A modo de prólogo: La Guerra Civil: 72 años después

Ramon Tamames Gomez, Breve historia de la Guerra Civil española (Spanish Edition) (pp. 14-23). Penguin Random House Grupo Editorial España.

En los últimos tiempos, se escuchan voces que todavía se atreven a pedir responsabilidades por lo que sucedió durante la contienda incivil de los españoles entre 1936 y 1939, con un extraño espíritu justiciero o incluso vengador. Pero que en cualquier caso desvirtúa al Shakespeare de Hamlet, en aquello de que «las fronteras entre la justicia y la venganza son difusas». Se trata más bien, en no pocos casos, de lamentaciones con algunos rencores tardíos —que habría dicho Pío Baroja—, con el despertar, para muchos, del sufrimiento y las heridas de lo que fue la mayor tragedia española de los últimos 500 años.

Cosa bien distinta de tales requisitorias pseudohistóricas, es plantearse el estudio de la Guerra Civil de cara a las jóvenes generaciones, en pos de saber qué representó aquella tormenta de fuego y acero de casi mil días, desde julio de 1936 hasta abril de 1939, de destrucción insensata; por muchas pasiones y argumentos vitales que tuvieran unos y otros.

Los ciudadanos de Estados Unidos pasaron en los años 60 del siglo xx por una especie de reflexión masiva sobre su también cruenta guerra civil desde 1861 a 1865, cuando los estados del sur buscaron la secesión. Existiendo hoy un auténtico turismo histórico a los campos de batallas, las de Guettysburg o Chattanooga; y tantas otras, cuyos campos de combate se han convertido en parques para la memoria histórica.

No digo que nosotros hayamos de ponernos en marcha masivamente para revisitar el Monte Garavitas en la Casa de Campo de Madrid, las Riberas del Jarama, la comarca de Brunete, o el escenario de Belchite, Teruel / Río Alfambra, así como el segmento del río Ebro; o el escenario de la Batalla de Guadalajara que cantó Miguel Hernández con aquellos versos de: «rumorosa provincia de colmenas / la patria del panal estremecido».

En el sentido que hemos apuntado, cabe decir que actualmente la guerra civil 1936-1939 es menos conocida para los españoles que la de Estados Unidos-Vietnam entre 1964 y 1975. Y de lo conocido ahora, lo que más se discute son las fosas comunes de fusilamientos y las represiones en ambas partes, dejando en la penumbra el por qué llegó a crearse en España situación tan patética como para degenerar en tal enfrentamiento. Y cabe plantear, en última instancia, que la causa estuvo en la inmisericorde decisión de pequeñas minorías de extremistas ideológicos, empecinados en el recíproco exterminio, para establecer un orden socialista o libertario los unos, o un régimen fascista, los otros.

Setenta y dos años después de finalizar el choque fratricida más violento de toda nuestra Historia (y ha habido decenas de ellos), no sólo debemos subrayar el dislate que fue la Guerra Civil, prolongada por una posguerra de casi cuatro décadas de hostilidad «de azules contra rojos», y en medida mucho menos efectiva, a la recíproca. Con la triste «novedad» de que en el Tercer Milenio, ya en el siglo xxi, resurgieron los viejos rencores con la llamada Ley de la Memoria Histórica (LMH) de 2007; una suerte de ajuste de hechos, contraria a los principios de la Ley de Amnistía de 1977, y antitética al más alto nivel con el espíritu de la transición.

En vez de recurrir a la creación de ucronías, de nuevos vencedores y nuevos vencidos, hemos de dar prevalencia al papel de la Historia. Una posición desde la cual, no cabe olvidar la Guerra Civil; no sólo por lo mucho que representó a escala mundial, como último «enfrentamiento romántico» para algunos, o anuncio de una conflagración de dimensiones universales para muchos, sino, sobre todo, porque ha de ser conocida por las terribles consecuencias que tuvo en la vida de una nación, que pasó de estar sociológicamente «desvertebrada» (Ortega dixit) a quedar literalmente «destrozada» por generaciones.

El recuerdo de esa secuencia de desdichas ha de hacernos pensar también, de cara al futuro, en evitar las disgregaciones que plantean quienes siguen renegando de la más elemental idea de España, a la que inevitablemente pertenecen; pretendiendo erigirse contra ella en lo que de tener éxito, que no lo tendrá, no serían otra cosa que una serie de republiquitas peninsulares. Al socaire de nacionalismos violentos unos, y menos violentos otros en la forma, pero convergentes en el fondo a los ojos de la mayoría.

En definitiva, las nuevas generaciones tienen derecho a que los posos de aquellas miserias de fuego y muerte de una guerra que terminó ahora hace 72 años, garanticen la cordura y la concordia entre todos los españoles de hoy. Y a ese objetivo fundamental se dedican las presentes páginas.

