A Hugo Galera Davidson su pasión por la investigación le llegó como una revelación cuando observó por primera vez una célula de Purkingen a través de un microscopio. Jesús Álvarez: Hugo Galera Davidson, el médico que dedicó su vida al estudio del cáncer

Las células y su imprevisible comportamiento le fascinaban tanto, que fundó un laboratorio de Anatomía Patológica en Sevilla, que ha realizado hasta hoy más de dos millones de dictámenes y en el que trabajan actualmente treinta personas.

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Hugo Galera Davidson, el médico que dedicó su vida al estudio del cáncer.

Jesús Álvarez, SEVILLA Actualizado:24/04/2020 18:30hGUARDAR

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Hugo Galera Davidson (Tenerife, 1938/Sevilla, 2020) su pasión por la investigación le llegó como una revelación cuando observó por primera vez una célula de Purkingen a través de un microscopio. Corría el año 1962 y él era becario del Instituto Cajal de Madrid. Años después, en su despacho del Hospital Virgen Macarena, donde fue jefe de Anatomía Patológica, disfrutaba observando estas células y sus alteraciones a través de un gran microscopio con brazo telescópico. Lo hacía a oscuras y algunos alumnos que venían a verle se sumergían con cierto temor en esa penumbra en la que le gustaba realizar su trabajo como patólogo.

Hugo Galera Davidson falleció este viernes en Sevilla a la edad de 81 años, víctima de una insuficiencia respiratoria que se le había agravado durante las últimas semanas. Catedrático de Anatomía Patológica de la Facultad de Medicina de Sevilla desde 1974, consagró su vida al estudio del cáncer, la enfermedad que estudió durante casi cincuenta años y que se le diagnosticó hace más de dos años. A pesar de la gravedad del tumor que padecía, el de mayor mortalidad, diseñó él mismo, con la ayuda de dos de sus mejores amigos, médicos como él, un plan alternativo que desafiaba el protocolo oncológico de no operar en ese estadio de la enfermedad. La operación, a vida o muerte, le regaló dos años largos de propina en los que pudo seguir disfrutando de su mujer e inseparable compañera, María Rosa (también médico), sus cinco hijos (Hugo, Diego, Paco, María Rosa y María de los Ángeles) y sus doce nietos.

Al igual que su hermano Félix, Hugo Galera nació en Tenerife por el destierro de su padre, Diego Galera, ingeniero de Puertos del Estado, castigado por publicar un artículo a favor de la Institución Libre de Enseñanza y de la separación entre religión y educación. Ese destierro marcó a toda su familia e hizo crecer en él un amor hacia la libertad y el conocimiento que le llevaría a formarse en universidades europeas y norteamericanas.

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Su padre le inculcó el valor de la honradez, de la que él hizo gala en todos los cargos que desempeñó. Eran célebres sus auditorías al principio y al final de cada mandato. Su madre era inglesa y procedía de una familia muy acaudalada, aunque él reconocía a sus amigos que en su casa nunca se habló de dinero y que no supo de la fortuna familiar hasta que su madre murió atropellada por un coche una tarde de verano, cuando paseaba con su hermana por el centro de Tenerife. Su padre, al que él nunca olvidó, había fallecido algunos unos años antes de una trombosis.

Estudiante de matrícula, Hugo Galera empezó Medicina en la Universidad de Granada pero el ambiente académico de los años sesenta en esa capital se le quedó muy pequeño y decidió terminar su licenciatura en la Universidad Complutense. Allí conoció a grandes médicos como Gregorio Marañón y compartió colegio mayor, entre otros, con Rodolfo Martín Villa, que llegó a ministro con Adolfo Suárez durante los primeros años de la Transición. El director era Juan José Rosón, que también sería ministro con la UCD.

Sus clases magistrales en la Facultad de Medicina se abarrotaban de alumnos. Seguía el modelo que aprendió en Boston y Londres, aunque decía que se las preparaba a diario como si fueran un examen.

Empezó su formación científica en el Instituto Cajal, donde conoció a María Rosa Ruiz, su inseparable compañera, entonces becaria de investigación. Obtuvo una plaza de profesor adjunto en la Universidad de Salamanca y allí terminó su tesis doctoral sobre el sistema nervioso. Obtuvo la máxima calificación y logró poco después una beca Fullbright con la que pudo trasladarse al Instituto Mallory de la Universidad de Boston. También se formó en el London Hospital y en la universidad alemana de Heildelberg antes de volver a España y hacerse con una plaza de catedrático en la Universidad de Granada. A los pocos años lograría la de Anatomía Patológica de la Universidad de Sevilla, a la que llegó siendo uno de los catedráticos más jóvenes de España. Entonces sólo había 15 en todo el país de su especialidad.

