LA HOMILÍA HECHA ORACIÓN (D. 6º Pascua 25.05.2014)
Introducción: “Vosotros me veréis, y viviréis, porque yo sigo viviendo” (Jn 14,15-21)
Utilizando el género literario de “discursos de despedida”, Juan recoge instrucciones de Jesús sobre su desaparición y retorno tras la muerte. Pretende que los discípulos sigan percibiendo la persona, la acción... tan viva y real como antes, pero sin la presencia visible del Resucitado. Desaparición y retorno se viven en la fe (“creed en Dios y creed en mí”) y en el amor: “si me amáis, guardaréis mis mandamientos”. Nexo necesario entre el Amor (“agape”: amor como el del Padre) y mandamientos. Jesús espera que los discípulos “amen” con el amor del Padre: el amor desinteresado que Dios regala a quien cree en él. Si “amamos” así a Jesús, sin duda nos amaremos unos a otros. Éste es, en la mente de Juan, el mandamiento nuevo. Y el único que nos identifica como discípulos suyos. Amor incluso a los enemigos.
“... y yo pediré al Padre y os dará otro paráclito, para que esté con vosotros para siempre”. Jesús anuncia hechos futuros: pedirá al Padre por ellos; y el Padre dará “otro paráclito” que les acompañe siempre. Sólo el evangelista Juan transmite este título de “paráclito”. Formado por dos raíces griegas (“para”: junto a, y “kaleo”: llamar), significa igual que la expresión latina “advocatus” (“ad”: “junto a”, y “vocatus”: “llamado”; abogado en castellano): “llamado a estar junto a”. Este modo de entender el Espíritu surge del mundo jurídico, donde hay un abogado que informa, defiende, sostiene y consuela a su cliente. Los cristianos en el “mundo” (para Juan, ámbito de odio, mentira, codicia...) sostienen conflictos y juicios constantes para vivir el Evangelio. Para vivir así, necesitan “otro defensor” que haga la labor de defensa y discernimiento, de apoyo y consuelo, que les había hecho Jesús. El mismo Juan, en su Primera Carta (1Jn 2,1) reconoce a Jesús resucitado, “Mesías justo”, como “paráclito ante el Padre”. El Espíritu será aquí, en la tierra, el sustituto de Jesús, “otro paráclito”.
“El Espíritu de la verdad”. Jesús se define a sí mismo como “verdad”. Buscar la verdad en todos los ámbitos de la vida es dejarse llevar por el Espíritu de Jesús. Amor y Verdad son dos nombre del Dios de Jesús. Benedicto XVI reconocía que: “La fidelidad al hombre exige la fidelidad a la verdad, que es la única garantía de libertad (cf. Jn 8,32) y de la posibilidad de un desarrollo humano integral. Por eso la Iglesia la busca, la anuncia incansablemente y la reconoce allí donde se manifieste. Para la Iglesia, esta misión de verdad es irrenunciable... Abierta a la verdad, de cualquier saber que provenga, ...la Iglesia la acoge, recompone en unidad los fragmentos en que a menudo la encuentra, y se hace su portadora en la vida concreta siempre nueva de la sociedad de los hombres y los pueblos” (Nº 9 de “Caritas in Veritate”. 29 de junio 2009).
“El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo reconoce; vosotros lo conocéis porque vive con vosotros y estará en vosotros” (v. 17). La “ausencia de amor” (eso es “mundo” para Juan) hace que no se perciba el Espíritu de Dios, y, al revés, la “presencia de amor” es signo claro de Dios. Jesús promete que volverá, y los discípulos le “verán y vivirán, porque él sigue viviendo”. Alude a la “presencia ilimitada” del Espíritu-Amor, que habita en todo el que ama: “al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él” (v. 21).
Oración: “Vosotros me veréis, y viviréis, porque yo sigo viviendo” (Jn 14,15-21)
Señor Jesús:
Nos invitas hoy a contemplar tu nueva presencia:
tu presencia a través del Espíritu,
tu presencia a través del amor del Padre.
Te oímos decir:
“Si me amáis, guardaréis mis mandamientos...”;
“el Padre os dará otro paráclito, que esté con vosotros para siempre”;
“vosotros lo conocéis porque vive con vosotros y estará en vosotros”;
“vosotros me veréis, y viviréis, porque yo sigo viviendo”.
“al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él”.
Creyente es el que ama gratuitamente, como el Padre del cielo:
se siente acogido por el Padre, que lo ama sin medida;
por el Hijo, que manifestó el mismo amor hasta la muerte;
por el Espíritu de la verdad y el bien que nos habita.
“Vendremos a él, nos dices, y haremos morada en él”.
Creer en Ti, Cristo “camino, verdad y vida” es aceptar tu Espíritu:
zambullirse en la corriente de la historia;
colaborar en la búsqueda de verdad en todos los ámbitos;
luchar porque los bienes necesarios lleguen a todos;
defender la dignidad y los derechos humanos;
procurar que todos trabajen en condicionen justas;
sentirse hermano de todo hombre y mujer;
dar protagonismo a la libertad, guiada por el amor.
