"Con este Papa el Evangelio está empezando a entrar en el Vaticano" Padre Chiqui, jesuita en Perú: "Francisco es un hombre libre que quiere que la gente no tenga miedo de serlo"
(José Manuel Vidal).- El padre José Ignacio Mantecón es jesuita, de origen español, en concreto zaragozano, y aquí todo el mundo le llama el padre Chiqui, por chiquito, porque siempre ha sido el más bajito: en la familia, en el colegio, en el equipo de fútbol y en el noviciado. Sin embargo, es enorme la pasión con la que lleva treinta años en Perú, trabajando con travestis, en el mundo de las pandillas, educando a través del deporte, la música, la pintura...
Llegando, por medio de la educación, el empleo y el tiempo libre, a los "tatuajes del corazón" de los "últimos", a los que ha conseguido reinsertar en la sociedad. Esos que preocupan también a Francisco, un papa que, según Chiqui Mantecón, habla de la libertad con libertad. Vamos a conversar con él de cómo los valores del Evangelio se expresan muchas veces sin palabras.
Chiquito pero matón, en cuanto a tu obra, a lo que has conseguido.
Hacer más o menos no es lo que importa, sino ser fiel a lo que estás haciendo. Todo el mundo habla del éxito cuando hace una cosa, y a mí tener éxito no me preocupa nada. La excelencia, y esas cosas, creo que son menos importantes que la fe en lo que haces en sí mismo, al margen de los resultados que dé.
Llevas treinta y pico años, toda una vida, dedicado a lo que en España conocemos como las bandas. Maras en Latinoamérica.
La verdad es que he hecho un poco de todo. Empecé trabajando, cuando llegué a Perú, en la Fundación Fe y Alegría, en colegios populares. Tras tres años, pasé al Agustino, que es un distrito con muchos habitantes y muchos problemas de pobreza, violencia... Es el barrio con el índice más alto de tuberculosis.
¿Una de las zonas más pobres de Lima?
Ha evolucionado mucho, pero cuando llegué sí lo era. Había una situación de pobreza muy seria. Yo llegué para trabajar en la parroquia, pero he estado más en la calle que en la iglesia. He trabajado con una comunidad cristiana de travestis, que, aunque algo extraña, fue una experiencia muy importante en mi vida, porque me enseñó a querer a los que son diferentes. Trabajé con ellos para que recuperasen la dignidad como personas, después de que el Sida hubiera acabado con muchas de estas chicas, cuando no había ideas de prevención, de seguir un tratamiento, ni nada.
¿Empezaste un apostolado con travestis?
También entré en un movimiento que se hizo con los jóvenes, de rock. Se creó un movimiento muy importante del que han salido los mejores músicos de rock del país. Cientos de jóvenes metidos en esto. Yo cantaba y tocaba con ellos.

¿Qué tocabas?
Guitarra. Pero sobre todo organizaba. Ellos intentaban, a través del rock fusionado con la chicha, que es una música de los barrios populares, recoger sus vivencias y lanzarlas. Dimos durante años un concierto que se hizo famosísimo en toda Lima.
¿Utilizabais la música para dignificar la vida de los muchachos del barrio?
Era una manera de reivindicar el ser agustiniano, porque la gente tenía miedo a ese barrio. Todavía hay mucha gente que no va al Agustino porque dice que es muy peligroso. Un muchacho, al ir a buscar trabajo a Miraflores, jamás diría que es del Agustino, porque lo iban a mirar mal y a tener por violento. Entonces, la música, y el reconocimiento que tuvo esa música y hasta su profesionalización, les ayudó mucho a sentirse orgullosos de dónde vivían y poder expresar lo que tenían.
Música rock con raíces peruanas.
Fusionar lo antiguo y lo moderno siempre es bueno.
Y tú estabas siempre con ellos.
Sí, de salir a tocar no tenía mucho tiempo, porque en vez de ensayar se me iba la tarde organizándoles los conciertos.
¿A cuántos muchachos movías?
Cien, doscientos.
¿Ensayabais en la parroquia?
Yo regalé al movimiento la primera batería que hubo, porque las guitarras se podían conseguir, pero la batería era algo imposible. Una amiga mía me dio plata y me alcanzó a comprar una malísima. Pero por ahí ensayaron todos los baterías del Agustino... Entonces, los primeros conciertos los hacíamos en las diferentes capillas que tenía la parroquia. La parroquia, afortunadamente, siempre ha sido una casa de fe abierta al mundo.
