DOMINGO 22º TO B (30.08.2015)
Introducción: “Honran con los labios, su corazón está lejos de mí” (Mc 7,1-8.14-15.21-23).
Recobramos la lectura de Marcos. Hoy leemos parte del capítulo siete. Puede dividirse en dos escenas:
1.- Diálogo polémico con los fariseos y letrados (vv. 1-13)
Los fariseos (“separados”) eran un grupo judío, formado por seglares devotos que intentaban llevar la religión hasta los últimos reductos de la vida. Estudiaban la Escritura y cultivaban un comentario prolijo para explicar los antiguos preceptos y concretar las prácticas en cada situación. Entre ellos sobresalían los letrados: maestros en teología y cánones. Recibían una ordenación al cumplir los cuarenta años. Vestían ropas especiales, borlas en el manto, colgantes en frente y brazos con frases de la Escritura. Se rodeaban de discípulos-servidores que les llamaban “padre”, “director”, “rabí”. Tenían puestos (“cátedras”) de honor en las sinagogas y en los banquetes. Les encantaba el saludo reverente por la calle (Mt 23,5-10). Inculcaban a todos el deber de pagar el diez por ciento de los frutos de la tierra y mantenerse “puros” ante Dios. Tocar cosas muertas o personas con ciertas enfermedades, y tratar con gente no observante de la Ley como ellos la entendían, ponía a mal con Dios. Lo que compraban, vasos, ollas, platos, utensilios..., lo lavaban con gran cuidado, por si estaba “manchado” o “impuro”. Practicaban lavatorios engorrosos antes de comer, por si las manos habían tocado, sin querer, algo “impuro” (Mc 7,1-4; Lc 11,38).
Fariseos y letrados atacan directamente a los discípulos:¿por qué comen con manos impuras y no siguen la tradición? Jesús responde declarando su hipocresía y legalismo: “honran con los labios, su corazón está lejos de Dios... Culto vacío... lleno de preceptos humanos... Prefieren la tradición a la voluntad de Dios”. El texto litúrgico salta los vv. 9-13. En ellos Jesús ejemplifica su denuncia palmariamente: ayudar a los padres necesitados es voluntad de Dios; pero los fariseos dicen que si dan ese dinero como ofrenda al templo, están exentos del deber de ayudar a los padres. “Y de éstas hacéis muchas”, les dice.
2.- Instrucción a la multitud (vv. 14-15) y a los discípulos (vv. 17-23)
A la multitud (vv. 14-15) les propone el principio válido para todos: nada de fuera mancha al hombre; sólo lo que sale de dentro hace impuro al hombre. Es decir, el hombre sólo se separa de Dios si su corazón decide no estar con Dios. Algunos manuscritos añaden el v. 16: “si uno tiene oídos para oír, que escuche”.
Los discípulos, en casa, preguntan por ese principio válido para todos. Con él, creen, se suprime la diferencia entre judíos y paganos. Por eso los discípulos llaman a ese principio “parábola”, creyendo que lo decía así “para los de fuera” (Mc 4,11). Jesús les recrimina también su incapacidad de entender. Y les explica con más detalle (vv. 17-23; sólo leemos los vv. 21-23). Lo que une o separa de Dios, no está en cumplir o no cumplir normas religiosas, sino en la relación de amor o egoísmo con el ser humano: consigo mismo y con los otros. Todo lo que sale del corazón, del espíritu personal, mancha si está dominado por el egoísmo y la intención de hacer daño: incestos, robos, homicidios, adulterios, desenfreno, envidia, insultos, orgullo...
El evangelio es siempre actual
La religiosidad meramente externa es peligro constante en todas las religiones. Puede “manchar” cuando está infectada de egoísmo, imposición, explotación, miedo, vangloria... Ahí están procesiones sin compromiso, recepción social de los sacramentos, rituales ininteligibles y mágicos, rezos rutinarios, vana ostentosidad, ofrendas lujosas a las imágenes frente a la cicatería para ayudar a los necesitados, desmesura en ennoblecer los recintos religiosos con obras valiosas de “este mundo”, búsqueda sagaz de brillo y distinción en atuendo y títulos de los responsables comunitarios, marginación hacia quienes se oponen a leyes innecesarias desde el evangelio, falta de diálogo, oposición a cambios posibles, miedo al diferente... La línea profética (Os 6,6; Am 4,1-5; Is 6,5; Jr 1,27; Ez 36,26s) de Jesús, es dificultada de muchos modos en nuestra Iglesia católica.
