DOMINGO 21º TO (23.08.2015)

Introducción:El Espíritu es quien da vida” (Jn 6,60-69)
Leemos la última parte del capítulo sexto del evangelio de Juan. Jesús ha planteado a los discípulos la segunda pascua: su muerte será el paso-entrada en una vida nueva. Es la vida en el Espíritu. Su humanidad resucitada será el pan de esta vida. Él seguirá construyendo su reino con nosotros. No nos dejará huérfanos. Pero en esta etapa, la crisis, la tentación, seguirá asediando a los discípulos, como le asedió a él. Hoy el evangelio narra una de estas crisis.

Los discípulos no acaban de entender a Jesús como Mesías-siervo
Siguen en la mentalidad del Mesías-rey (6,15). Quieren constituirle en autoridad de este mundo, creyendo falsamente que así tendrán asegurado el sustento. No será necesario el esfuerzo del amor que Jesús vive, ni la entrega de la propia vida. Bastará que el Rey, todopoderoso, cargado de bienes y prerrogativas, tenga el poder, y todos le obedezcan a él y a sus representantes. Es la constante de las diversas teocracias, dictaduras bendecidas, cristiandades, etc. donde el hombre inmaduro entrega su vida a cambio del plato de lentejas. En la tentación del poder cayó reiteradamente la Iglesia. Los papas se creyeron con poder absoluto sobre toda creatura, incluso para repartir tierras y autorizar la esclavitud perpetua de los no cristianos. Baste recordar a Inocencio III, Bonifacio VIII, Nicolás V, etc. (“La autoridad de la verdad. Momentos oscuros del magisterio eclesiástico”, J. I. González Faus. Sal Terrae. Santander 2006 2ª ed., pp. 55-64; 73-76).

La propuesta de Jesús es el Reino del Espíritu de Dios
La propuesta de Jesús no está en el poder, en el acumular egoísta, en el honor humano. Él propone un reino, un modo de vida, que nazca del amor a todos, de la igual dignidad, del respeto a los derechos humanos, de la libertad, de la vida para todos. Su propuesta es su Espíritu, que no es de este mundo, pero que anima este mundo. Respeta la autonomía de la naturaleza y la sociedad civil, promueve todo aquello que construye y realiza a la persona. Deja en nuestras manos, en las manos de toda la humanidad, el crecimiento y la evolución de la historia. Ofrece a todos el Espíritu de su reino, el Espíritu del Padre creador, el Espíritu que nos mueve a buscar la verdad de las cosas, el Espíritu que nos reconcilia y nos aúna en la fraternidad común. “El Espíritu es quien da vida”. Jesús cree que el Padre le sugiere su modo de vida, que es el Padre de todos quien le ha enviado para revelar a los hermanos y entregarles su mismo Espíritu.

¿Y si vierais al Hijo del Hombre subir a donde estaba antes?
Con estas palabras Jesús les pone en el brete de que aún tendrán más problemas para creer cuando le vean a él “subir” a la cruz, derrotado por el odio y egoísmo, camino del Padre que le resucitará a la vida eterna, “donde estaba antes”. Esta prueba trajo el abandono masivo: “todos lo abandonaron y huyeron” (Mc 14, 50). Los discípulos siguen sin entender la “vida” que trae Jesús, el Espíritu que ofrece: “el Espíritu es quien da vida, la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida”. La “carne” expresa al hombre imperfecto, sin capacidad de amar como Dios ama, encerrado en el egoísmo, sujeto como mucho a la ley de la equivalencia: te doy si me das (“do ut des”. Quieren construir la vida apoyados en el triunfo y dominio. El hombre del “Espíritu” sigue la ruta de Jesús, la ruta del Padre de cielo, la ruta de la entrega personal en amor gratuito y en libertad, en servicio y desprendimiento, sin miedo a la muerte física, porque vive ya una vida que no termina.

Nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”, dice Jesús, remitiendo a lo anteriormente dicho: “quien escucha y aprende lo que dice el Padre, viene a mí” (6,44-45). Meditar, entender y aceptar como Padre-Madre al Creador despierta su mismo amor (ver comentario domingo 19). A pesar de la explicación, “muchos se echaron atrás y no volvieron a ir con él”.

