Cristo, en la eucaristía, es presencia personal, “espíritu vivificante”, eficaz La Eucaristía es “llegada, parusía sacramental” (Domingo 5º Pascua C 18.05.2025)
La eucaristía es ya “nueva creación”: presencia “que desciende del cielo”
| Rufo González
Comentario: “He aquí la morada de Dios entre los seres humanos” (Apoc 21,1-5a)
El capítulo 21 del Apocalipsis se inspira en la visión de Isaías: “Mirad: voy a crear un nuevo cielo y una nueva tierra: de las cosas pasadas ni habrá recuerdo ni vendrá pensamiento. Regocijaos, alegraos por siempre por lo que voy a crear: yo creo a Jerusalén «alegría», y a su pueblo, «júbilo»” (Is 65,17-18).
“El mar (símbolo del caos primitivo) ya no existe”. No hay lugar para “muerte, duelo, llanto, dolor”. La nueva creación “desciende del cielo”. “La ciudad santa, la Jerusalén nueva” vive del Amor divino. Jesús concreta el “Sed santos porque yo soy santo” (Lev 19,2) en: “sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6,36).
A esta imagen de ciudad se añade la de los esponsales: “descendía del cielo, de parte de Dios, preparada como una esposa que se ha adornado para su esposo”. Se subraya la intimidad con Dios prevista por los profetas: “Haré con ellos una alianza de paz, una alianza eterna. Los estableceré, los multiplicaré y pondré entre ellos mi santuario para siempre; tendré mi morada junto a ellos, yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo” (Ez 37,26-27). En el Espíritu nos unimos a Dios y a su Enviado, el “Cordero”. Por eso dice que Dios y el Cordero celebran esponsales con la humanidad: “«Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo, alegrémonos y gocemos y démosle gracias. Llegó la boda del Cordero, su esposa se ha embellecido, y se le ha concedido vestirse de lino puro y resplandeciente -el lino son las buenas obras de los santos-». Y me dijo: «Escribe: “Bienaventurados los invitados al banquete de bodas del Cordero”».Y añadió: «Estas son palabras verdaderas de Dios»” (Apoc 19, 6-9).
El Vaticano II presenta hoy esta esperanza al ser humano así:
“Ignoramos el tiempo y el modo... La figura de este mundo, deformada por el pecado, pasa, en efecto; pero somos enseñados que Dios prepara una nueva morada y una nueva tierra en la que habita la justicia, y cuya dicha (beatitudo) llenará y superará todos los deseos de paz, que surgen en los corazones humanos.
Entonces, vencida la muerte, hijos e hijas de Dios en Cristo resucitarán... Los bienes de la dignidad humana, de la comunión fraterna y de la libertad, a saber, todos estos frutos buenos de la naturaleza y de nuestro trabajo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, los encontraremos de nuevo, pero limpios de toda inmundicia, iluminados y trasfigurados, cuando Cristo devolverá al Padre `el reino eterno y universal: reino de verdad y de vida, reino de santidad y gracia; reino de justicia, de amor y de paz´. El reino ya en misterio está presente en estas tierras; mas, llegando el Señor, se consumará” (GS 39).
“Parusía” en el Nuevo Testamento significa “llegada” (2Cor 7,6: “Dios que consuela a los afligidos, nos consoló con la llegada de Tito”) y “presencia” (2Cor 10,10: “«las cartas -dicen- son duras y severas, pero su presencia física es raquítica y su palabra despreciable»”). La Eucaristía es “llegada” y “presencia” sacramental de Jesús vivo, atrayente, encontradizo con nosotros, limitada por nuestra situación espacio-temporal. Cristo, en la eucaristía, es presencia personal, “espíritu vivificante”, eficaz. Comunica su pretensión histórica: el Reino. Transmite fuerza para realizarlo. (Cf.: “La Eucaristía del Nuevo Testamento”, E. Marcos. San Esteban. Salamanca 2005. Pág. 231-257).
Oración: “He aquí la morada de Dios entre los seres humanos” (Apoc 21,1-5a)
En tu reunión fraternal, Jesús, escuchamos hoy:
“vi un cielo nuevo y una tierra nueva,
pues el primer cielo y la primera tierra desaparecieron,
y el mar ya no existe.
Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén
que descendía del cielo, de parte de Dios,
preparada como una esposa que
se ha adornado para su esposo.
Y oí una gran voz desde el trono que decía:
«He aquí la morada de Dios entre los hombres,
y morará entre ellos, y ellos serán su pueblo,
y el “Dios con ellos” será su Dios».
Y enjugará toda lágrima de sus ojos,
y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor,
porque lo primero ha desaparecido.
Y dijo el que está sentado en el trono:
«Mira, hago nuevas todas las cosas».
Y dijo: «Escribe:
estas palabras son fieles y verdaderas»” (Ap 21,3-5).
Tu Eucaristía, Jesús, anticipa sacramentalmente
tu “llegada” y “presencia”:
“el día llamado del Sol se reúnen todos en un lugar,
lo mismo los que habitan en la ciudad
que los que viven en el campo...;
se leen Recuerdos, llamados Evangelios, de los apóstoles...;
después se trae pan, vino y agua...;
el que preside pronuncia con todas sus fuerzas
preces y acciones de gracias...;
comulgan todos, y los diáconos se encargan
de llevárselo a los ausentes...
Los que tenemos bienes acudimos
en ayuda de los que no tienen,
y permanecemos unidos...
Lo que se recoge se deposita ante el que preside...,
él es quien se encarga de todos los necesitados”
(Justino, siglo II. Apología I, c. 66-67; PG 6,430-432).
Ya les habías dicho a los discípulos:
“No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros.
Dentro de poco el mundo no me verá,
pero vosotros me veréis y viviréis,
porque yo sigo viviendo.
Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre,
y vosotros en mí y yo en vosotros” (Jn 14, 18-20).
La eucaristía es ya “nueva creación”:
presencia “que desciende del cielo”,
nos abraza con Amor divino;
nos enamora de su proyecto
y nos ayuda a realizarlo.
Este es el sacramento de nuestra fe:
tu presencia plenamente realizada, gloriosa;
con ella anunciamos tu trabajo hasta la muerte;
proclamamos tu vida plena, tu resurrección;
nos animamos a seguir tu mismo camino.
¡Ven Señor Jesús, llénanos de tu Espíritu!
rufo.go@hotmail.com