¿La lleváis los jesuitas?
Desde el principio.
Y vuestra opción fue hacerla abierta incluso a los travestis.
Ellas lograron tenerla como algo propio, participando, aunque al principio costó muchísimo. Luego, cuando empecé a trabajar con los pandilleros, lo mismo: siempre he tenido un apoyo muy grande por parte de la parrroquia, para reunirnos en sus instalaciones siempre.
¿La jerarquía tampoco os puso pegas nunca?
A mí no, aunque supongo que habrá mucha gente a la que no le guste lo que hago. Si me llamaran directamente la atención, tampoco me importaría mucho.
¿Te han dejado por imposible?
Puede ser. Pero la Compañía de Jesús siempre ha respetado muchísimo lo que yo hacía en el Agustino y, poco a poco, en el resto de la provincia de Perú.
No la jerarquía jesuita, sino la diocesana: obispo, vicario... ¿El cardenal os mira bien?
No creo, pero no me preocupa. Por ejemplo, con sacerdotes diocesanos sí que he trabajado: me han llamado para apoyarles en zonas donde había problemas parecidos, y estupendamente.
Porque entonces, el modelo que implantaste en el Agustino, se intentó llevar a otras partes.
A Ayacucho, también con los jesuitas, para trabajar con las pandillas, después de toda la violencia política -la guerra interna que hubo-, que las había hecho fortalecerse. La violencia en Ayacucho fue un problema muy serio. Yo iba para allá, trabajaba con los muchachos que estaban interesados...
¿Hay frutos en esa labor que has hecho con los pandilleros?
Sí, porque al final la gente, cuando se siente querida, responde. Aunque hay de todo. En el Agustino, cuando empecé había 37 pandilllas muy violentas. Se enfrentaban y, como resultado, muertes a balazos, machetazos, pedradas. Yo habré estado en ocho o nueve velorios de muchachos que conocía... Yo no tenía ni idea de lo que hacer. Creo que en este país nadie la tenía. Lo que hicimos fue tratar de encontrar camino a los problemas que estaban a nuestro alrededor, involucrándonos con esa gente. Si no nos hubiéramos juntado a ellos, no habríamos encontrado soluciones, no habríamos conocido nada.
¿Cómo hiciste para conectar con ellos? Porque no debe de ser fácil meterse entre las bandas...
Bueno, yo ya tenía la imagen del cura rockero y había jugado fútbol con varios equipos en el Agustino y en la liga distrital. Además, justo en ese tiempo yo era capellán de Alianza Lima, un equipo de fútbol muy bueno y popular en Lima. Entonces, estos muchachos de las pandillas también formaban parte del club de fans de este equipo profesional. Por lo menos, siendo del Alianza no era un enemigo. Me habían visto en el club y podía pasar por otro aficionado. Así entré en contacto con ellos.
Había cuatro caminos para dejar la calle: uno era la educación, porque la mayoría de los muchachos habían desertado de la escuela. Otro, el empleo. Después, el tiempo libre (en nuestro caso, el deporte; el fútbol). Y el que añadimos fueron las obras de reparación de la comunidad: los que habían hecho daño a propiedades privadas o roto las públicas, tenían que encontrar el modo de cambiar su imagen de cara a la población.
Luego, cuando he estado en Colombia o incluso en Los Ángeles de California, que es la capital del mundo de las pandillas, he visto que esas cosas que nosotros empezamos a trabajar fueron las que funcionaron en el resto de los sitios.
Aquí hicimos un programa educativo para que los que habían desertado pudieran aprender a leer y escribir, porque eran analfabetos. Luego, hicimos un club deportivo. Me acuerdo que fui a la municipalidad metropolitana de Lima a decir lo que estábamos haciendo y pedir ayuda. Me dijeron que en Lima había pandillas en todos los sitios, pero que no podían colaborar porque no tenían plata para esas cosas. Fue una bendición que me dijeran eso, porque para compensar me ofrecieron un entrenador para los muchachos. La suerte fue que el entrenador, además de saber de fútbol, resultó ser un educador nato, que entendió que el deporte daba unas herramientas maravillosas para trabajar todas las carencias: normas, disciplina, relación con la autoridad, superación de la frustración ante la derrota, que es lo que a los chavales antes les hacía estallar...
