América, la "viña joven" de Antonio María Claret Los claretianos celebran 150 años de su presencia en Chile

Los claretianos en Chile, superior general de la orden
Los claretianos en Chile, superior general de la orden

"Enfilar hacia Chile fue para ellos como lanzarse hoy desde los cielos con un paracaídas nunca ensayado que no se sabe si llegará a abrirse y dónde caerá"

"En los barrios abandonados entregaron cariño, llamaron a desterrar borracheras, cuchilladas y abusos familares"

Con un Congreso internacional de Espiritualidad Claretiana entre los días 21 y 25 de enero y una solemne eucaristía de clausura, celebró la congregación claretiana 150 años desde que sus primeros misioneros enviados a América pusieron pie en Chile, primer país donde los hijos de san Antonio María Claret lograron consolidarse fuera de su natal España. 

El significativo evento congregó en Santiago de Chile a más de 150 participantes encabezados por el superior general de la congregación, P. Mathew Vattamattam, su equipo de gobierno y la casi totalidad de los superiores provinciales de alrededor del mundo. Los altos conductores se habían reunido una semana antes del congreso para analizar la marcha de la congregación con miras a su XXVI Capítulo General, que debe realizarse el próximo año.

A ellos se sumaron luego en el congreso delegados de congregaciones religiosas integrantes de la familia claretiana y decenas de laicos, hombres y mujeres, que imbuidos de un mismo carisma trabajan junto a los claretianos en misión compartida.

En la eucaristía pontifical que puso broche a ambos encuentros, el P. Vattamattam dio también inicio oficial a un Año Claretiano convocado para conmemorar otros 150 años: los que 24 de octubre de este mismo año se cumplirán desde el fallecimiento del santo fundador.

Claretianos Chile

En Chile encontraron desigualdad, y comenzaron su despliegue misionero entre los pobres

La osadía de una congregación joven

Claret, gran evangelizador en la España del siglo XIX, había fundado en Vich su congregación misionera como Hijos del Inmaculado Corazón de María el 16 de julio de 1849. Un año después se despedía de sus hijos para atravesar el Atlántico y asumir como Arzobispo de Santiago de Cuba.

Con un pequeño grupo de sus primeros integrantes, los hoy “claretianos” tuvieron que enfrentar luego el destino del Jesús perseguido a poco de nacer, cuando menos de 20 años después de la fundación salían desterrados a Francia junto con su padre -para entonces consejero espiritual de Isabel II- al ser aventada y exiliada la reina por el vendaval revolucionario de 1868.

Claretianos Chile
Claretianos Chile

Instalado en Roma meses después en los preparativos del Concilio Vaticano I en que luego participaría, Claret recibió a un presbítero entrado en años, don Santiago de la Peña, quien venía del nuevo mundo en busca de alguna congregación que quisiera hacerse cargo de un centro de culto y una obra piadosa que él mantenía en Santiago de Chile

El arzobispo fundador derivó al oferente a hablar con el nuevo superior general de su congregación, el P. José Xifré, tan abrasado como él de la pasión misionera. El superior vio así en la invitación del emisario de ultramar un llamado providencial que Claret animó luego con entusiasmo. En sus años en Cuba éste había oído hablar de Chile como un país señero, y acuñó sobre América el eslogan de ser una “viña joven” que con el tiempo restablecería con creces el imperio de la fe desgastado en la vieja Europa.

Claretianos

Era, sin embargo, un desafío de marca mayor, que siete jóvenes claretianos emprendieron embarcándose hacia Chile en Burdeos el 15 de diciembre de 1869.

El superior, P. Pablo Vallier, investido por Xifré con el pleno poder de “provincial de América”, tenía sólo 36 años. De los otros seis, padres Santiago Sánchez, José Coma, Jaime Heras, Marcos Domínguez y los hermanos José Escríu y Miguel Baró, destacaba Domínguez como el mayor, con 43 años y dotes personales sobresalientes.

Enfilar hacia Chile fue para ellos como lanzarse hoy desde los cielos con un paracaídas nunca ensayado que no se sabe si llegará a abrirse y dónde caerá. Y encima, en un vuelo sin regreso donde habrá que arreglárselas para subsistir y cumplir la misión encomendada, con esperanzas casi nulas de auxilio familiar.

De partida, demoraron 37 días en llegar a destino; tras rodear hacia el sur el continente americano, cruzar del Atlántico al Pacífico por el temible Estrecho austral de Magallanes -cementerio secular de centenares de navíos-, y enfilar finalmente hacia el norte hasta el puerto chileno de Valparaíso. Ni las mentes más audaces soñaban todavía con un canal por Panamá que cambiaría la historia. Y si así demoraba llegar de Europa, lo mismo tardaban una carta o cualquier auxilio.

