Presentación del Señor (02.02.2014)

La “Jornada de la Vida Consagrada” pertenece a todos los cristianos

Introducción:Mis ojos han visto a tu Salvador” (Lc 2,22-40)
Dos figuras venerables del antiguo Israel, Simeón y Ana, presentan la etapa histórica que abre Jesús. Se cierra la etapa de la promesa, se abre su cumplimiento. La escena en el Templo empalma la etapa de Israel con el tiempo de Jesús. “Mis ojos han visto a tu Salvador”, y “daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel” (de “Jerusalén”) son puntos de sutura histórica. La ocasión es el cumplimiento de la ley sobre la purificación de la madre y la presentación-consagración del primogénito. José y María integran a Jesús en las tradiciones del pueblo. “Nacido bajo la Ley” (Gál 4,4), muestra su solidaridad con la humanidad concreta de su época. Resalta la pobreza de esta familia al ofrecer el sacrificio de los pobres (Lev 12,6-8).

El Espíritu Santo da a entender que aquel niño es el Mesías
Dos ancianos (Simeón y Ana), representantes del pueblo pobre, que “aguarda el consuelo de Israel” y “la liberación de Jerusalén” captan el misterio. Recuerdan al Segundo Isaías que anuncia la salvación universal e invita a consolar al pueblo del exilio: “consolad, consolad a mi pueblo dice el Señor, hablad al corazón de Jerusalén y decidle bien alto que ya ha cumplido su servicio ...” (Is 40, 1ss). El cántico de Simeón aplica a Jesús el primer cántico del Siervo, de Isaías: este niño es “luz de las naciones y gloria de Israel” ” (Is 42,6; 49,6; 52,10). La Ley recibirá luz del Espíritu de Dios, que lleva Jesús. La historia del hombre se cruza con la historia de Dios en la persona de Jesús, el nuevo templo, en el que Dios rehabilitará al hombre.

Simeón se dirige también a María, la madre. Anticipa lo que Lucas subraya en todo su evangelio: “¿Pensáis que he venido a traer paz en la tierra?” (Lc 12,51-53). La profecía a María transparenta la dureza de la vida de Jesús; será “bandera discutida” al provocar con su palabra la verdadera actitud de los corazones, la oposición al Reino. “A ti, una espada te traspasará el alma”, es un modo de expresar su asociación dolorosa al Hijo, cuya obediencia a Dios supera la familia carnal.

Una anciana completa la escena
Es una “profetisa”: dice lo que Dios quiere decir. Es uno de los “centinelas” del pueblo “que alzan la voz, gritan a una porque ven cara a cara regresar a Yahvé a Sión” (Is 52,8). Ella, literalmente, “alternaba en las alabanzas” y “hablaba de él a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén”.

Termina el texto con la vuelta “a su ciudad de Nazaret” y el sumario de su vida. Esta sobriedad de datos, interrumpida por la intervención magisterial a los doce años en el templo, cierra el capítulo segundo de Lucas; añade la obediencia a sus padres y la guarda de recuerdos en el corazón de la madre. (Lc 2, 51-52). Esta continencia biográfica (cerca de treinta años en pocas líneas), esconde la vida oculta de Jesús: su realidad humana, su abajamiento, su “crecer, robustecerse, llenarse de sabiduría, y compañía de la gracia de Dios”, el trabajo y la familia, el servicio de María y José.

Oración:Mis ojos han visto a tu Salvador” (Lc 2, 22-40)

Hecho de vida: la “consagración” de los sacerdotes obreros

‘Sacerdote’ de una forma totalmente nueva
“Siendo obrero, el sacerdocio deja de ser una actividad ‘profesional’ y afecta a toda la persona: vives una plena dedicación, no medida por el tiempo laboral-pastoral, al cual tengas que dedicar la cabeza y las manos, sino por toda una situación vital en la que, además, quedan involucrados el corazón, los riñones, el hígado... Esto te hace sentir ‘sacerdote’ de una forma totalmente nueva, que no puedes definir, pero que es ciertamente más profunda” (Jaume Botey: Curas obreros. Cuaderno Cristianismo y Justicia nº 175. Barcelona 2011, p. 18.).


El lugar de Dios es el mundo de los pobres
“... sigues viendo como un ‘hecho primero’ que el lugar de Dios es el mundo de los pobres. De aquí que sigues con la misma pasión por el Reino de Cristo y por el Cristo del Reino. A pesar del desconcierto, sigues obstinadamente creyendo y apostando por un mundo nuevo. [...] Nace entonces una fidelidad a la vida tal y como es. Es una fidelidad al compromiso con este mundo, una ‘obediencia’ –hasta la muerte– a la vida y a la condición humana. De aquí aprendemos ‘Quién’ es Dios. Como Jesucristo, que ‘por obediencia aprendió a comportarse como un hombre cualquiera, y en este camino aprendió ‘Quién era Dios’. Quizás es lo que nos pasa a nosotros: hemos descubierto un ‘camino de Dios’ en medio del mundo, el Reino, a pesar de que a cada paso tengamos que interpretar el ‘camino’” (id. p. 26).