Además de este profesor, que entró de maravilla con los chavales, tuvimos una experiencia con un programa de televisión que se estaba haciendo, que grabó nuestras pandillas para mostrar cómo el deporte les estaba haciendo salir del mundo de la violencia. Entonces un empresario, que es el hombre más rico de este país, Carlos Rodríguez Pastor, presidente de supermercados, de los más grandes bancos, hoteles... vio ese programa y, como también le gusta mucho el deporte, habló con los muchachos. Me dijo que necesitaban empleo, pero que él no se lo iba a dar, porque iba a ser un fracaso para ellos y para él, porque no iban a poder, y yo a mis trabajadores les exijo que cumplan. Así que su esposa y él idearon un programa para prepararles para el empleo. Los sábados, de nueve de la mañana a tres de la tarde, venía al Agustino a trabajar con grupos de treinta muchachos.

¿El propio empresario?
Sí, y su esposa. Hicieron un programa precioso.
¿Durante cuánto tiempo?
Mucho: por ahí pasaron cientos de grupos. Después de ocho sábados de formación, salía un grupo y se presentaba a las empresas.
No es habitual esa implicación personal por parte de un empresario...
Fue así. Y, cuando encontraban trabajo, eran puestos con vacaciones pagadas, seguro de salud y otros beneficios sociales.
¿Cuáles eran las salidas laborales?
Algunos trabajaban llevando el correo dentro del edificio del banco, otros de jardineros, otros de reponedores de los productos en un supermercado, de acomodadores en los cines... de todo. Todas estas cosas, claro, rompieron la lógica de violencia que había en el distrito. Y eso que, en aquel tiempo, los jefes de la Alianza y de las Barras, que era el otro equipo de fútbol universitario, vivían en el Agustino y organizaban enfrentamientos a muerte. Pero, de repente, a esos que antes les separaban las balas les unieron los programas de empleo de los sábados.
Una especie de milagro.
Sobre todo porque, según la Policía Nacional, el Agustino llegó a ser un territorio libre de pandillas.
¿Y en este momento?
Pandillas no hay, lo cual no significa que no haya violencia.
¿Cómo seguisteis creciendo?
Creamos una serie de asociaciones. La primera fue la Martin Luther King, para la formación para el empleo en las distintas partes del distrito. Me fueron llamando ex-pandilleros que necesitaban trabajar. Fui coordinando y acompañando estos esfuerzos, siguiendo el modelo del que hemos conversado antes. Cuando esto empezó a funcionar bien en el Agustino, la fiscal de la nación impulsó un programa del Ministerio Público, para trabajar con Barras en Villa Salvador, otro distrito de Lima, en el que también yo había trabajado con gente del equipo universitario.
¿Incluso te han llamado de otros países?
He estado en El Salvador, sí. En Jamaica, Colombia, con este propósito. En San Diego y Los Ángeles, como ya conté, que es donde más fuerza tienen las pandillas.
¿Conociste en El Salvador a un pasionista español que también está muy metido...?
¡Me hablaron muchísimo de él! Pero no le pude conocer, por desgracia.
Le echaron... No sé si ha podido regresar por el momento, pero tuvo que irse a España.
Sí, por lo que me han contado es una genial persona.
Durante todo este proceso, ¿alguna vez te sentiste en peligro?
Nunca he tenido miedo.
¿No se te enfrentaron con violencia los muchachos nunca?
He estado en medio de situaciones complicadas, pero nunca he tenido ningún problema yo.
¿En algún momento les surgían preguntas por la trascendencia? ¿Hablaban de Dios?
Pienso que lo primero que tenemos que hacer es no devolver, porque la dignidad de una persona no se pierde nunca, pero sí subir el nivel de dignidad -contra la vergüenza propia, el abuso y el juicio ajeno...- de esta gente que siempre ha sido señalada por la sociedad. Recuperada esa dignidad, se puede empezar a manejar otras cosas. Pero si la gente no se siente digna, no habrá nunca oportunidad de hablar de Dios ni de nada. Ese proceso dura años... tenemos que aprender a estar con la gente donde tenemos que estar para que las cosas sean como tienen que ser. La gente tiene que reconocer su dignidad para respetar los valores de los demás. Para que haya salud digna para todos, empleo, educación de buena calidad, cada uno tiene que comprometerse con los derechos humanos, desde lo político o la fe, pero siempre con firmeza.
Yo espero, en mi trabajo, manifestar el perdón incluso a los enemigos; las bienaventuranzas en las que creo, el respeto del Padre Nuestro (de que todos somos hermanos). Espero hacerlos sentir a las personas con las que me relaciono. Sólo cuando has pasado por ese camino de dignificación, puedes ver a Jesús, y no antes. Con la cruz por delante no se llega al compromiso social. Los valores del Evangelio se expresan muchas veces sin palabras.

