Petición mínima: “la autoridad competente establezca criterios y disposiciones para ordenar sacerdotes a hombres idóneos y reconocidos por la comunidad..., pudiendo tener familia legítimamente constituida y estable...”. En torno al Sínodo de la Amazonía (y XII): El celibato impide la Eucaristía

Nuevos caminos exigidos por la celebración de la Eucaristía

La Eucaristía, dado su papel central en la vida cristiana, el Vaticano II, en su primera Constitución, “Sobre la sagrada liturgia” (SC), le dedicó un capítulo (II, n. 47-58) exigiendo reformas múltiples (sobre “el ordinario”, mayor riqueza bíblica, oración de los fieles, lengua vulgar, comunión bajo la dos especies, concelebración...). Falta le hacían... Nos parece inimaginable lo que ha tenido que soportar el pueblo fiel en la principal celebración cristiana: en latín (excepto homilía), presidente de espaldas a la comunidad, entretener al personal rezando el rosario, leyendo documentos...

Los grandes valores de la Eucaristía exigen cambios en la disciplina actual. El documento final del Sínodo sitúa el tema de la Eucaristía al final del apartado sobre “Nuevos caminos para la ministerialidad eclesial” (n. 109-111). Porque la Eucaristía pide hoy cambios en relación al ministerio para que toda comunidad pueda celebrarla. Empieza subrayando los valores de la eucaristía, destacados en textos del Magisterio: “fuente y culmen de toda vida cristiana, símbolo de unidad del Cuerpo Místico, centro y culminación de toda la vida de la comunidad cristiana, todo el bien espiritual de la Iglesia, fuente y culmen de toda evangelización” (Vat. II: LG 11, SC 10, PO 5); “la Iglesia vive de la Eucaristía” (Juan Pablo II: Ecclesia de Eucharistia, 1); “derecho a tener la celebración eucarística” (Congregación para el Culto Divino: `Redemptoris sacramentum´); “la Eucaristía centro vital del universo, centro lleno de amor y vida inagotable... es en sí misma un acto de amor cósmico” (LS 236).

El celibato impide la celebración de la Eucaristía. Reconocen el derecho de toda comunidad cristiana a la celebración eucarística, derivado de la entraña misma de la Eucaristía y de su lugar salvífico. Constatan “enormes dificultades para acceder a la Eucaristía”. Meses, e incluso “varios años”, pasan sin que asome por ellas algún sacerdote. Dan por hecho que el problema es el celibato. Por ello dedican el número siguiente (n. 111) al tema celibatario. Con gran prudencia analizan la situación del tema, reconociendo al celibato como “un don de Dios”, aludiendo a la encíclica `Sacerdotalis caelibatus” que se inicia diciendo que “la Iglesia lo custodia desde hace siglos como perla preciosa” (n. 1). Un claro exceso clerical que pone su celibato a la altura del “reino de los cielos” (Mt 13, 44-46). El celibato es un “don de Dios”, pero no “la perla preciosa” del Evangelio ni de nuestra fe. Aunque no se diera, el reino de los cielos se puede realizar. Que Dios lo da a algunos cristianos, bendito sea Dios. Pero no es lo que la Iglesia debe “custodiar como perla preciosa”. Y menos el celibato obligatorio para obispos y presbíteros. San Pablo VI reconoce que el proceder de la Iglesia en este tema no es el proceder de Jesús y sus Apóstoles: “el Nuevo Testamento, en el que se conserva la doctrina de Cristo y de los Apóstoles, no exige el celibato de los sagrados ministros, sino que más bien lo propone como obediencia libre a una especial vocación o a un especial carisma (cf. Mt 19, 11-12). Jesús mismo no puso esta condición previa en la elección de los doce, como tampoco los apóstoles para los que ponían al frente de las primeras comunidades cristianas (cf. 1 Tim 3, 2-5; Tit 1, 5-6)” (Sacerd. Caelib., n. 5).

Aducen algunas razones del Vaticano II en favor del celibato: dedicación plena al Pueblo de Dios, estímulo de la caridad pastoral, razones de conveniencia... También la clara afirmación del mismo Vaticano II: “no es exigido por la naturaleza misma del sacerdocio…” (PO 16). Debían citar la frase entera, coincidente sustancialmente con lo dicho en `Sacerdotalis Caelibatus´: “no es exigido ciertamente por la naturaleza misma del sacerdocio, como aparece por la práctica de la Iglesia primitiva (1Tim 3, 2-5; Tit 1,6) y por la tradición de las Iglesias orientales, en donde, además de aquellos que con todos los obispos eligen el celibato como un don de la gracia, hay también presbíteros beneméritos casados” (PO 16).

