Domingo 2º TO B 2ª Lect. (14.01.2018): El cuerpo no es para la prostitución, sino para el Amor

Introducción:el que se une al Señor es un único espíritu con él” (1 Cor 6, 13c-15a.17-20)
En este ciclo litúrgico, los domingos 2º-6º, únicos leídos este año antes de la cuaresma, leemos parte de los capítulos 6-10, de la primera carta a los Corintios. Carta importante de Pablo, escrita en Éfeso sobre el año 56. La primera parte (cc. 1-6) corrige los abusos comunitarios de los que tiene noticia. La segunda (cc. 7-15) contesta a consultas diversas de los propios corintios. El texto de hoy es el final de la primera parte sobre abusos que se dan en Corinto, referidos al cuerpo.

La libertad en el uso de nuestro cuerpo
1Cor 6, 12-20 forman una unidad literaria sobre la libertad en el uso de nuestro cuerpo. El cristiano, como todo ser humano, es libre, pero la libertad es siempre autodominio: “yo no me dejaré dominar por nada”, dice rotundamente en el v.12. Los corintios, para justificar la prostitución, establecían un paralelismo entre la comida y el sexo. Al cuerpo hay que alimentarlo también con sexo para vivir en equilibrio. Este argumento no convence a Pablo. “La comida es para el vientre y el vientre para la comida”, señala en v. 13a. Es una relación entre una cosa y una una sola persona. Hoy diríamos que la comida es una “cosa” al servicio personal. El sexo no es “cosa”, sino relación interpersonal. El cuerpo es la persona humana en cuanto presencia observable, distinta, activa y dialogante. Las personas no son “cosas” de las que servirse, sino sujetos a quien servir. En la actualidad se intenta justifica la prostitución como actividad laboral. Iría contra la conciencia de que el cuerpo no es una “cosa”, sino parte de nuestra identidad, nuestro “yo”, nuestra esfera íntima e incomunicable. La fenomenología actual (p. e. Merleau-Ponty) destaca nuestra percepción de “ser nuestro cuerpo”, no de “tener” cuerpo. Desde el principio paulino de que “el cuerpo no es para la prostitución, sino para el Señor” (para vivir en el amor que nos propone Jesús), no cabe la actividad sexual con la actividad laboral. Ésta actúa sobre la naturaleza, relación comercial, transformación de bienes, convivencia... La prostitución se dirige exclusivamente a utilizar la persona como “cosa”; actividad del egoísmo, de infidelidad, de indignidad de quien paga y de quien cobra, de descontrol pasional, de humillación del que dispone de dinero... También la relación laboral, cuando supone esclavitud, se acerca a la prostitución y se convierte en inmoralidad

El cuerpo no es para la prostitución...” (v. 13c)
La palabra griega “porneia” designa la actividad de la “porne” = prostituta. Términos griegos que proceden del verbo “pérnemi”: vender, exportar. Algunos traducen por “lujuria”. La liturgia traduce “fornicación”, que significa etimológicamente lo mismo: “tener comercio carnal con prostituta” (de fornix: lupanar). La Iglesia en sus textos oficiales le da otro significado: “unión carnal entre un hombre y una mujer fuera del matrimonio” (Catecismo de la I. C., nº 2353). El texto bíblico no ampara tal restricción. El texto dice que la sexualidad no debe ser objeto de prostitución, donde no se da amor y se instrumentaliza a la persona como “cosa”. No toda relación extramatrimonial es prostitución, por ejemplo, la relación prematrimonial. En 1Tes 4, 3-5, hay idéntico principio: “que os abstengáis de la prostitución (porneia): que cada uno de vosotros sepa elegir su esposa en santidad y honradez, no por pasión de lascivia, como la gente que no conoce a Dios”.

El cuerpo es para el Amor y el Amor es para el cuerpo
Nuestra libertad personal ha sido fortalecida por el encuentro con el Señor, que nos ha convencido de su vida en Amor. Podemos concluir que el principio moral paulino puede expresarse así: el cuerpo es para el Amor y el Amor es para el cuerpo. Nuestra persona se ha incorporado a Cristo, somos parte de su cuerpo, nos habita su mismo Espíritu. La relación sexual, según la mentalidad bíblica, nos hace “una sola carne” (Gén 2, 24; Mt 19, 5-6). Por eso dice que quien se prostituye se hace una sola carne con la prostituta, y, por tanto, quita un miembro al Mesías (1Cor 6, 15b, no leído hoy). Nuestro cuerpo es “templo del Espíritu Santo” (v. 19), que nos habita y no puede convivir con el espíritu no santo del egoísmo. La pretensión moral es “glorificar a Dios con nuestro cuerpo” (v. 20): amar con él y ser objeto del amor, como aman el Padre y Cristo.