Con estos valores, ¿los chicos te ven como alguien auténtico?
Creo que soy amigo de muchos. Para otros, habré sido sólo la posibilidad de salir de ese mundo. Hago las cosas porque tengo que hacerlas, no porque me plantee que me las vayan a agradecer.
Viniste a la frontera antes de que se hablase de las fronteras: llevas treinta años en las periferias, también existenciales, de las que ahora habla el Papa Francisco.
Tal vez, pero no le doy importancia.
¿No te gratifica que la cúpula eclesiástica haya empezado a hablar ese mismo lenguaje de respeto a la dignidad de la persona?
Pienso que después de muchos, muchos, muchos años, ahora el Evangelio está empezando a entrar en el Vaticano, y eso es un paso importante.
¿Qué significa, entonces, la llegada de Francisco?
Que la Iglesia ha empezado a abrir sus estructuras o a salirse de ellas. Cosas que hace mucho tiempo que se habían olvidado, como lo de la oveja perdida, están haciendo que la gente se acerque a la Iglesia con pasión. Que problemas fundamentales, como el de la justicia, se pongan en primer plano, y no solamente el sexo, como pareciera hace unos años, es un cambio que vuelve a Jesús. Y por eso da esperanza.
¿Hay una especie de revolución tranquila en marcha?
No lo sé, pero yo estoy tranquilo. Bendigo que el papa sea una persona que quiera devolver sentido al Evangelio o, mejor dicho, hacer que la Iglesia se mueva según él verdaderamente. Al margen de las directrices de la jerarquía o de los líderes políticos, cuando la convicción de la gente por la misericordia se corresponda con un camino claro en la Iglesia oficial -de compasión, ansias de justicia para todos...-, podrá tener lugar el cambio.
O sea que el hecho de que Francisco diga desde arriba que ése es el camino, te facilita la labor.
Claro, su estilo ayuda mucho.
Imagino que cala más en la gente.
Por supuesto que sí.
Pero puede haber dificultades: ¿está habiendo resistencias a que esa lluvia fina que viene de arriba y también de abajo cale en las estructuras?
Supongo que habrá muchas resistencias, porque plantea cosas que van totalmente en contra de algunos movimientos que tienen mucha fuerza dentro de la Iglesia Católica y que han tenido inmenso apoyo de la jerarquía. Incluso en cosas tan elementales como la manera de vestir: que los jerarcas de la Iglesia, aunque sea por vergüenza, rebajen sus oros y sus galas, es un cambio que no harán por gusto.
En el país de la Teología de la Liberación, ¿te sientes cerca de esa corriente ideológica?
Claro. Pienso que aquí no hay otra. No podría haberla. Creo que, de todos los libros que estudié en Teología, había uno muy chiquito, de un teólogo francés, que se llamaba Jesús, hombre libre. Me acuerdo de que su lectura me impactó tremendamente. Creo que una de las cosas que hacen de Francisco un revolucionario es que es un hombre libre que quiere hacer que la gente se sienta libre y busque su camino. Ha habido mucho miedo a la libertad dentro de la Iglesia -en los grandes movimientos sigue habiéndolo-, como decía otro libro, Miedo a la libertad.

El de Eric Fromm, un clásico.
Es que salía la palabra libertad y enseguida alguien decía "¡pero no libertinaje!". ¡No mezclemos cosas: hablemos de la libertad con libertad! Olvídate del libertinaje, porque la libertad te va a hacer mejor persona. Jesús fue un hombre por encima de todo libre, pero vino para los demás: para enseñarnos a ser libres. A veces pienso que la Iglesia ha estado mucho más anclada en el Antiguo Testamento que en el Nuevo Testamento: ¡seguimos hablando de los Diez Mandamientos, y no del único que Jesús nos dejó, que es amar al prójimo como a uno mismo!
Y tenemos mucho de fariseismo. Los fariseos, a los que Jesús critica tremendamente -son los insultos más grandes que hay en el Evangelio-, hicieron de los Diez Mandamientos una serie de cientos y cientos de leyes y prohibiciones. Parece que eso les gustó mucho a los que luego llegaron...porque hicieron el Derecho Canónico, que es un montón más de prohibiciones. Jesús lo dijo claramente: les dejo un mandamiento, que además es nuevo: que se amen como yo les he amado. Para ser cristiano no se necesita todo eso que nos ha metido en la cabeza el Derecho Canónico.