Claretianos Chile

Una epopeya evangelizadora

De esta forma llegaron los primeros claretianos a Chile el 21 de enero de 1870. Pero “el Espíritu que hace nuevas todas las cosas” no los quería en el barrio acomodado y el “beaterio” que buscaba perpetuar don Santiago de la Peña. Hechos para una vida austera en comunidad y un despliegue misionero entre los pobres, pronto aceptaron del Arzobispado el ofrecimiento de instalarse en una capilla y una vieja casa en uno de los sectores más abandonados. Era un lugar temible, al otro lado de un canal que separaba a la sugerente capital del país de un conjunto de conventillos insalubres sumidos en el barro, la oscuridad y una pobreza abyecta que contrastaba agudamente con los barrios elegantes.

Cosas de Dios: ese desecho urbano era conocido como el barrio de Belén. Y por largas décadas sería llamado así por toda la congregación claretiana. Allí se trasladaron los misioneros el 14 de mayo del mismo 1870, e iniciaron la tarea evangelizadora en que los había imbuido el carisma de Claret bajo el amparo del Corazón de María.

Allí catequizaron a grandes y chicos, dieron de comer, alfabetizaron, fomentaron la “buena prensa” con volantes, estampas, libros y folletos, entregaron cariño, llamaron a desterrar borracheras, cuchilladas y abusos familares, y se ganaron a la gente. Tanto que, apenas seis años después de llegar, iniciaban una obra de gran envergadura: levantar dedicado a su Madre, en sólo tres años y medio, el primer templo de los claretianos en el mundo, consagrado el 7 de diciembre de 1879 y convertido 50 años después en la primera basílica mundial del Corazón de María.

claretianos en Chile
claretianos en Chile

¿Con qué plata?, vale bien preguntarse. Con donaciones de familias pudientes que valoraron su trabajo, pero sobre todo con “el óbolo de la viuda” surgido de los propios pobres del barrio.

Pero centrados en las necesidades apremiantes de sus vecinos, los misioneros no se limitaron sólo a él. No en vano el fundador declaraba “mi espíritu es para todo el mundo”. Pronto se les hicieron chicos la arquidiócesis capitalina, otras cercanas y más lejanas, y escaso el personal. Sucesivos ofrecimientos fueron materializándose en otras tantas fundaciones por parte de obispos que comprobaban cómo los Hijos del Corazón de María se convertían en los misioneros campesinos por antonomasia, en un largo país que mantendría su estructura agraria hasta bien entrado el siglo XX.

Catorce fundaciones llegaron a establecerse entre 1873 y 1929, y no sólo a lo largo de Chile. Surgieron una tras otra las chilenas de La Serena, Valparaíso, Curicó, Linares, Andacollo, Temuco, Coquimbo, Antofagasta, Talca, Ovalle, Yáquil, y seminarios en Santiago y Talagante. Luego otras comunidades se diseminaron por Bolivia y Perú, y después por la Argentina. Trece años después de la primera fundación chilena, los misioneros estarían en México, y luego en los Estados Unidos. Tras veinticinco años de la pionera llegaban al inmenso territorio del Brasil. Hoy, en los 150 años de la primera cabeza de playa, evangelizan en toda Norte, Centro, Sudamérica y el Caribe, federados como MICLA, Misioneros Claretianos de América.

Claretianos Chile

Acordes con la consigna del fundador, evangelizar “por todos los medios posibles”, están hoy al frente de misiones en territorios aborígenes o de frontera, en obras sociales, parroquias, santuarios, colegios, radioemisoras, canales de televisión, multimedia, centros universitarios o de educación a distancia…, según las necesidades y los medios actuales a disposición.

La antigua provincia chilena lo hace integrada hoy a la Provincia Claretiana San José del Sur, donde más de 100 misioneros evangelizan mediante diversas formas en 23 comunidades esparcidas por Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay.

Huellas admirables de santidad

Desde sus inicios, la de Chile fue conocida en el ámbito congregacional como “la provincia de los santos”. Numerosos ejemplos de entrega generosa y sin claudicaciones al carisma impreso por el fundador avalaron tal prestigio. Fama de santidad dejaron en el pueblo evangelizado, entre otros, los padres Pablo Vallier –conductor del grupo pionero y superior mayor por largos años; Donato Berenger, impulsor del primer templo-basílica; Francisco Berenger –quien murió contagiado asistiendo a apestados de viruela-; José Calmet –que asistió con similar heroísmo a víctimas del cólera-; Francisco Claparols, Juan Olivet, y los hermanos Miguel Xancó, Juan Casanova, Magín Puiggrós, Pedro Bresolí y Juan Vela.