Lutero adelantó a la Iglesia: hace 500 años que pidió el celibato opcional
En estos textos se apoyaba Lutero para superar la visión negativa de la Iglesia sobre el sexo. Éste es una fuerza divina donde el propio Cristo se hace presente. “Dios está tan presente en la fuerza de atracción entre hombre y mujer, que es él quien instituye la alianza entre ambos y se convierte, incluso, en el nexo causal del matrimonio”. El sexo no sólo no era algo punible y deleznable, sino que era algo que el propio Dios amparaba y permitía. Cristo estaba presente en tal acto, siempre y cuando se llevara a cabo entre personas unidas en matrimonio de amor. La imposición del celibato es antinatural, hace violencia a la creación bendecida por Dios.

Oración:el que se une al Señor es un único espíritu con él” (1 Cor 6, 13c-15a.17-20)

Jesús, Dios humanado, habitado por el mismo Espíritu que nosotros:
a través de Pablo contemplamos tu vida entregada a favor de todos;
vida siempre dueña de sí misma;
sin dejarse dominar por nada;
con tu cuerpo siempre al servicio del Reino;
con tu señorío siempre al servicio del ser humano;
llevado por el Espíritu al “trabajo de Dios” Jn 5,17:
- que quiere que tengamos vida en abundancia;
- que inspira el cuidado de nuestro cuerpo;
- que colabora en el acarreo de alimentación para todos;
- que hermana nuestros cuerpos en comunidad fraterna;
- que nos une contigo en el mismo Espíritu;
- que ora llamando a Dios “Padre-Madre nuestro-a”.

A la luz de tu vida, Jesús, percibimos nuestra deshumanización:
- la acumulación egoísta de bienes y la carestía que produce hambre:
“Para el cristianismo, el derecho primario es que los bienes de la tierra están destinados a todos los seres humanos. Y la propiedad privada no es más que un derecho secundario, positivo, que sólo vige como medio de realización del anterior y en la medida en que ayude a cumplir ese destino universal; y que desaparece como derecho cuando impide el fin primario de los bienes de la tierra. De ahí se ha seguido siempre que todo aquel que posee claramente más de lo que necesita está poseyendo algo que no es suyo y está obligado a devolverlo. De ahí la conocida frase de los Padres de la Iglesia: “quien es muy rico es un ladrón o hijo de ladrón”, y su enseñanza de que la limosna no es un acto de caridad sino de restitución: sólo hay caridad cuando se da no de lo que a uno le sobra sino de lo que podemos necesitar” (González Faus en “Carta a D. Josep Antoni Durán i Lleida; Internet, 10.09.11 | 10:23).


- el exceso de comida, bebida, drogas... que nos deforman e insensibilizan;
- el trato sexual violento, irracional, infiel, sin amor... dentro y fuera del matrimonio;
- la violencia arbitraria de los fuertes y prepotentes;
- leyes deshumanizantes que consagran la injusticia y la desigualdad;
- obediencias ciegas e irracionales, sin salida humana...

Hoy, Pablo nos previene de la lujuria o inmoralidad sexual:
cuando la dimensión sexual no se ejercita humanamente;
cuando la persona se vende para el egoísmo, se usa y se tira;
cuando “el cuerpo no es para para el Señor, y el Señor no es para el cuerpo”.

Tú, Jesús, pusiste toda tu persona al servicio de la vida:
orientabas la vida desde el amor generoso y universal del Padre;
curabas, alimentabas, compartías lo que tenías;
alegrabas el corazón con la amistad sincera;
acogías a los más débiles y apartados de las fuentes de la vida;
devolvías la alegría a quien, por su mala vida, la había perdido.

Queremos, Jesús de todos:
trabajar, como tú, en el Reino de vida para todos;
cuidar nuestros cuerpos (salud, alimento...) para que puedan amar;
construir relaciones humanas desde la libertad guiada por el amor;
hacer por los demás lo que queremos que hagan por nosotros” (Mt 7,12; Lc 6,31);
vivir sintiéndonos miembros de tu Cuerpo;
actuar en la vida animados por tu Espíritu de amor;
usar nuestro cuerpo para el amor, no para el egoísmo;
glorificar a Dios con nuestro cuerpo, amando como somos amados por Él.

Rufo González
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