INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA (8.12.2015)

Introducción:Has encontrado gracia ante Dios” (Lc 1,26-38)
Los capítulos 1-2 de Lucas ponen en paralelo los relatos sobre Juan y Jesús: anuncios, nacimientos, circuncisiones, crecimiento. Paralelismo no equivale a semejanza ni igualdad. La concepción de Juan es más similar a la de Isaac; la de Jesús a la creación de Adán. Con Jesús nace una humanidad nueva. El Espíritu creador “vendrá sobre” María para formar en sus entrañas al propio Hijo de Dios. Este acontecimiento singular, la Encarnación, sigue vigente y activo para siempre en la historia. El Dios humanado participa glorioso de nuestra naturaleza y actúa en nuestra vida por su Espíritu.

Lucas recrea el género literario “anuncio”, conocido en el Antiguo Testamento, para transmitir la noticia más decisiva de la historia: en Jesús se ha hecho hombre el Hijo de Dios, creador y señor de todo. Para hacer posible esta realidad, Dios ha respetado la libertad y las leyes de la naturaleza y de la historia. Es su madre, María, la persona que acepta libremente el don de Dios. Con su libertad debía contar el Dios que hizo dueño de sí a todo ser humano. Hoy leemos cómo creían las primeras comunidades, cuyo evangelio resume Lucas, la concepción de Jesús en las entrañas de María.

Nazaret, lugar del hecho, carece de mención en el Antiguo Testamento, de vínculo con promesa o expectación mesiánica, de continuidad con el pasado, de cita en el Talmud, de estima positiva (Jn 1, 46). Galilea está lejos del centro de la institución judía. El anuncio no se realiza en ambiente de poder, ni en el templo, ni a ningún clérigo. Es en una casa, a una virgen sin genealogía ni mención de observancia religiosa alguna (cf 1,6), sin relieve social, una “pobre” de Israel. Todo apunta a la gratuidad de Dios, a su amor desbordante, que nos regaló al Hijo por puro amor.

Cumplimiento de las promesas de Dios a David
Lucas ve en el anuncio angélico el cumplimiento de las promesas de Dios a David (2 Sm 7,14.16; 1Cro 17,12-14). Se invita a la alegría, como los profetas a Sión, el barrio nuevo de Jerusalén, norte de la ciudad de David, que acogió a los refugiados del Reino del Norte tras la caída de Samaría (Sof 3,14-15; Za 2,14). Sión es “el resto de Israel”, “madre” del pueblo. María resume en sí las promesas del pueblo, figura del nuevo Pueblo. (Sobre el significado bíblico y teológico del título “Hija de Sión”: Nuevo Diccionario de Mariología, pp. 824-834, Paulinas, Madrid 1988).

Favorecida, llena de gracia, porque goza del favor divino, del amor de Dios. El Señor es contigo: expresa la atención de Dios (Lc 1,66; Hch 7,9; 10,38; 11,21; 18,10; cf. Dt 2,7; 20,1, etc.). No temas, María, pues has encontrado gracia ante Dios (cf. Gn 6,8; Jue 6,17, etc.). No hay temor cuando se entiende la vida y sus dones como gracia. Concebir un hijo no mancha ni transmite mancha alguna al hijo. Nadie nace manchado, ni mancha a su madre cuando nace. Toda concepción es obra de los padres y don del Espíritu creador, misterio de gracia original. Este misterio es fruto del Espíritu, que actúa siempre que se concibe una vida nueva. Con mayor razón en la de María que iba a engendrar al Hijo del Altísimo, al lleno del Espíritu. A todos Dios “nos eligió en Cristo, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e inmaculados en su presencia por el amor” (Ef 1, 4).

