“Creo y no practico” es signo de desgarro y desdoble de unidad personal, incoherencia ética y desrealización (no libera de mala conciencia, de mentira, de egoísmo...) La “Palabra” sea el motor de nuestras comunidades (Domingo 1º Cuaresma C 09-03-2025)
Queremos, Señor, escuchar tu evangelio
| Rufo González
Comentario: “uno mismo es el Señor de todos” (Rm 10,8-13)
La Carta a los Romanos es la teología de Pablo, “Evangelio anunciado a los que estáis en Roma” (Rm 1,15). “Evangelio, que es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree, primero del judío, y también del griego” (Rm 1,16). La justificación por la fe y la incorporación de los gentiles en Israel, que terminará también aceptando al Mesías, son los temas más importantes.
Leemos hoy un texto perteneciente a la sección (c. 9-11) sobre cómo actúa la “justicia de Dios” respecto a Israel, que no ha aceptado a Jesús como Mesías. Mantiene que “ellos son israelitas y a ellos pertenecen el don de la filiación adoptiva, la gloria, las alianzas, el don de la ley, el culto y las promesas” (9,4). “Si no permanecen en la incredulidad, serán injertados…. Según el Evangelio, son enemigos y ello ha revertido en beneficio vuestro; pero según la elección, son objeto de amor en atención a los padres, pues los dones y la llamada de Dios son irrevocables... Pues Dios nos encerró a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos” (Rm 11,23.28.32).
Es lo que anuncia Jesús: la misericordia de Dios es para todos. Pablo reconoce que los israelitas “tienen celo de Dios, aunque no según un conocimiento adecuado” (Rm 10,2). Se creen justos por practicar la Ley. Lo que justifica es la fe en la “justicia de Dios”, que Jesús proclama. “No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo?, es decir, para hacer bajar a Cristo. O ¿quién bajará al abismo?, es decir, para hacer subir a Cristo de entre los muertos” (10.6-7). Recuerda lo que el Deuteronomio dice sobre la ley de Dios (Dt 30, 11ss). No hace falta subir al cielo ni bajar al lugar de la muerte para encontrar la justicia divina. Jesús nos la revelado.Aquí empieza la lectura de hoy:
“La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón. Se refiere a la palabra de la fe que anunciamos” (v. 8). Aplica el Deuteronomio: “El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que lo cumplas” (Dt 30,14). Igualmente, quienes escuchan a Jesús y aceptan “la palabra anunciada”, manifiestan ((testimonian, practican) con sus labios y creen en su corazón que Dios “justifica”, perdona, da su “Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: «¡Abba, Padre!». Ese mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios…” Rm 8,16-17).
Los versículos 9-10 proceden de una fórmula de fe expresada en el bautismo: “Porque, si profesas con tus labios que Jesús es Señor, y crees con tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con los labios se profesa para alcanzar la salvación”. El bautismo significa y realiza la salvación. El Espíritu de Dios, significado por el agua, limpia la conciencia y empapa de su amor nuestra persona. Nos sentimos “justos”, agradables a Dios. Lo proclamamos con labios y conducta. “Justicia y salvación” son la misma realidad, fruto del amor de Dios que justifica y realiza. “Corazón y boca” son las dos dimensiones humanas: interioridad y exterioridad, pensar y hacer, fe y testimonio. La fe afecta a toda la persona. “Creo y no practico” es signo de desgarro y desdoble de unidad personal, incoherencia ética y desrealización (no libera de mala conciencia, de mentira, de egoísmo...). “La fe, si no tiene obras, está muerta por dentro” (Sant 2,17).
Los últimos versículos (11-13) manifiestan la apertura de la fe a todos:
“Nadie que crea en él quedará confundido” (v. 11). Es un texto de Isaías: “así dice el Señor, Dios: `He puesto en Sión como fundamento una piedra, una piedra probada, una piedra angular preciosa, un fundamento sólido. Quien se apoya en ella no vacila´” (Is 28,16; Rm 9,33; 1Pe 2,6.8).
