educativo está muy centrado en lo cognitivo, de manera que los que son muy fuertes en este aspecto en seguida reciben una mirada apreciativa. ¡Como si por conseguir un diez en matemáticas ya no fueran a tener ningún problema en la vida! Pero hay otras habilidades —sociales, artísticas, etc.— también muy importantes que el sistema educativo aún no valora o no sabe ver, y que tendrían que recibir esa mirada de “tú vales”. Eso les haría romper el techo de cristal». 

Tanto es así que el estudio de Esping-Andersen y su equipo ha podido comprobar científicamente lo que Cristina constata todos los días: que los aspectos no cognitivos como la ambición, la iniciativa o la soltura en el trabajo de equipo tienen un gran peso en las posibilidades de movilidad social. «Estas son las personas que despuntarán en la vida real y a las que se rifarán las empresas: las que han aprendido a buscarse la vida», asegura la educadora. «Trabajemos para que las oportunidades dependan de las capacidades y motivaciones y no del estrato social», pide Esping-Andersen.

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