Así entramos en comunión contigo, con el Padre y con el Espíritu:
iniciamos nuestro modo de “entendernos” con el “Misterio”;
despertamos la fe en su amor gratuito, generoso, lleno de libertad;
nos damos cuenta que “no todo el que dice ‘Señor, Señor´,
entra en el reino de los cielos”, es decir, en el ámbito que Dios quiere.
En este camino de libertad nos sale al encuentro tu Espíritu:
él nos intima el amor a la verdad, a la vida, a la justicia... al Reino divino.
él nos hace ver y juzgar toda realidad: la sociedad y la Iglesia,
el mundo del trabajo y la amistad, la familia y los vecinos...
Este Espíritu nos hace dueños de nosotros mismos:
nos da madurez para pensar y decidir;
nos atestigua nuestra dignidad humana;
nos esclarece la igualdad y la libertad de todos...;
sentimos que “para ser libres, Cristo nos ha liberado;
manteneos, pues, firmes y no os dejéis atar de nuevo al yugo de la esclavitud” (Gál 5,1).
Creo, Jesús del hombre y de la mujer, que ha sido tu Espíritu,
a su debido tiempo, cuando éramos capaces de cargar con ello,
quien ha inspirado la urgencia de respetar los “derechos humanos”.
Hoy hay consenso universal en que la aceptación de los derechos humanos
es base verdadera de cualquier propuesta de sentido, sobre todo, religioso.
Los derechos humanos están implícitos en tu Evangelio:
“venid benditos de mi padre..,
porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber….
Cada vez que lo hicisteis con mis hermanos conmigo lo hicisteis...” (Mt 25, 31-46).
Sentimos alegría cuando quien nos preside dice en nombre de toda la Iglesia:
“Estamos dispuestos para servir a los hombres como tales, no sólo a los católicos,
a defender en primer lugar y ante todo los derechos de la persona humana
y no sólo los de la Iglesia” (Pablo VI, Discurso de clausura del Vaticano II).
Y “el camino de la iglesia es el ser humano” (Juan Pablo II: RH 14).
Danos, Cristo Jesús, a sentir la fuerza de tu Espíritu:
tu “otro abogado”, que “está con nosotros”, y nos defiende como personas;
que quita el miedo para defender los derechos personales;
que anima a aceptar y respetar los derechos humanos;
que nos hace testigos de tu amor servicial, sobre todo a los más necesitados.
Rufo González
Utilizando el género literario de “discursos de despedida”, Juan recoge instrucciones de Jesús sobre su desaparición y retorno tras la muerte. Pretende que los discípulos sigan percibiendo la persona, la acción... tan viva y real como antes, pero sin la presencia visible del Resucitado. Desaparición y retorno se viven en la fe (“creed en Dios y creed en mí”) y en el amor: “si me amáis, guardaréis mis mandamientos”. Nexo necesario entre el Amor (“agape”: amor como el del Padre) y mandamientos. Jesús espera que los discípulos “amen” con el amor del Padre: el amor desinteresado que Dios regala a quien cree en él. Si “amamos” así a Jesús, sin duda nos amaremos unos a otros. Éste es, en la mente de Juan, el mandamiento nuevo. Y el único que nos identifica como discípulos suyos. Amor incluso a los enemigos.
“... y yo pediré al Padre y os dará otro paráclito, para que esté con vosotros para siempre”. Jesús anuncia hechos futuros: pedirá al Padre por ellos; y el Padre dará “otro paráclito” que les acompañe siempre. Sólo el evangelista Juan transmite este título de “paráclito”. Formado por dos raíces griegas (“para”: junto a, y “kaleo”: llamar), significa igual que la expresión latina “advocatus” (“ad”: “junto a”, y “vocatus”: “llamado”; abogado en castellano): “llamado a estar junto a”. Este modo de entender el Espíritu surge del mundo jurídico, donde hay un abogado que informa, defiende, sostiene y consuela a su cliente. Los cristianos en el “mundo” (para Juan, ámbito de odio, mentira, codicia...) sostienen conflictos y juicios constantes para vivir el Evangelio. Para vivir así, necesitan “otro defensor” que haga la labor de defensa y discernimiento, de apoyo y consuelo, que les había hecho Jesús. El mismo Juan, en su Primera Carta (1Jn 2,1) reconoce a Jesús resucitado, “Mesías justo”, como “paráclito ante el Padre”. El Espíritu será aquí, en la tierra, el sustituto de Jesús, “otro paráclito”.