“En efecto, no hay distinción entre judío y griego, porque uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan” (v. 12). Lo dijo Pedro en dos ocasiones cruciales de la primera Iglesia: al bautizar al gentil Cornelio (He 10,34-35: “Dios no hace acepción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea”, y en el llamado concilio de Jerusalén (He 15,9: “Dios, que penetra los corazones, ha dado testimonio a favor de ellos dándoles el Espíritu Santo igual que a nosotros. No hizo distinción entre ellos y nosotros, pues ha purificado sus corazones con la fe”).
“Todo el que invoque el nombre del Señor será salvo” (v. 13). Cita del profeta Joel: “todo el que invoque el nombre del Señor se salvará” (Jl 3,5). Cita utilizada también por Pedro para justificar el nacimiento de la Iglesia el día de Pentecostés (He 2,21).
ORACIÓN: “uno mismo es el Señor de todos” (Rm 10,8-13)
Jesús, Señor y Guía de nuestra vida:
muchos cristianos vivimos la esclavitud de la ley;
como los judíos de la época de Jesús,
“desconocemos la justicia de Dios
y buscamos establecer nuestra propia justicia” (Rm 10,3);
vivimos de leyes, obras, culto, organización...;
coleccionamos rezos, jubileos, peregrinaciones…;
apoyamos a la jerarquía enrocada en anacronismos,
“muy docta en los viejos emperadores,
pero muy ignorante de las democracias modernas”;
buscamos milagros, manipulamos el misterio divino,
adoramos el poder y su gloria.
Queremos, Señor, escuchar tu evangelio:
el “evangelio anunciado a los que están en Roma;
evangelio, que es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree,
primero del judío, y también del griego” (Rm 1,15-16);
“no hay distinción entre judío y griego,
porque uno mismo es el Señor de todos,
generoso con todos los que lo invocan” (Rm 10,12).
También Pedro proclamó esta igualdad en dos ocasiones cruciales:
al bautizar al gentil Cornelio: “Dios no hace acepción de personas,
sino que acepta al que lo teme y practica la justicia,
sea de la nación que sea” (He 10,34-35);
y en el llamado concilio de Jerusalén:
“Dios, que penetra los corazones,
ha dado testimonio a favor de ellos
dándoles el Espíritu Santo igual que a nosotros.
No hizo distinción entre ellos y nosotros,
pues ha purificado sus corazones con la fe” (He 15,9).
Más claro y concreto es Pablo en su carta a los Gálatas:
“Cuantos hemos sido bautizados en Cristo,
nos hemos revestido de Cristo.
No hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer,
porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gál 3,27-28).
Hoy, Pablo, nos invita a centrarnos en tu Evangelio:
“tu Palabra está cerca de nosotros:
la tenemos en los labios y en el corazón.
Se refiere a la Palabra de la fe que nos han anunciado.
Porque, si profesamos con los labios que tú, Jesús, eres Señor,
y creemos con nuestro corazón que Dios te resucitó de entre los muertos,
seremos salvo.
Pues con el corazón creemos para alcanzar la justicia,
y con los labios la profesamos para alcanzar la salvación.
“Nadie que crea en ti, Cristo Jesús, quedará confundido”.
“En efecto, no hay distinción entre judío y griego,
porque uno mismo es el Señor de todos,
generoso con todos los que lo invocan”.
“Todo el que invoque el nombre del Señor será salvo” (Rm 10,8-13).
Tu “palabra” aceptada de corazón y llevada a la realidad:
nos “salva” de nuestros egoísmos, apariencias, miedos…;
nos “justifica”, haciéndonos hijos agradables al Padre;
nos hace vivir tu vida, tu obra, tu amor;
nos realiza en plenitud: en alegría, en fraternidad, en paz...
Que tu “Palabra” sea el motor de nuestras comunidades:
dirija la actuación de nuestros dirigentes;
crezca entre nosotros la libertad que acepta:
la igualdad en dignidad y trato de todos,
el celibato opcional de los servidores comunitarios,
la admisión de la mujer para cualquier ministerio,
la comunión con los divorciados vueltos a casar,
los diversos tipos humanizados de familia…;
abunde el amor que perdona sin humillar ni invadir la intimidad,
que cura, alimenta, instaura relaciones fraternales.
rufo.go@hotmail.com