Oración: “Honran con los labios su corazón está lejos de mí” (Mc 7,1-8.14-15.21-23)
Jesús de la verdad que nos hace libres:
Tu palabra invita hoy a la sinceridad más profunda;
a mirar el interior de nuestra conciencia:
- allí donde surgen las ideas y las intenciones;
- allí donde nuestra libertad decide nuestro ser y nuestro hacer;
- allí donde se incuba nuestro proyecto de vida verdadera;
- allí donde unimos o rompemos nuestra identidad y coherencia personal.
Jesús del evangelio, cuidamos poco la vida interior:
- exaltamos la apariencia física, la fachada, el deslumbramiento...;
- ocultamos, marginamos, a veces hasta denigramos, la belleza interior;
- poco trabajo dedicamos al cultivo de la conciencia en valores humanos;
- descuidamos el sentido de la vida y su sabiduría;
- la misma conciencia vive dispersa, entretenida en lo superficial;
- pervertimos lo “bueno” y “digno” con lo sólo placentero, injusto, incluso grosero;
- hemos abdicado del esfuerzo por la justicia, por la mesa para todos;
- huimos de cualquier sacrificio, dolor y entrega por los más débiles.
La misma vida religiosa está teñida de egoísmo infantilizado:
- “reza por mí”, dicen algunos, como si el amor divino dependiera de nuestros rezos;
- practicamos ritos mágicos para ganarnos el favor de Dios...;
- nos llamamos cristianos o católicos cuando nos interesa o conviene;
- vida y religión son actividades diversas, separadas, a veces contradictorias;
- el miedo, el afán de acumular méritos, el quedar bien... mueven nuestra fe;
- la imposición, el cumplimiento, la tradición... sostienen la práctica religiosa.
Jesús de la libertad y de la conciencia, necesitamos a nivel personal:
- entrar en nuestro interior y repasar nuestras convicciones profundas;
- preguntar a nuestro corazón qué siente ante la vida, ante los hermanos...;
- aclararnos cómo entendemos de verdad tu evangelio, tu buena noticia;
- meditar tu vida, tu comportamiento religioso, tu compromiso social...
Igualmente a nivel comunitario, eclesial, urge aclarar:
- si el corazón de la Iglesia está cerca del corazón de Dios;
- si nuestro culto se centra más en la forma que en el amor a los débiles;
- si nuestra comunión es uniformidad, pensamiento único y excluyente;
- si confundimos Iglesia con obispos, curas y monjas;
- si a todos les permitimos ser oyentes, corresponsables, palabra activa;
- si seguimos tratando a los disidentes como en el siglo XVI:
- si valoramos más la tradición (con minúscula) que la libertad evangélica;
- si tenemos varas de medir para conservadores y liberales, clérigos y laicos...;
- si somos capaces de ofrecer el “amor que desciende” gratuito a los hermanos;
- si sabemos introducirnos en el misterio del amor divino que nos realiza en plenitud...
Jesús manso y humilde de corazón:
Que tu Espíritu nos dé a sentir tu presencia amorosa.
Que nos llene de gratitud el sentir el amor desinteresado del Padre.
Que estemos seguros de que “nada nos puede separar de su amor”:
ni la ley, ni las costumbres, ni los ritos, ni la moral, ni institución alguna...
Que creamos que Dios quiere y trabaja por nuestra realización humana más plena.
Que sintamos tu amor comprensivo en toda situación.
Que tu pasión por Dios y su reino sea nuestro alimento diario:
lo reflexionemos y descubramos en la vida de cada día;
lo tengamos en el corazón y en los labios;
lo vayamos haciendo realidad en libertad, en justicia, en bondad, en paz...