Jesús quiere dejar las cosas claras:¿también vosotros queréis marcharos?”. Pedro con decisión reconoce: “nosotros creemos. Y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios”. “El Santo de Dios” es un apelativo mesiánico (Mc 1,24; Lc 4,34; Hech 2,27; Lc 1,35). La fe le lleva a Pedro a saber que en Jesús se ha revelado Dios, que Jesús tiene la plenitud de vida y de amor que hay en Dios, tiene el Espíritu Santo.

Oración:el Espíritu es quien da vida” (Jn 6,60-69)

Jesús, lleno de Espíritu Santo:
Asistimos hoy al proceso de fe de los discípulos.

Es fácil ilusionarse con tus palabras y portentos:
- ¿quién no se siente atraído por la fraternidad universal...?
- ¿a quién no encanta la mesa común, con alimentos para todos...?
- ¿quién no sueña con un mundo de libertad, de paz, de vida, de verdad...?

La realidad nos dice que son sueños, falsas percepciones, palabras vacías:
- el poder del egoísmo sigue siendo descomunal;
- la injusticia sigue fuertemente anidada en instituciones y personas;
- millones de seres humanos son condenados al hambre y la muerte prematura;
- la libertad disfraza muchos corazones insensibles ante el sufrimiento;
- por “vivir bien” nosotros, sacrificamos e inhumanizamos a mucha gente.

A pesar de todo, creemos que tu Aliento “llena el universo”:
- “con admirable cuidado guía el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra”;
- “está presente a esta evolución” de la verdad, la justicia y el amor (Vat. II, GS 11, 26);
- muchas personas se están dejando seducir por tu vida, por tu solidaridad...;
- tu fermento está impregnando la masa de muchas comunidades de contraste.

A ti, Jesús del Espíritu, te siguen llegando nuestras excusas:
- son, somos, muchos los que no comprendemos tu vida;
- no reconocemos tu consuelo en las tristezas de cada día;
- tarda mucho la revancha frente a los malvados que nos perjudican;
- nos vemos abocados a atesorar bienes y amigos para caso de infortunio;
- creemos más atractiva tu causa si la envolvemos en lujo y brillantez;
- buscamos seguridad y blindaje en palabras autorizadas, sagradas, indiscutibles;
- divinizamos la suntuosidad del poder, las masas aplaudiendo, el incensario humeante;
- las “lentejas” hechas "lentejuelas", el honor, la distinción... valen más que la libertad...;
- los intereses de la institución están antes que tu hipotético y lejano reino.

El Espíritu es quien da vida”, nos repites una y otra vez:
- es el Espíritu de Dios que Tú, Jesús de Nazaret, sentías sobre ti;
- el que te había “ungido” (consagrado) a ser buena noticia para los pobres;
- el que te había enviado a liberar a los oprimidos por cualquier mal;
- el que te incitaba a abrir los ojos ciegos de egoísmo y maldad;
- el que te abría el corazón para perdonar como el Padre perdona.

¿También vosotros queréis marcharos?”, les dices a los Doce:
- el núcleo de los discípulos, los responsables del nuevo pueblo de Dios;
- ellos también sucumbieron ante la prueba de la muerte;
- “todos te abandonaron y huyeron”;
- Pedro juró y perjuró que no te conocía.

A todos, responsables y miembros sencillos de la Iglesia, nos visita la tentación:
- seguimos con frecuencia a nuestro espíritu “carnal” más que al espíritu de amor;
- mantenemos obediencia a nuestros intereses más que a la necesidad ajena;
- nos apegamos a la ley institucional más que a la conciencia;
- manipulamos tu Espíritu para ponerlo de nuestra parte;
- sacralizamos el poder de este mundo para nuestros intereses...

Jesús del Espíritu Santo:
- que tu Espíritu nos ayude a escuchar, debajo de los hechos, el amor del Padre;
- que tu Espíritu de vida nos dé a conocer y respetar los derechos humanos;
- que tu Espíritu de libertad nos ayude a proponer, nunca imponer, tu verdad;
- que tu Espíritu de justicia nos fortalezca en favor de los débiles;
- que tu Espíritu de discernimiento nos aporte luz para descubrir tu voluntad;
- que tu Espíritu de amor nos haga considerar a cada persona, como una perla preciosa.

Rufo González
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