Este libro, como puede apreciarse por el índice bastante detallado en que se articula, contiene siete capítulos y tres anexos. Comenzando, obviamente, por el capítulo 1, por lo que llamamos «La permanente guerra política de la Segunda República», pues los años 1931-1936 fueron, a los efectos del presente estudio, una continua preparación de la incivil contienda ulterior. Casi nadie parecía estar contento con la República pues mientras unos, las derechas, la veían como el secuestro de la Monarquía y la senda inevitable a una revolución expropiadora, las izquierdas extremas, de una forma u otra, la consideraban como la mera fase transitoria a un cambio radical; para unos el socialismo y para otros la acracia libertaria.

El sector centrista, en un país de escasas clases medias pintó poco, a lo que también contribuyó el empobrecimiento generado por la Gran Depresión que a escala mundial se había iniciado en 1929.

En el capítulo 2 comienza el relato de los hechos: «Alzamiento militar y respuesta popular.» Un título que se corresponde con la realidad histórica de aquel momento único, de cuando el Ejército que había jurado fidelidad a la República se partió en dos; se crearon de esa manera las condiciones para, en vez de quedar todo en una rebelión militar triunfante, entrar en el proceso de una cruenta guerra civil.

Como se verá en la crónica de los primeros días de guerra, por la ilación de episodios con toda clase de improvisaciones por ambos bandos, y con el apoyo internacional, desde el principio, a una facción y otra.

De modo que la prolongación de la lucha quedó asegurada en función de ingentes suministros bélicos. Precisamente, el detalle de esa intromisión exterior en la Guerra Civil española es el tema que se desarrolla en el capítulo 3, «La internacionalización de la contienda». Con todo el detalle de las aportaciones alemanas, italianas, marroquíes y portuguesas al bando nacional, que se benefició, además, de la política de «las democracias» europeas de «no intervención», así como por el aislacionismo de Estados Unidos. Respecto a la otra orilla, la España leal a la República, se analiza la ayuda soviética y se hace mención muy especial de las Brigadas Internacionales. Destacándose, además, que para las fuerzas exteriores en presencia, la Guerra Civil española fue un campo de experimentación de toda clase de armamentos y municiones para la ulterior Segunda Guerra Mundial.

Naturalmente, una proporción importante de esta obra se dedica a las «operaciones militares», capítulos 4 y 5. El 4 para la primera fase de la contienda entre el 18 de julio de 1936 (el alzamiento y la respuesta popular) hasta la batalla de Guadalajara de marzo de 1937, cuando todavía se consideraba que, parado el primer golpe, la República podría alcanzar la victoria. Fue, lógicamente, la fase más dinámica, centrada en el intento permanente, durante diez meses, de conseguir la conquista de Madrid; lo que habría tenido una enorme significación política, sobre todo internacional. Objetivo que, sin embargo, no pudo cubrirse hasta el mismísimo final de la guerra, dos días antes de proclamarse la victoria por Franco.

El capítulo 5 se refiere a la segunda y más larga parte de la guerra, con la liquidación del frente Norte y las batallas emprendidas para desviar la presión nacionalista sobre esa zona del conflicto. Porque eso fueron esencialmente los grandes operativos de Brunete y Belchite, en los que ya pudo apreciarse que la República no tenía suficientes reservas para ganar las batallas acometidas. Algo que se vio claramente en el intento de la ofensiva republicana en Teruel, iniciada para evitar la tenaza definitiva de Franco sobre Madrid por Guadalajara; siendo Teruel a la postre el primer gran colapso del Ejército Popular, con la consecuencia de la división de la zona republicana en dos partes.

El fracaso republicano en Teruel provocó el posterior intento de reunificar las dos zonas ya separadas de Cataluña y del resto (Levante y Centro), a través de la batalla del Ebro (julio-noviembre de 1938), que marcó el definitivo signo de la guerra, pues a partir de ella se produjo una sucesión de derrotas republicanas en Cataluña, con el episodio final, marzo de 1939, del golpe del coronel Casado, quien virtualmente entregó a Franco, a cambio de nada, las zonas Centro y de Levante de la República.

Pero, por muy interesantes que sean los episodios bélicos, en un conflicto como el que aquí se estudia, hay otros aspectos. Y en ese sentido, en el capítulo 6 estudiamos las «Transformaciones socioeconómicas durante la Guerra Civil» en los dos bandos. Con una pretendida revolución económica y social en la zona republicana, fallida en tantos aspectos, incluyendo las experiencias anarquistas. Frente a una España nacionalista que fue construyendo el «Nuevo Estado», bajo la autoridad única del «generalísimo» Franco; en duro contraste con el desorden político y la falta de consistencia militar en la zona republicana.

El libro termina en su parte narrativa con el capítulo 7, «Consecuencias de la guerra», en el que se recogen los elementos principales de la evaluación del coste del dramático conflicto, empezando por su financiación. En ese sentido, y sintetizando mucho, el bando de Franco recibió créditos de Alemania e Italia por un total de 650 millones de dólares. En tanto que la República utilizó las reservas metálicas del Banco de España, por un monto de 541,2 millones de dólares; algo menos, pues, que los créditos recibidos por Franco de las potencias del Eje. En términos macroeconómicos, la guerra, según los cálculos disponibles, representó un gasto aproximado de 1,25 veces el PIB de 1935, último año de paz. O si se quiere decir de otra forma, en cada uno de los tres años de contienda se dedicó, como promedio, el 40 por ciento del PIB español al esfuerzo bélico: para pulverizarse unos a otros en pugna fratricida de sufrimiento sin fin. De modo que, al final de la guerra, el nivel de renta per cápita se había hundido un 30 por ciento; obviamente, de forma muy desigual entre vencedores y vencidos. Y en la lenta recuperación que siguió entre 1939 y la década de 1950 —la era de la autarquía— puede decirse que sólo en 1953 se recuperó el PIB per cápita de 1935.