Rufo González
Recobramos la lectura de Marcos. Hoy leemos parte del capítulo siete. Puede dividirse en dos escenas:
1.- Diálogo polémico con los fariseos y letrados (vv. 1-13)
Los fariseos (“separados”) eran un grupo judío, formado por seglares devotos que intentaban llevar la religión hasta los últimos reductos de la vida. Estudiaban la Escritura y cultivaban un comentario prolijo para explicar los antiguos preceptos y concretar las prácticas en cada situación. Entre ellos sobresalían los letrados: maestros en teología y cánones. Recibían una ordenación al cumplir los cuarenta años. Vestían ropas especiales, borlas en el manto, colgantes en frente y brazos con frases de la Escritura. Se rodeaban de discípulos-servidores que les llamaban “padre”, “director”, “rabí”. Tenían puestos (“cátedras”) de honor en las sinagogas y en los banquetes. Les encantaba el saludo reverente por la calle (Mt 23,5-10). Inculcaban a todos el deber de pagar el diez por ciento de los frutos de la tierra y mantenerse “puros” ante Dios. Tocar cosas muertas o personas con ciertas enfermedades, y tratar con gente no observante de la Ley como ellos la entendían, ponía a mal con Dios. Lo que compraban, vasos, ollas, platos, utensilios..., lo lavaban con gran cuidado, por si estaba “manchado” o “impuro”. Practicaban lavatorios engorrosos antes de comer, por si las manos habían tocado, sin querer, algo “impuro” (Mc 7,1-4; Lc 11,38).
Fariseos y letrados atacan directamente a los discípulos:¿por qué comen con manos impuras y no siguen la tradición? Jesús responde declarando su hipocresía y legalismo: “honran con los labios, su corazón está lejos de Dios... Culto vacío... lleno de preceptos humanos... Prefieren la tradición a la voluntad de Dios”. El texto litúrgico salta los vv. 9-13. En ellos Jesús ejemplifica su denuncia palmariamente: ayudar a los padres necesitados es voluntad de Dios; pero los fariseos dicen que si dan ese dinero como ofrenda al templo, están exentos del deber de ayudar a los padres. “Y de éstas hacéis muchas”, les dice.
2.- Instrucción a la multitud (vv. 14-15) y a los discípulos (vv. 17-23)
A la multitud (vv. 14-15) les propone el principio válido para todos: nada de fuera mancha al hombre; sólo lo que sale de dentro hace impuro al hombre. Es decir, el hombre sólo se separa de Dios si su corazón decide no estar con Dios. Algunos manuscritos añaden el v. 16: “si uno tiene oídos para oír, que escuche”.
Los discípulos, en casa, preguntan por ese principio válido para todos. Con él, creen, se suprime la diferencia entre judíos y paganos. Por eso los discípulos llaman a ese principio “parábola”, creyendo que lo decía así “para los de fuera” (Mc 4,11). Jesús les recrimina también su incapacidad de entender. Y les explica con más detalle (vv. 17-23; sólo leemos los vv. 21-23). Lo que une o separa de Dios, no está en cumplir o no cumplir normas religiosas, sino en la relación de amor o egoísmo con el ser humano: consigo mismo y con los otros. Todo lo que sale del corazón, del espíritu personal, mancha si está dominado por el egoísmo y la intención de hacer daño: incestos, robos, homicidios, adulterios, desenfreno, envidia, insultos, orgullo...
El evangelio es siempre actual
La religiosidad meramente externa es peligro constante en todas las religiones. Puede “manchar” cuando está infectada de egoísmo, imposición, explotación, miedo, vangloria... Ahí están procesiones sin compromiso, recepción social de los sacramentos, rituales ininteligibles y mágicos, rezos rutinarios, vana ostentosidad, ofrendas lujosas a las imágenes frente a la cicatería para ayudar a los necesitados, desmesura en ennoblecer los recintos religiosos con obras valiosas de “este mundo”, búsqueda sagaz de brillo y distinción en atuendo y títulos de los responsables comunitarios, marginación hacia quienes se oponen a leyes innecesarias desde el evangelio, falta de diálogo, oposición a cambios posibles, miedo al diferente... La línea profética (Os 6,6; Am 4,1-5; Is 6,5; Jr 1,27; Ez 36,26s) de Jesús, es dificultada de muchos modos en nuestra Iglesia católica.