Las células y su imprevisible comportamiento le fascinaban tanto que fundó un laboratorio de Anatomía Patológica en Sevilla, que ha realizado hasta hoy más de dos millones de dictámenes y en el que trabajan actualmente treinta personas. Ya era jefe del Departamento de Anatomía Patológica en el Hospital Virgen Macarena; catedrático de la Facultad de Medicina y director del Centro Oncológico Andaluz, al que dio un impulso extraordinario pero que acabó absorbido por el Servicio Andaluz de Salud.

Premio Nacional Ramón y Cajal, su gran sueño fue tener su propio hospital donde aplicar todos sus conocimientos médicos y técnicas de organización. La oportunidad se le presentó en el Hospital Infanta Luisa, que adquirió a la Cruz Roja con la ayuda de un grupo de médicos amigos. A él dedicó casi toda su vida durante trece años y lo convirtió, reinvirtiendo todos los beneficios económicos, en una de las clínicas privadas mejor dotadas de España. En los momentos difíciles adelantó las nóminas de los empleados de su bolsillo aunque al final, tras mucho trabajo y tiempo invertidos, se vio obligado a venderlo al grupo Quirón. Lo hizo con todo el dolor de su corazón pero ya no podía competir con las grandes multinacionales del sector y su economía de escala. De ese modo, se quedó en el aire su gran sueño de convertirlo en un centro hospitario de referencia europea en el estudio y lucha contra el cáncer.

Sin embargo, no quiso desprenderse del hospital San Agustín de Dos Hermanas, que también le proporcionó algún quebranto económico en sus inicios y que dirige su hija María de los Ángeles, que le ha proporcionado un gran impulso en los últimos tiempos.

Hugo Galera Davidson se hizo muy conocido en los ambientes académicos de Sevilla por sus magistrales clases de Medicina, que solían estar abarrotadas de alumnos y en las que seguía el modelo anglosajón que aprendió en Londres y Boston. «Siempre me las preparaba como si fuera un examen», confesó en una entrevista con ABC, la última que concedió. Antes de una de esas clases, en plena Transición, tuvo un incidente con Marcelino Camacho, entonces diputado del PCE y secretario general de CC.OO. y diputado en Cortes, cuyo mitin se excedió de la hora acordada. Hugo Galera le pidió educadamente que se marchara para poder empezar su clase, pero los asistentes enfurecidos le gritaron «fascista» y le obligaron a abandonar la clase. Desde entonces La Facultad de Medicina no volvió a ceder el Aula Magna para ningún acto político.

Fue elegido académico de la Real Academia de Medicina de Sevilla en 1987, que lo eligió presidente en 2009. Allí trajo también aire fresco y a extraordinarios científicos. Su congreso de anatomía patológica, que se empeñó en hacer en Sevilla, se convirtió en uno de los foros más relevantes de España en su clase, con la asistencia de grandes especialistas norteamericanos y europeos.

Su experiencia en el Betis fue agridulce y siempre lamentó no haber dejado la Presidencia del Betis el día en que logró el histórico ascenso a Primera

En esa última entrevista con ABC Hugo Galera reconocía que la notoriedad que alcanzó como presidente del Betis (1989-1992) no tuvo parangón con ninguna otra de las muchas actividades a las que se dedicó como docente, médico, investigador o empresario no sólo en el sector sanitario sino también en el inmobiliario y el agropecuario.

Llegó a la presidencia del club por aclamación en un momento convulso y fue una experiencia agridulce. Hugo Galera siempre lamentó no haberse ido del Betis el día del ascenso a Primera que protagonizó en su primer año en el club, como había prometido. «Me sentí como Franco en la Plaza de Oriente cuando me jaleaban desde el estadio los aficionados», bromeó alguna vez, pero acabó siendo víctima de una campaña de desprestiGIo orquestada por su sucesor, Manuel Ruiz de Lopera, al que había elegido como vicepresidente económico de su Junta Directiva. Fue uno de los grandes errores de su vida, lo que le conduciría a los los peores momentos, posiblemente, de su existencia, y que afectaron también a su familia. Al final, el tiempo y los tribunales le dieron la razón.

Medalla de Oro de la Ciudad de Sevilla, la Medalla al Mérito Aeronáutico con distintivo Blanco de Primera Clase y la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio y miembro activo de la Real Asamblea Española de Capitanes de Yate, Hugo Galera nunca perdió la curiosidad. Cumplidos los 80, seguía leyendo publicaciones científicas sobre anatomía patológica. Su enfermedad no consiguió aplazar su deseo de saber y aprender. «Sólo me arrepiento no haber podido dedicar más tiempo a mi familia», dijo en esa última entrevista. En esos dos últimos años pudo hacerlo, por fin. La huella que ha dejado en ella será, sin duda, imborrable, como la que deja entre sus muchos amigos, compañeros y alumnos. También en la del autor de este obituario, que tuvo la gran suerte de conocerlo.

Fuente:Jesús Álvarez: Hugo Galera Davidson, el médico que dedicó su vida al estudio del cáncer.

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