¿Te identificas más con el Hijo Pródigo que con el hermano mayor que queda en casa y después protesta?
Me identifico más, o me gustaría llegar a identificarme, con el papá, que es un dechado de misericordia y pureza. Hay un libro que escribió un jesuita, Gregory Boyle, que trabaja en Los Ángeles hace muchos años con las pandillas, entrando a ese mundo con unos programas impresionantes de empleo, tiempo libre, educación... Lo escribió después de estar en más de cien velorios de muchachos muertos violentamente, y se llama Tatuajes en el corazón, porque uno de los programas que allí tienen es para quitar los tatuajes. Claro, ellos van con toda la cabeza e incluso la cara tatuadas y, después de haber podido dejar las drogas, las armas y prepararse para un trabajo, no les contratarían si se presentasen así de tatuados a las entrevistas. Es un trabajo muy largo, muy duro y muy caro, pero se quitan. Él habla, sin embargo, de los tatuajes en el corazón a los que tenemos que llegar también. Esos tatuajes son los de la vergüenza de haber sido siempre el despreciado (el hijo de la prostituta, la heroinómana... que nunca va a cambiar). Todos esos estigmas que se van almacenando en el corazón, introduciéndose tanto en la vida de la persona, que llegan a ser tatuajes dificilísimos de borrar. El subtítulo del libro es El poder de la compasión sin límite.
Ahí conectas también mucho con Francisco: que con el Año de la Misericordia nos habla continuamente de la ternura de Dios.
Mi vida la cambió el descubrimiento de la compasión y de perdón. Tienen una fuerza impresionante para cambiar muchas vidas tristes.
Conoces, imagino, ejemplos de personas que, aun con esos tatuajes en el corazón, fueron capaces de volver a encontrar su dignidad personal.
Claro. Por ejemplo, uno de los pandilleros que ha pasado por el centro de menores, la adicción a las drogas, el robo...ahora es un colaborador nuestro: trabaja en las escuela socio-deportiva que tenemos con la Fundación Real Madrid, para niños adolescentes. Son personas a las que la mínima educación, ¡aprender a leer!, les cambió la vida. Han llegado a ser personas reconocidas en la sociedad pese a su pasado. Hay muchos casos, pero también otros que quedaron en el camino.
Ya que hablamos del Real Madrid, imagino que eres madridista.
Lo soy desde niño, pero me encanta cuando juega el Barça: me encanta el deporte en todas partes.
¿Se sigue mucho aquí la liga española?
Sí, es referencia.
Con la Fundación Real Madrid, ¿qué acuerdos tienes?
Uno de los muchachos pandilleros, que estaba en el equipo de fútbol, me dijo que había que trabajar con los niños, porque si ellos hubieran tenido algo así cuando habían sido niños, no se habrían metido en ese camino de drogas y delincuencia. Así que empezamos a trabajar con los niños, y vimos que la Fundación Real Madrid tenía escuelas por todo el mundo, pero en el Perú no. Les dijeron que ahí en el Agustino estaba Chiqui, trabajando con adolescentes a través del deporte, por si querían colaborar. Vinieron, conversamos y habíamos pensado en lo mismo: empezamos con la escuela.
¿Cuánto tiempo hace?
Estamos en el quinto año y tenemos unos cuatrocientos niños adolescentes en esta escuela que no es para sacar talentos ni grandes jugadores, sino para utilizar el deporte como instrumento para compensar las carencias que les dejaron las familias y la calle. Funciona como educación.
He leído que incluso has ido con alguno de estos niños a Madrid.
Sí, a algún torneo. Desde mi experiencia con los pandilleros, creo que toda la vida de estos muchachos que acaban en la violencia, en las drogas, etc, está circunscrita dentro del triángulo de la escuela, la familia y la calle. Afortunadamente, en nuestro país hay pocos niños que van directamente de la familia a la calle: la mayoría van al colegio, pese a la deserción escolar. La mayoría de los que llegan a estas situaciones de violencia, tienen grandes problemas de abusos de todo tipo, no sólo delincuencia y drogas. La violencia está dentro de la familia. En el mejor de los casos, los padres trabajan doce horas: no hay espacio para el afecto ni para la educación. Entonces, cuando estos niños van al colegio, se llevan los problemas. Acá en los públicos no hay un solo psicólogo, no hay programas para atender a esos niños, así que lo que pasa es que, si no desertan , les expulsan por su comportamiento. ¿Qué les queda? La calle.