Mariano Avellaneda
Mariano Avellaneda

De los tres últimos, el hermano Puiggrós gastó su vida cultivando el predio comunitario de Talagante, cerca de Santiago, para financiar el seminario mayor allí establecido; el hermano Bresolí, notable experto en medicina naturista, dejó fama da sanador de cuerpos y almas en su humilde función de portero de la casa madre; y el hermano Vela fue gran difusor de la devoción a san Judas Tadeo, que debe a los claretianos su instauración masiva en Chile, en cuya virtud la primera basílica cordimariana es hoy también el Santuario Nacional de San Judas Tadeo.

Entre tales testimonios de santidad ha brillado por sobre todos y hasta hoy el del Venerable P. Mariano Avellana. Siendo sacerdote diocesano y exalumno del P. Vallier en Huesca, Aragón, lo siguió ingresando a la congregación de Claret, y a los 29 años llegó a Chile en 1873, en el tercero de los grupos pioneros.

Dispuesto a hacerse santo evangelizando un país que apenas conocía de nombre, se lanzó a realizarlo apenas puso pie en él. Durante casi 31 años llegaría a predicar más de 700 misiones que duraban por entonces más de una semana, dedicado sobre todo a los enfermos, los presos y los más necesitados.

Tras vencer su carácter irascible hasta ser llamado “el santo padre Mariano”, recorrió hasta los rincones más lejanos unos 1.500 kilómetros de la geografía larga de Chile; rehuyendo el descanso a pesar de severos sufrimientos físicos causados durante 20 años por un doloroso herpes abdominal, y durante 10 por una llaga en una pierna que llegó a ser del tamaño de una mano abierta. No aminoró por ello su ardor misionero ni dejó de cabalgar por lejanos campos y montañas.

Mariano Avellaneda

Apodado “el apóstol del norte” chileno, dejó en él la vida muriendo “en su ley”: durante su última misión, el 14 de mayo de 1904, en un pequeño pueblo minero hoy desaparecido.

El papa Juan Pablo II reconoció como heroicas sus virtudes y lo declaró “Venerable” en 1987. Quedó así terminado su proceso de beatificación. Tras ello sólo falta un milagro para llevarla a cabo.

Otro admirable ejemplo de santidad dejó el siervo de Dios hermano Pedro Marcer, quien evangelizó incansablemente a quienes llegaban a la casa madre de Santiago, durante los 47 años en que fue su portero. De él se decía que legitimó más matrimonios que todos los sacerdotes de su comunidad. Su proceso de beatificación fue iniciado hace años en Roma.

Una causa para todos los claretianos

Los 150 años de la llegada de los primeros claretiano a Chile y América, que han congregado en reflexión y celebración a sus más altas autoridades y representantes de la familia claretiana, han dado oportunidad singular para que los asistentes al Encuentro del Gobierno General y Superiores Mayores Claretianos, y luego al Congreso de Espiritualidad Claretiana, tomaran contacto directo y en su sede misma con el que el superior general, P. Mathew Vattamattam, ha señalado como objetivo preferente de toda la familia claretiana: la Causa del Venerable P. Mariano Avellana.

Libro de Avellaneda

Durante su participación en ambos encuentros, el conductor máximo de la congregación ha reiterado el significado que ésta asume hoy para quienes viven el carisma de Claret. La congregación claretiana tiene, en efecto, como su mayor patrimonio espiritual a 184 mártires beatificados por haber entregado su sangre y su viva en testimonio de fidelidad heroica a su compromiso religioso y misionero. 183 de ellos fueron victimados durante el horrendo conflicto fratricida español de 1936-´39, y otro, el P. Andrés Solá, hacia fines de la Revolución mexicana, en 1927.

Se les ha ensalzado por ello como “misioneros hasta el fin”. Pero la congregación puede mostrar también el ejemplo de dos venerables, el más conocido de ellos el P. Mariano Avellana, que, aun no habiendo entregado martirialmente la vida, fueron igualmente “misioneros hasta el fin”. Y en el caso del P. Mariano, en una suerte de martirio de día tras día por largos años, misionando sin descanso a pesar de los grandes sufrimientos que tuvo que afrontar.

Este testimonio de la validez con que el carisma de Claret puede mover a los suyos para dar la vida en cualquier circunstancia de su compromiso misionero, debe ser asumido hoy por la familia claretiana haciendo suya la causa del Padre Mariano, rogando al Señor se digne realizar el milagro que permita llevarlo a los altares, y empeñarse para ello en inculcar a enfermos o accidentados graves y a sus familias que invoquen la intercesión de aquel misionero ejemplar implorando ese milagro.

Es la consigna que el superior general de los claretianos ha refrendado una vez más, en tan significativa oportunidad como la celebración de dos 150 años que los marcan profundamente.

Cuadro de Belén
Cuadro de Belén

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