Leamos este espléndido texto:
“María es el símbolo de la `Purísima gratuidad y gratitud´. Hay que superar los malentendidos originados desde los días de Agustín de Hipona, por culpa del pseudoconcepto de “pecado original”, dejar de leer literalmente (en vez de simbólicamente) la narración de Adán y Eva y pasar al baúl de los recuerdos los temas agustinianos de culpa heredada, sexualidad contaminante, concepción y nacimiento pecaminosos y bautizo como detergente. Hay que reinterpretar y redescubrir la riqueza de la simbología mariana en el imaginario cristiano, a la luz del tema de la `Purísima gratuidad y gratitud´, buena noticia para toda madre y padre, cuyas criaturas también nacen de Espíritu Santo... En teología, las dos grandes metáforas marianas –que eso son Inmaculada Concepción y Asunta al Cielo, dos super-metáforas fecundísimas - significan mucho más que una mera “característica de excepción”, expresan el ideal de gratuidad agradecida y esperanza gratificante (desde el comienzo hasta el final) que, antropomórficamente dicho, Dios desea para toda la humanidad.. María, símbolo de la humanidad, que acoge a Jesús, símbolo y rostro de Dios” (Juan Masiá Clavel: Diciembre 8: “la Gracia Original”. Blog 26.11.08).


Oración:has encontrado gracia ante Dios” (Lc 1,26-38)

Jesús, hijo de María, por obra y gracia del Espíritu Santo:
no es fácil, por nuestra parte, “encontrar gracia ante Dios”;
muchos dudamos sobre la “gracia de la vida”;
interpretamos la vida como fruto ciego de la evolución;
nos creemos, incluso, con derecho a rechazarla y eliminarla;
no atisbamos una Fuente de bondad gratuita, origen de todo.

Tú sí, Jesús, creías que la vida era un regalo:
tú creías haber “salido del Padre y venido a este mundo,
de nuevo dejas este mundo y vuelves al Padre
” (Jn 16,28);
tú creías que la vida con sentido era un diálogo con el Padre:
- le dabas gracias por todo progreso en justicia y fraternidad;
- reconocías que el Padre te escuchaba siempre;
- comentabas con Él las circunstancias y decisiones;
- notabas sus impulsos de anunciar y vivir su amor a todos;
- su voluntad amorosa te fortalecía en las dificultades y enfrentamientos;
- en muerte injusta, le entregas la vida: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu” (Lc 23,46).

También tu madre, María de Nazaret, creyó la vida como una gracia:
su vida era una alabanza y estremecimiento de gozo ante Dios;
reconoce que Dios mira y cuida especialmente a los humillados;
cree en el amor y preocupación de Dios por todos;
por ello, desea con toda el alma que la voluntad de Dios se realice:
“no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de Dios,
sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres.
Como dice san Ireneo, `obedeciendo, se convirtió en causa de salvación
para sí misma y para todo el género humano´” (Conc. Vat. II: LG 56).


Como María, queremos “encontrar gracia ante Dios”:
negamos la nada y el azar ciego como origen de nuestra vida;
elegimos la luz del amor del Padre: de su hogar venimos y a él nos encaminamos;
nos reconocemos “misterio”, realidad inabarcable, buscadora de plenitud;
creemos libremente en ti, Jesús, como “imagen del Dios invisible” (Col 1,15);
queremos vivir como tú: agradecidos al Padre, actuados por su Espíritu...

Como María, queremos que el Espíritu venga sobre nuestra vida:
reproduzca en nosotros los rasgos de su Hijo” (Rm 8,29);
sintamos lo que realmente somos: “hijos de Dios” (1Jn 3,1);
nos duela el dolor de la injusticia y el desamor del mundo;
cuidemos y desarrollemos los “talentos” de toda vida;
seamos hermanos de “griegos y judíos, esclavos y libres, varones y mujeres...”;
nos “mantengamos firmes y no nos dejemos atar con el yugo de la esclavitud”;
nuestra fe se traduzca en obras de amor” (Gál 3, 26-28; 5,1-6).

Jesús, hijo de María:
nos sentimos “elegidos en ti, antes de la creación del mundo,
para ser santos e inmaculados por el amor
” Ef 1, 4).
Ayúdanos a ver en tu madre la “purísima gratuidad y gratitud”.
Ayúdanos a creer como ella en la promesa de plenitud en el amor.
Ayúdanos a hacer lo que Dios quiere: la fraternidad universal, la bendición de Dios.

RufoGonzález
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