“El Espíritu de la verdad”. Jesús se define a sí mismo como “verdad”. Buscar la verdad en todos los ámbitos de la vida es dejarse llevar por el Espíritu de Jesús. Amor y Verdad son dos nombre del Dios de Jesús. Benedicto XVI reconocía que: “La fidelidad al hombre exige la fidelidad a la verdad, que es la única garantía de libertad (cf. Jn 8,32) y de la posibilidad de un desarrollo humano integral. Por eso la Iglesia la busca, la anuncia incansablemente y la reconoce allí donde se manifieste. Para la Iglesia, esta misión de verdad es irrenunciable... Abierta a la verdad, de cualquier saber que provenga, ...la Iglesia la acoge, recompone en unidad los fragmentos en que a menudo la encuentra, y se hace su portadora en la vida concreta siempre nueva de la sociedad de los hombres y los pueblos” (Nº 9 de “Caritas in Veritate”. 29 de junio 2009).
“El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo reconoce; vosotros lo conocéis porque vive con vosotros y estará en vosotros” (v. 17). La “ausencia de amor” (eso es “mundo” para Juan) hace que no se perciba el Espíritu de Dios, y, al revés, la “presencia de amor” es signo claro de Dios. Jesús promete que volverá, y los discípulos le “verán y vivirán, porque él sigue viviendo”. Alude a la “presencia ilimitada” del Espíritu-Amor, que habita en todo el que ama: “al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él” (v. 21).
Oración: “Vosotros me veréis, y viviréis, porque yo sigo viviendo” (Jn 14,15-21)
Señor Jesús:
Nos invitas hoy a contemplar tu nueva presencia:
tu presencia a través del Espíritu,
tu presencia a través del amor del Padre.
Te oímos decir:
“Si me amáis, guardaréis mis mandamientos...”;
“el Padre os dará otro paráclito, que esté con vosotros para siempre”;
“vosotros lo conocéis porque vive con vosotros y estará en vosotros”;
“vosotros me veréis, y viviréis, porque yo sigo viviendo”.
“al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él”.
Creyente es el que ama gratuitamente, como el Padre del cielo:
se siente acogido por el Padre, que lo ama sin medida;
por el Hijo, que manifestó el mismo amor hasta la muerte;
por el Espíritu de la verdad y el bien que nos habita.
“Vendremos a él, nos dices, y haremos morada en él”.
Creer en Ti, Cristo “camino, verdad y vida” es aceptar tu Espíritu:
zambullirse en la corriente de la historia;
colaborar en la búsqueda de verdad en todos los ámbitos;
luchar porque los bienes necesarios lleguen a todos;
defender la dignidad y los derechos humanos;
procurar que todos trabajen en condicionen justas;
sentirse hermano de todo hombre y mujer;
dar protagonismo a la libertad, guiada por el amor.
Así entramos en comunión contigo, con el Padre y con el Espíritu:
iniciamos nuestro modo de “entendernos” con el “Misterio”;
despertamos la fe en su amor gratuito, generoso, lleno de libertad;
nos damos cuenta que “no todo el que dice ‘Señor, Señor´,
entra en el reino de los cielos”, es decir, en el ámbito que Dios quiere.
En este camino de libertad nos sale al encuentro tu Espíritu:
él nos intima el amor a la verdad, a la vida, a la justicia... al Reino divino.
él nos hace ver y juzgar toda realidad: la sociedad y la Iglesia,
el mundo del trabajo y la amistad, la familia y los vecinos...
Este Espíritu nos hace dueños de nosotros mismos:
nos da madurez para pensar y decidir;
nos atestigua nuestra dignidad humana;
nos esclarece la igualdad y la libertad de todos...;
sentimos que “para ser libres, Cristo nos ha liberado;
manteneos, pues, firmes y no os dejéis atar de nuevo al yugo de la esclavitud” (Gál 5,1).
Creo, Jesús del hombre y de la mujer, que ha sido tu Espíritu,
a su debido tiempo, cuando éramos capaces de cargar con ello,
quien ha inspirado la urgencia de respetar los “derechos humanos”.
Hoy hay consenso universal en que la aceptación de los derechos humanos
es base verdadera de cualquier propuesta de sentido, sobre todo, religioso.
Los derechos humanos están implícitos en tu Evangelio:
“venid benditos de mi padre..,
porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber….
Cada vez que lo hicisteis con mis hermanos conmigo lo hicisteis...” (Mt 25, 31-46).
Sentimos alegría cuando quien nos preside dice en nombre de toda la Iglesia:
“Estamos dispuestos para servir a los hombres como tales, no sólo a los católicos,
a defender en primer lugar y ante todo los derechos de la persona humana
y no sólo los de la Iglesia” (Pablo VI, Discurso de clausura del Vaticano II).
Y “el camino de la iglesia es el ser humano” (Juan Pablo II: RH 14).
Danos, Cristo Jesús, a sentir la fuerza de tu Espíritu:
tu “otro abogado”, que “está con nosotros”, y nos defiende como personas;
que quita el miedo para defender los derechos personales;
que anima a aceptar y respetar los derechos humanos;
que nos hace testigos de tu amor servicial, sobre todo a los más necesitados.
Rufo González