DOMINGO I DE PASCUA (31 marzo 2013)

Ya vivimos en Pascua permanente

Introducción:Aspirad a los bienes de arriba (Col 3,1-4)
Se entiende mejor esta lectura si leemos los últimos versículos del capítulo anterior (2,20-23) y algunos más de éste (3, 6-14). En nuestra vida ha habido un hecho decisivo: el bautismo. Por él hemos muerto a los “elementos del mundo”: al hombre viejo, carnal, egoísta, que ve sólo “de tejas para abajo”. Lo material, viene a decir, las reglas humanas, etc. no pueden “centrar” nuestra vida. Hay que liberarse de leyes religiosas, tabúes, prohibiciones, prescripciones, invenciones humanas, fervores voluntarios. “Eso tiene fama de sabiduría por sus devociones voluntarias, humildades y severidad con el cuerpo; pero no tiene valor ninguno, sirve para cebar el amor propio” (2,23).

Lo leído hoy es la cara positiva del bautismo: la comunión en el Espíritu de Cristo. Hemos sido incorporados a la resurrección de Cristo. Ya vivimos de su Espíritu: “buscad lo de arriba, donde está el Mesías... Estad centrados arriba, no en la tierra”. Este segundo imperativo (en la versión litúrgica: “aspirad”) es del verbo “froneo”, al que ya hemos aludido; procede de “fren”: “toda membrana que envuelve un órgano”, el corazón, el hígado, las vísceras, etc. De aquí pasa a significar aquello que configura o da unidad al ser humano: corazón, alma, inteligencia, voluntad... Alude a la fuerza que orienta y unifica al cristiano y a la comunidad. Hemos nacido “de lo alto” (“anozen”: “de arriba”, Jn 3,3), luego “centraos en lo de arriba (“ta ano froneite”), no en lo que está en la tierra” (Col 3,2). Claramente se refiere al Espíritu que hemos recibido de Jesús. Él unificó la vida de Jesús: le ungió para evangelizar a los pobres, liberar oprimidos, abrir ojos y proclamar el amor incondicional de Dios (Lc 4,17-21).

“Habéis muerto, vuestra vida está escondida...; apareceréis en gloria” (3,3-4). Por el bautismo se muere a “lo terrenal”, a lo puramente inmanente, al egoísmo. Pero, por el bautismo, el Espíritu nos envuelve la vida en el amor del Padre. “Dios, rico en misericordia, nos tiene un inmenso amor; aunque estábamos muertos por nuestros pecados, nos volvió a la vida junto con Cristo -¡por pura gracia habéis sido salvados!-, nos resucitó y nos sentó con él en el cielo” (Ef 2, 4-6).

En los versículos siguientes (3,5,14) invita a extirpar lo que hay de inhumano en nosotros: el descontrol de los instintos, la codicia egoísta, los arrebatos de ira, el malquerer, la mentira, la exclusión por raza, religión, nacionalidad, estado social... Por el contrario debemos “vestirnos” con las actitudes que proceden del Espíritu: ternura, agrado, humildad, sencillez, tolerancia, aguante y perdón mutuos... “Y, por encima de todo, ceñíos del amor mutuo, el cinturón perfecto” (3,14).

Oración:Aspirad a los bienes de arriba (Col 3,1-4)

Jesús “centrado en lo de arriba”, en el Espíritu:
Hoy, el fragmento de la carta a los cristianos de Colosas nos recuerda
que tu resurrección es también nuestra: “habéis resucitado con Cristo”.
Un poco antes (2,12) se nos dice:
“fuisteis sepultados con Cristo en el bautismo,
en el que también resucitasteis con él por vuestra fe en la fuerza de Dios
que lo resucitó de entre los muertos”
.

Es lo mismo que dice Pablo en la carta a los Romanos (6, 3-11):
¿Habéis olvidado que a todos nosotros,
al bautizarnos vinculándonos al Mesías Jesús,
nos bautizaron vinculándonos a su muerte?
Luego aquella inmersión que nos vinculaba a su muerte nos sepultó con él,
para que, así como Cristo fue resucitado de la muerte por el poder del Padre,
también nosotros empezáramos una vida nueva.
Pues si por esta acción simbólica hemos sido incorporados a su muerte,
también lo seremos a su resurrección...
Teneos por muertos al pecado y vivos para Dios, mediante el Mesías Jesús"
.

Esta lectura, Jesús resucitado, nos recuerda nuestra raíz cristiana:
la consagración bautismal: el nacimiento de arriba, del agua y del Espíritu;
el abrazo primero y decidido contigo y con tu causa;
el momento en que nos entregas tu Espíritu para sentirnos hijos del Padre,
y enviados, como tú, a realizar tu misma misión;
ahí nos haces “otro Cristo”, otro “ungido”, para evangelizar a los pobres,
liberar oprimidos, abrir ojos y proclamar el amor incondicional de Dios.
Ahí nos introduces en la comunidad eclesial: comunidad de enviados,
corresponsables de tu misma tarea, comunión para la misión.
(Carlos Marcet, SJ: La misión compartida en las parroquias. Rev. Sal Terrae junio 2011, pp. 509-523. Si diéramos el valor justo al bautismo, la Iglesia adquiriría también su valor y dinamismo adecuado. La reforma evangélica se posibilitaría enormemente. La comunión eclesial sería tan amplia como evangélica).


“Estad centrados arriba, no en la tierra”:
esta es la llamada de la segunda lectura de hoy;
es la llamada a buscar unidad y sentido a nuestra vida.
Nos recuerda tu propuesta a Nicodemo:
“Si uno no nace de nuevo, no puede vislumbrar el reino de Dios”.
El reino de Dios es la realización plena humana;
el creador no puede querer otra cosa que la dicha de sus criaturas;
como un padre o madre la felicidad de sus hijos.

La felicidad humana, Jesús de Nazaret, era tu única teología:
no querías el sufrimiento ni el dolor, y por eso curabas y consolabas;
proponías encontrar la dicha por la vida compartida en sobriedad,
en libertad y ayuda mutua,
en corazón limpio y proceder justo,
en el trabajo por la paz como hijos de Dios...

En esta lucha por el Reino se implicó toda tu existencia:
hacías las obras que el Padre te inspiraba;
escuchabas su voz en el silencio de tu corazón.

A esta lucha por el reino nos quieres llevar a nosotros:
por eso nos ha dado tu Espíritu, como el Padre te lo ha dado a ti;
es el Espíritu recibido en el agua del bautismo;
si uno no nace de agua y Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.
Es la fuerza que nos lleva a creer en la cercanía amorosa de Dios:
podemos ser dichosos, podemos vencer el mal, podemos realizarnos.

“Estad centrados arriba, no en la tierra”,
es decir, en el Espíritu del Amor, no en el egoísmo puro y duro.

Jesús resucitado, danos a sentir tu Espíritu:
queremos escucharlo en lo profundo, en el centro de nuestro ser;
donde “nuestra vida está contigo, Cristo, escondida en Dios”;
que tu amor gratuito unifique nuestro corazón y nuestra actividad;
que tu amor nos ponga al servicio de todos, primero de los más necesitados.

Rufo González
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