Nosotros descubrimos que la calle pasa a ser su espacio educativo. Entonces, en lo que estoy ahora metido es en llenar la calle de espacios atractivos para los adolescentes y jóvenes, donde puedan hacer deporte, pintura, cerámica... Los niños no pueden pasar a la adolescencia sin haber jugado. El programa que tenemos de educación alternativa consiste en eso. Pero no basta darles una pelota para que jueguen o que una maestra les enseñe a pintar: las personas que trabajan ahí tienen que tener una profunda convicción de que son, por encima de animadores o profesores, educadores que tienen que trabajar las carencias que hay en las familias. Se puede revolucionar la calle con la educación, trabajando desde ella con las familias -también tenemos, en la escuela de fútbol, una escuela para papás: sexualidad, relaciones de pareja, cómo educar...-, desde las casitas donde los niños van a hacer pinturas y cerámicas.

Ahora estamos empezando un proyecto nuevo: Sinfonía con el Perú, que se ha recogido de la experiencia de Venezuela -las orquestas infantiles y juveniles-, que se creó para atender a los niños en las situaciones más complicadas. Estamos empezando aquí en Perú a perfilar nuestra orquesta, con el tenor Juan Diego Flores, muy conocido. Hace unos meses hemos empezado con un grupo: un coro que se transformará en orquesta sinfónica.
Estás buscando sin parar proyectos que llenen de contenido estas realidades, convirtiendo la calle en una escuela.
La educación estética es fundamental. El arte y la música, como el deporte, trabajan el alma como se trabaja la cerámica en nuestros talleres de educación básica alternativa. En eso estamos, porque tenemos que inundar el agustino de estos espacios, que además cambian la imagen del distrito. Cuando la comunidad ve que se atiende a los niños, empieza a preocuparse por el distrito.
Y a colaborar.
Claro, para hacer que los lugares en los que estamos estén limpios, por ejemplo. Normalmente los niños no cuentan para nada en Perú, pero ahora estamos haciendo que se empiece a trabajar por ellos. Ojalá dé frutos.
¿Qué necesitas? Imagino que mucha financiación.
Ayuda económica, por supuesto. En cuanto a personas, tenemos una casa para voluntarios: cuando los jesuitas van saliendo del Agustino hacia otros sitios, viene voluntarios y tienen experiencias muy bonitas. Especialmente tenemos relación con América Solidaria, una organización de Chile, que ya es el tercer año que envía voluntarios durante un año. Son profesionales que vienen a trabajar con nosotros, también de Colombia y de España, desde la Universidad Pontificia de Comillas. De Zaragoza han venido muchachos que nos han aportado muchísimo desde sus profesiones, ayudándonos a organizarnos mejor y dar solidez al proyecto.
Aprovechas todas las sinergias posibles, dentro y fuera de la Compañía.
Lógicamente. Hay que unirse.
¿Voluntarios de aquí también tenéis?
Claro, también colabora gente muy buena. Hay programas que funcionan casi única y exclusivamente con voluntarios, pues el programa educativo, pese a ser modelo en el país, no tiene para pagar sueldos. Hacemos tutorías personales, en grupo, debates y hasta acompañamiento psicológico con voluntarios. Hay gente que lleva cinco años sin faltar un día a su clase.
¿España ya te queda muy lejos?
Si no fuera por el deporte, me quedaría lejísimos. Es lo que más sigo y por él voy allá de vez en cuando, como ya he dicho.
¿Sigues teniendo allí familia?
Mis papás ya fallecieron, pero tengo a mis hermanos, primos, amigos... Entré a los diecisiete años en la Compañía de Jesús y ya no volví a Zaragoza, pero en Madrid viví ocho años, mientras estudiaba Teología y Filosofía, y tengo amigos. En Alicante trabajé seis años y también tengo gente maravillosa a la que siempre voy a ver.
¿Alguna web donde la gente pueda acercarse a ver lo que estáis haciendo?
Yo soy un desastre para esas cosas. Nuestra organización se llama Encuentros. Servicio jesuita para la solidaridad y podrá encontrarse en Internet, supongo.
He visto que poniendo en Google padre Chiqui también salen vídeos.
Yo la computadora para lo único que la utilizo es para el correo electrónico. Y porque ya es dificilísimo escribir una carta y mandarla a la antigua... A mí me ha cogido tarde. Meterme en esas cosas, ¡qué pereza! No sé de redes sociales.
Es un placer haberte conocido y saber de tus andanzas. Desde España te seguiremos y apoyaremos en lo que podamos.
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