Señor Jesús:
estos son testimonios de sacerdotes obreros;
“consagrados” al pueblo de Dios y al trabajo asalariado;
apasionados por el Reino, que quieren vivir “como uno de tantos”;
como tú, quieren vivir dando gratis el Evangelio;
como Pablo “no comen el pan de balde a costa de alguien, sino con fatiga y cansancio,
trabajando día y noche para no ser gravosos a nadie
” (2Tes 3, 8).

¡Qué contraste, Señor!:
para Pablo esta conducta es “un modelo a imitar” (2Tes 3,9);
para los responsables de la Iglesia hoy es “un modelo a evitar”;
han sido marginados, perseguidos a veces, ignorados habitualmente;
más aún, se procura que los sacerdotes no tengan profesión civil alguna;
el “buen sacerdote” es quien sólo “trabaja” para la institución,
aunque su tiempo real de trabajo no supere la hora del culto necesario.

Hoy celebramos la “Presentación del Señor”
Las tradiciones populares moldean y aportan sentido a la vida:
cuando llegó el tiempo de la purificación de María,
llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor
”.
La purificación de la madre y la presentación del hijo
invitan a dar gracias al Creador por la nueva vida;
a reconocerse cooperadores, a pesar de la debilidad;
a ofrecer al Dador de todo bien el gran regalo del hijo;
a rogar al Padre que nos dé un corazón divino para educarlo bien.

En esas tradiciones, Señor Jesús, te encuentras con tu pueblo:
el Espíritu Santo abre el corazón y hace consciente del proyecto divino;
el anciano Simeón, que “aguarda el consuelo de Israel
y “la liberación de Jerusalén”, es iluminado:
mis ojos han visto a tu Salvador”, dice agradecidamente a Dios.
Será bandera discutida... una espada te traspasará el alma”, dice a tu madre.
La profetisa Ana, de los “centinelas” del pueblo, de los “que alzan la voz,
gritan a una porque ven cara a cara regresar a Yahvé a Sión
” (Is 52,8),
alaba a Dios y habla de ti a todos los que aguardaban la liberación de Israel”.

Hoy, Jornada de la Vida Consagrada, te hacemos esta súplica:
Jesús, hijo de María y de José, reaviva en todos tu Espíritu;
que Él nos “ha consagrado” a todos, haciéndonos “linaje elegido, sacerdocio regio,
nación consagrada, pueblo adquirido por Dios para publicar las proezas
del que os llamó de las tinieblas a su luz maravillosa
” (1Pe 2,9).

¿Quién vive esta “consagración” al Reino?
Podemos vivirla todos: “sacerdotes obreros y no obreros”, “religiosos-religiosas”,
monjes-monjas..., cualquier cristiano;
todos, como Tú, Jesús, somos sacerdotes según el orden de Melquisedec (Heb 5,1-6);
tu sacerdocio nuevo recuerda a Melquisedec (Gén 14,17-20),
sacerdote y rey de Salén (rey “de justicia y de paz”),
que sale al encuentro de Abrahán con pan y vino,
y le bendice en nombre del Dios creador del cielo y de la tierra;
y Abrahán le da el diezmo, reconociéndole, por tanto, superior.

Tu sacerdocio, Jesús, en esta línea, radica en la misma creación:
el Creador te envía a ti, su mismo Hijo, para traernos su mismo Espíritu;
vives la verdad de la vida conducido por el Espíritu Santo,
vida verdadera que consiste en realizar su voluntad, su reino,
el proyecto de vida dichosa, verdaderamente humana;
eres llamado Hijo de Dios (Sal 2,7), sacerdote a la manera de Melquisedec (Sal 110,4);
por vivir de su mismo amor, y darnos su mismo Espíritu de amor;
el Espíritu Santo es el don más sagrado, más divino.

Así nos capacitas a todos para ser Evangelio, tener tu corazón,
dar a todos el don más divino, ser sacer-dotes (dan lo sagrado);
es el Espíritu que nos dedica a realizar tu Reino:
aportar pan, salud, cultura, trabajo, paz, sentido, esperanza...

Tu Espíritu ha llevado a algunos a vivir entre los más pobres,
a compartir sus mismos riesgos, tu misma cruz.
Es la gracia desbordante que hoy agradecemos profundamente.

Rufo González
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