Oración: “Honran con los labios su corazón está lejos de mí” (Mc 7,1-8.14-15.21-23)
Jesús de la verdad que nos hace libres:
Tu palabra invita hoy a la sinceridad más profunda;
a mirar el interior de nuestra conciencia:
- allí donde surgen las ideas y las intenciones;
- allí donde nuestra libertad decide nuestro ser y nuestro hacer;
- allí donde se incuba nuestro proyecto de vida verdadera;
- allí donde unimos o rompemos nuestra identidad y coherencia personal.
Jesús del evangelio, cuidamos poco la vida interior:
- exaltamos la apariencia física, la fachada, el deslumbramiento...;
- ocultamos, marginamos, a veces hasta denigramos, la belleza interior;
- poco trabajo dedicamos al cultivo de la conciencia en valores humanos;
- descuidamos el sentido de la vida y su sabiduría;
- la misma conciencia vive dispersa, entretenida en lo superficial;
- pervertimos lo “bueno” y “digno” con lo sólo placentero, injusto, incluso grosero;
- hemos abdicado del esfuerzo por la justicia, por la mesa para todos;
- huimos de cualquier sacrificio, dolor y entrega por los más débiles.
La misma vida religiosa está teñida de egoísmo infantilizado:
- “reza por mí”, dicen algunos, como si el amor divino dependiera de nuestros rezos;
- practicamos ritos mágicos para ganarnos el favor de Dios...;
- nos llamamos cristianos o católicos cuando nos interesa o conviene;
- vida y religión son actividades diversas, separadas, a veces contradictorias;
- el miedo, el afán de acumular méritos, el quedar bien... mueven nuestra fe;
- la imposición, el cumplimiento, la tradición... sostienen la práctica religiosa.
Jesús de la libertad y de la conciencia, necesitamos a nivel personal:
- entrar en nuestro interior y repasar nuestras convicciones profundas;
- preguntar a nuestro corazón qué siente ante la vida, ante los hermanos...;
- aclararnos cómo entendemos de verdad tu evangelio, tu buena noticia;
- meditar tu vida, tu comportamiento religioso, tu compromiso social...
Igualmente a nivel comunitario, eclesial, urge aclarar:
- si el corazón de la Iglesia está cerca del corazón de Dios;
- si nuestro culto se centra más en la forma que en el amor a los débiles;
- si nuestra comunión es uniformidad, pensamiento único y excluyente;
- si confundimos Iglesia con obispos, curas y monjas;
- si a todos les permitimos ser oyentes, corresponsables, palabra activa;
- si seguimos tratando a los disidentes como en el siglo XVI:
“deja estar tu conciencia, Fray Martín, que la única cosa segura es
someterse a la autoridad establecida” (Respuesta de Johann von Ecke, representante oficial de Roma, a Lutero en la Dieta de Worms; cf. J. I. González Faus: La autoridad de la verdad. Sal Terrae. Santander 2006, p. 87);
- si valoramos más la tradición (con minúscula) que la libertad evangélica;
- si tenemos varas de medir para conservadores y liberales, clérigos y laicos...;
- si somos capaces de ofrecer el “amor que desciende” gratuito a los hermanos;
- si sabemos introducirnos en el misterio del amor divino que nos realiza en plenitud...
Jesús manso y humilde de corazón:
Que tu Espíritu nos dé a sentir tu presencia amorosa.
Que nos llene de gratitud el sentir el amor desinteresado del Padre.
Que estemos seguros de que “nada nos puede separar de su amor”:
ni la ley, ni las costumbres, ni los ritos, ni la moral, ni institución alguna...
Que creamos que Dios quiere y trabaja por nuestra realización humana más plena.
Que sintamos tu amor comprensivo en toda situación.
Que tu pasión por Dios y su reino sea nuestro alimento diario:
lo reflexionemos y descubramos en la vida de cada día;
lo tengamos en el corazón y en los labios;
lo vayamos haciendo realidad en libertad, en justicia, en bondad, en paz...
Rufo González