Domingo 19º TO (10.08.2014)

Introducción:Subió al monte a solas para orar. ¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo! (Mt 14, 22-33)

La primera parte del texto enumera una serie de hechos:
a) “Apremia a sus discípulos” a subir a la barca e ir a otra orilla. El alejamiento obligado de los discípulos tiene su explicación: evitar el falso mesianismo triunfal. La ayuda evangélica no busca aprovechamiento interesado ni aplauso. Busca ayudar al necesitado, compartir fraternalmente.

b) “Despide a la gente”. La despedida les haría conscientes del regreso a casa y al trabajo con un corazón dispuesto a compartir. Llevan el Espíritu de Jesús: la fraternidad.

c) “Sube al monte a solas para orar”. Para Mateo, siguiendo la tradición bíblica (Ex 17,9-5; 24; 33; 1 Re 19), el monte, figura terrena, representa la esfera divina en contacto con la historia humana (cf. Mt 5,1;14,23;15,29;17,1; 28, 16). Jesús logra estar solo, orar, serenarse tras la muerte del Bautista.

La segunda parte narra la aventura de la barca, “sacudida por las olas” (literalmente “atormentada”). En la Biblia, el mar representa el poder terrible, las fuerzas caóticas, amenazantes (Jonás 1,4-16), el abismo de fieras feroces (Dn 7,2ss). Como criatura, Dios le ha puesto límites (Sal 103,9), apacigua sus tormentas (Sal 106,23-30), lo domina para liberar a su pueblo (Ex 14,15-31).

Hacia la madrugada, Jesús va al encuentro de los suyos andando sobre el agua. Esto recuerda grandes hechos de la historia de salvación (Sal 76,1721; Is 43,16; 51,10). Los discípulos asustados gritan de miedo. Jesús los tranquiliza: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”.

El episodio termina con dos confesiones de fe: la de Pedro (exclusiva de Mateo) y la de los discípulos. Pedro es el discípulo que duda, teme y cree: pide a Jesús llegar hasta él caminando sobre el agua; un golpe de viento le tambalea; ve que se hunde y grita: “Señor, sálvame”. Jesús le dice: “¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?”. Juntos suben a la barca, el viento se calma. Todos se postran ante Jesús diciendo: “Realmente eres Hijo de Dios”.

Oración:Subió al monte a solas para orar. ¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo! (Mt 14, 22-33)

Jesús zarandeado por la vida.
También a ti te resulta complicado encontrar lugar y tiempo “a solas”;
la muerte del Bautista te “retira a un lugar solitario”;
pero la gente, sus necesidades y dolencias, lo impiden.
Otras veces son los discípulos: tienes que “obligarlos” a ir solos.

Por fin despides a la gente ya alimentada y evangelizada.
Subes al monte a solas para orar”.
Buscas la soledad para encontrar el Misterio, al que llamas “Padre”:
cuya voluntad amorosa es tu “comida y bebida”;
cuya proyecto es hacer de la vida “reino de los cielos”;
cuyo amor está “siempre trabajando” nuestro mundo (Jn 5,17);
cuya bondad universal se deja sentir “en la lluvia y el sol”;
cuya hermosura reviste las flores del campo;
cuya abundancia alimenta los pájaros del cielo;
cuyo corazón se conmueve al ver el sufrimiento de la gente;
cuya pasión enardece a profetas que se juegan la vida por la verdad;
cuya libertad rompe ataduras de esclavos;
cuya justicia pone en pie mesas compartidas;
cuya paciencia siempre “disculpa, tolera, espera...”.

Al Misterio-Padre le contarías tu tristeza ante la muerte de Juan:
¿por qué tienen que tapar la boca a los críticos...?;
¿me espera lo mismo?, preguntarías repetidamente.

Su amor incondicional alimentaba tu misión:
Padre, te doy gracias por haberme escuchado...
Ya sabía yo que tú siempre me escuchas...
”.
Recordarías los panes y los peces multiplicados.
Compartirías tu conmoción de entrañas con el Padre,
al repasar la situación de la gente sufriente, pobre, desorientada.
Su amor y su libertad fortalecían tu espíritu.
Ante su mirada inteligente y compasiva pondrías a los discípulos:
su expectativa de un Mesías triunfalista, fulminante;
sus peleas por ocupar los primeros puestos;
su dificultad para entender las cosas del Reino;
su miedo al fracaso;
su inmadurez en la fe;
su apego a las tradiciones, al templo, a la ley.

Cuando tu fe, tu amor, tu esperanza... se iban fortaleciendo,
el Padre volvía a enviarte al desierto de la vida.
Lleno del Espíritu te acercas en la noche, en la tormenta...:
-“¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”.
-“¿Por qué dudas?, hombre de poca fe”.

En tu amistad van fundamentando su fe:
experimentan tu amor hecho comprensión, escucha, acogida;
sienten fuerza y consistencia en medio de la debilidad;
se creen amados, en diálogo permanente con el Padre-Amor.

A tu lado van percibiendo al Dios-Padre:
que en lo profundo les oye, les perdona, les ilumina, les ama;
que les va desmontando su afán de ser ricos, poderosos, distinguidos...;
que les despierta pasión por la vida buena de todos;
que les insta a desarrollar sus talentos para bien de la humanidad;
que les anima a crear una fraternidad promotora del Reino.

Jesús de la oración:
Ayúdanos a buscar tiempo y lugar “a solas”:
para el encuentro con el Padre, contigo y con el Espíritu;
para escuchar y sentir vuestro amor constante;
para entender y proyectar nuestra vida;
para ofrecerla, como Tú, al servicio del Reino.

Rufo González
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