Pero el mayor desastre de toda la guerra fue el sufrimiento humano; con una cifra de muertos (incluyendo los caídos en campaña, en la retaguardia, en las represalias en ambas zonas y en los tétricos fusilamientos en la inmediata posguerra en la España de Franco), no menos de 800.000 personas. A lo cual habría de agregarse 300.000 españoles que en su mayor parte se exiliaron de manera prácticamente definitiva. Incluimos, además, en el propio capítulo 7, una sucinta referencia a los impactos de la Guerra Civil en la literatura y en el arte, así como a la ulterior senda de reconciliación nacional, ya en los años 70 del siglo xx durante la transición a la democracia; sin olvidar el episodio tan reciente de la pretendida recuperación de una cierta «memoria histórica».

El libro se cierra con tres anexos: una cronología, un conjunto de testimonios personales sobre la contienda y una bibliografía. Esta última muy somera, por comparación con la vastedad de escritos que se generó como consecuencia de la Guerra Civil española.

En resumen, cabe decir que este libro, que se planteó como una «Breve historia de la Guerra Civil española», a lo largo de su elaboración fue ampliándose más de lo inicialmente pensado. Sin embargo, estimo que lo principal de un acontecimiento irrepetible está condensado aquí en una extensión de páginas que, con todo, mantiene la idea anunciada de la «brevedad».

Al terminar este trabajo, quiero evocar la figura magistral del profesor Miguel Artola, que en 1972 me llamó un día para incorporarme a su equipo en la elaboración de una nueva Historia de España, que llevó el sello de Alfaguara en su primera versión. Con entusiasmo dije que sí a esa invitación, para participar en una obra que durante una década enseñoreó la bibliografía sobre la Historia de España, y en la que me correspondió la tarea de redactar el VII volumen, «La República. La Era de Franco», que tuvo once sucesivas ediciones.

Ahora, por esos avatares que se tejen en la historia de las personas, ha sido Ricardo Artola, hijo de don Miguel, quien desde su posición de director literario de Ediciones B, me ofreció redactar esta «Breve historia». Lo cual asumí con no menor entusiasmo que en 1973, por la posibilidad que se me brindaba de revisar a fondo lo que había escrito en la década de 1970, con nuevas incorporaciones historiográficas. Y creo, sobre todo, que con una visión más sintética y, al tiempo, estimo, más imparcial, de lo que fue aquella inmensa tragedia de la Guerra Civil, que enfrentó a los españoles durante casi mil días (984 más concretamente) y los dividió entre vencedores y vencidos durante 40 años.

Quiero desde aquí expresar mi agradecimiento a los dos historiadores Artola, senior y junior, y también a una serie de colegas y amigos que me han animado para llevar a cabo este trabajo con humanas ideas y referencias. Reconocimiento que extiendo sobre todo a mis dos secretarias, Begoña González Huerta y María Dolores García Camacho que, como siempre, han laborado espléndidamente, con más que notable inteligencia, por su contribución a hacer realidad el diseño de esta obra, de no poca complejidad en su configuración gráfica, al que han dedicado mucho tiempo y esfuerzo.

Y a propósito de las ilustraciones, debo expresar mi reconocimiento por el trabajo del libro de Hugh Thomas —The Spanish Civil War— a efectos de mapas de las operaciones militares (hispanizados por Ruedo Ibérico), y en cuanto a instrumentos bélicos, estimo en gran valor el trabajo de J. M. Manrique García y L. Molina Franco Las armas de la Guerra Civil (La esfera de los libros). En la misma línea de gratos sentimientos por la ayuda recibida, mencionaré a mi esposa, Carmen Prieto-Castro, que leyó todo el original proponiendo gran número de correcciones a introducir. Y por idéntica razón, he de mencionar al doctor en Económicas Cristiano Careaga, que me sugirió una serie de reflexiones interesantes, algunas de las cuales he tenido muy en cuenta.

Por último, citaré a mi nieto Lope Gallego Tamames, futuro licenciado en Administración de Empresas, que en su posición de Erasmus en París, contribuyó a algunos pasajes del texto, suscitando cuestiones propias de una generación muy reciente que no conoció la Guerra Civil española, y que precisamente por ello quiere saber qué pasó realmente en esta bendita tierra en aquellos tres tristes años.

Sólo me queda agradecer a los futuros lectores las observaciones que quieran hacerme y que pueden enviar a

castecien@bitmailer.net. Ramón Tamames Madrid, 12 de octubre de 2011

Ramon Tamames Gomez, Breve historia de la Guerra Civil española (Spanish Edition) (pp. 14-23). Penguin Random House Grupo Editorial España. Édition du Kindle.

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