Una petición mínima ante la titubeante opinión del Papa Francisco. Se apoyan en “la legítima diversidad que no daña la comunión y la unidad de la Iglesia, sino que la manifiesta y sirve (LG 13; OE 6), lo que da testimonio de la pluralidad de ritos y disciplinas existentes”. Proponen con toda cautela que “la autoridad competente establezca criterios y disposiciones para ordenar sacerdotes a hombres idóneos y reconocidos por la comunidad, que tengan un diaconado permanente fecundo y reciban una formación adecuada para el presbiterado, pudiendo tener familia legítimamente constituida y estable, para sostener la vida de la comunidad cristiana mediante la predicación de la Palabra y la celebración de los Sacramentos en las zonas más remotas de la región amazónica”.

Basta leer las condiciones restrictivas para darse cuenta de lo superadas que están hoy en la teología y en el sentir de la mayoría cristiana. Creo que es voluntad de Dios el que sean superadas pronto por quienes tienen más obligación de “no apagar el Espíritu, ni despreciar las profecías, sino examinar todo, y quedarse con lo bueno” (1Tes 5, 19-21). “Hombres idóneos y reconocidos por la comunidad” es la principal cautela, como si las mujeres no fueran “uno en Cristo Jesús” (Gál 3, 28). Como si las mujeres no tuvieran de hecho “un diaconado permanente fecundo”. Y no pudieran “recibir una formación adecuada para el presbiterado” y “tener familia legítimamente constituida y estable”. También pueden “sostener la vida de la comunidad cristiana mediante la predicación de la Palabra y la celebración de los Sacramentos en las zonas más remotas de la región amazónica”.

A este respecto, algunos se pronunciaron por un abordaje universal del tema. Me parece necesaria esta aportación final del n. 111. Este tema entra en el conocido principio: “lo que afecta a todos debe ser aprobado y tratado por todos”. Principio que el gran teólogo dominico, Y. Congar, creía “un espíritu tradicional en la Iglesia”. A uno de mis artículos sobre “Los sacerdotes casados, signo del Espíritu” (05.08.2013. RD, Blog “Atrévete a orar”), llegó este comentario: “Somos los cristianos los que tenemos que mantener un debate abierto permanente sobre la necesidad de que el celibato sea opcional para nuestros sacerdotes... Si se casan y quieren seguir siendo sacerdotes, no pueden recibir como respuesta el silencio, y mucho menos, el desprecio. Somos los cristianos de a pie los que tenemos que luchar por las vidas dignas de nuestros sacerdotes. ¡Qué no son cualquiera! ¡Son nuestros sacerdotes!”. Este tema estuvo presente desde el principio. Recordad a Pablo: “os rogamos, hermanos, que apreciéis el esfuerzo de los que trabajan entre vosotros, cuidando de vosotros por el Señor y amonestándoos. Mostradles toda estima y amor por su trabajo” (1Tes 5, 12-13). Una comunidad de Jesús no puede desentenderse de sus miembros. Máxime de los encargados de cuidar (eso significa “cura”) la Palabra, los signos del Espíritu y la vida fraterna. Es triste la marginación, la falta de diálogo, el “borrado” que hacen muchos clérigos -sobre todo obispos- de quienes dejan el ministerio por ley. Como no son útiles, los descartan e ignoran como si hubieran muerto. No escucharon -quizá no leyeron nunca- el texto de San Pablo VI: “Estamos seguros, venerables hermanos,... de que no perderéis jamás de vista a los sacerdotes que han abandonado la casa de Dios, que es su verdadera casa, sea cual sea el éxito de su dolorosa aventura, porque ellos siguen siendo por siempre hijos vuestros” (Sacerd. Caelib. n. 95).

Leganés 13 febrero 2020

PD. Ayer se hizo público el documento papal “Querida Amazonía”, donde se hace caso omiso de la petición del Sínodo sobre ordenación de hombres casados y el diaconado de la mujer cristiana. Lo lamento mucho. Creo sinceramente que no se está atendiendo al signo de los tiempos sobre este tema. El celibato opcional es evangélico, el obligatorio para el ministerio no lo es. Lo mismo respecto de la mujer. Desde del Evangelio no hay razones. Y desde los derechos humanos, menos aún. Hablaremos.

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