Don Quijote viajero (2/3)

En la vuelta reflexiva de Don Quijote a su lugar hay, sin embargo, algo de particularmente trágico, o por lo menos de trágico-cómico, ya que la obra es más bien de este género: cuando él ya está resignado a retirarse, y ha decidido hacerlo no al Castillo donde se le trató como caballero andante, sino a su humilde aldea, porque es consecuente hasta sus últimas consecuencias con su propia locura caballeresca, es brutalmente retirado de su camino de vuelta y puesto por fuerza sobre el camino del Castillo por los servidores de los Duques aragoneses.
¿Por qué y para qué? ¿Cuál es la función diegética de esta interrupción brutal?
Porque en el Castillo más que en ninguna otra parte se le tiene por rematadamente loco, y que era necesario en la mentalidad de la gente ociosa del Castillo interrumpir la vuelta reflexiva y organizada de Don Quijote, para hacerlo objeto de las últimas burlas de la corte ducal y de los mismos Duques. El Duque se vale de que ha sido puesto al corriente de esta vuelta por su propio organizador, el vecino y mejor amigo de Don Quijote, el Bachiller por Salamanca Sansón Carrasco.
¿Se trata de un fallo en el escenario del salmantino o de un refinamiento de su trama psicodramática?
A nuestro entender se trata de obtener que Don Quijote viva plenamente la contradicción de sus caballerías, llevando lo más lejos posible la catarsis por su propio psicodrama: las últimas burlas de la locura de Don Quijote deben tener lugar precisamente en el lugar más ambiguo de verdad y de burlas de la tercera salida de Don Quijote, es a saber, en el Castillo de los Duques.
Cide Hamete que, como nos dice repetidamente el editor, es el autor principal de esta historia, y, por ello, el principal intérprete de su sentido (ficción de autoría), confiesa en este momento que “tiene para sí ser tan locos los burladores como los burlados, y que no estaban los Duques dos dedos de parecer tontos, pues tanto ahínco ponían en burlarse de dos tontos.”, II.70.12. Recuérdese lo que el eclesiástico había dicho con mucha cólera al Duque al reconocer a Don Quijote como el huésped del Duque en el Castillo: “—Vuestra excelencia, señor mío, tiene que dar cuenta a nuestro Señor de lo que hace este buen hombre. Este Don Quijote, o Don Tonto, o como se llama, imagino yo que no debe de ser tan mentecado como vuestra excelencia quiere que sea, dándole ocasiones a la mano para que lleve adelante sus sandeces y vaciedades.”, II.31.63.
Así, pues, el Caballero Andante resuelto a dejar sus andanzas no logrará volver a su lugar sin haber sufrido antes la afrenta de los puercos, auténtico preámbulo alegórico de las afrentas más graves del Castillo y, sobre todo, sin haber sufrido hasta el colmo las afrentas supremas de las injurias y de las revelaciones de perjurio y de robo, nacidas del ahínco de los Duques en burlarse de él.
Este ahínco queda claramente marcado en la escritura por la interrupción brutal de la serena retirada de Don Quijote con los vituperios y violencias de la gente de estos magnates, que se apoderan de Don Quijote y de Sancho sobre su camino de vuelta a la aldea, para conducirlos de nuevo al castillo de los Duques, II.68 § 22-31.
El mismo ahínco inspira la cruel confesión de Altisidora, que, tras aparentar el amor más encendido por Don Quijote, le lanza a la cara: “todo lo que habéis visto esta noche ha sido fingido”, II.70.25.
El mismo ahínco fué llevado hasta el zenit del ensañamiento por la cruel acusación del Duque a Don Quijote, en su salida anterior del castillo, circunstancia que por su espíritu se parece a ésta como su doble, de que había robado tres tocadores y las ligas de su doncella Altisidora, como si don Quijote fuera un vulgar enamorado afectado de fetichismo, que hubiera deseado guardar un recuerdo íntimo de una mujer, que ni siquiera es su amada. Don Quijote replicó entonces a esta odiosa acusación negando su contenido y la interpretación que se le daba, atentadora para su fama, y solicitando del Duque la licencia para abandonar el castillo: “Yo, señor Duque, jamás he sido ladrón, ni lo pienso ser en toda mi vida, como Dios no me deje de su mano. Esta doncella habla (como ella dice) como enamorada, de lo que yo no le tengo la culpa; y así, no tengo de qué pedirle perdón, ni a ella, ni a vuestra excelencia, a quien suplico me tenga en mejor opinión y me dé de nuevo licencia para seguir mi camino.”, II.57.26.
En esta ocasión, que en cierta manera es la repetición obligada de la precedente, puesto que la actitud burlesca de los Duques no ha cambiado, “Don Quijote les suplicó (a los Duques) que le diesen licencia para partirse aquel mismo día, pues a los vencidos caballeros, como él, más les convenía habitar una zahúrda, que no reales palacios. Diéronsela de muy buena gana, y la Duquesa le preguntó si quedaba en su gracia Altisidora. El le respondió: —Señora mía, sepa vuestra señoría que el mal desta doncella nace de ociosidad; cuyo remedio es la ocupación honesta y continua.”, II.70.34.
Al abandonar el castillo, no una vez sino dos, con lo cual el autor insiste en el tema del abandono intencionado de la ociosidad por su protagonista, Don Quijote evita los maleficios de la ociosidad tanto sobre la fama de los caballeros como sobre la honestidad de las doncellas.