El celibato no es una herramienta necesaria para “mantener vivo el don de Dios” La ley del celibato divide y hace imposible la comunión eclesial a muchos

Discurso del Papa Francisco sobre el sacerdocio (4)

La “cercanía al Obispo” es una de la cuatro relaciones “decisivas para la vida de un sacerdote hoy”, “cimientos sólidos”, “actitudes que dan solidez”, “columnas constitutivas de nuestra vida sacerdotal”, “herramientas concretas con las que confrontar su ministerio, su misión y su cotidianeidad... Estas cuatro `cercanías´ pueden ayudar de manera práctica, concreta y esperanzadora a reavivar el don y la fecundidad que un día se nos prometió”. Y cita a San Pablo que “exhortaba a Timoteo a mantener vivo el don de Dios que recibió por la imposición de sus manos... (cf. 2Tm 1,6-7)”.

Con esta cita se está sugiriendo subliminalmente que el celibato no es una herramienta necesaria para “mantener vivo el don de Dios que recibió por la imposición de manos”. Pues en la 1ª Carta a Timoteo se reconoce que “conviene que el obispo sea marido de una sola mujer..., que gobierne bien su propia casa y se haga obedecer de sus hijos con todo respeto. Pues si uno no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?” (1Tim 3, 2.4-5). Más “conveniente”, pues, es el matrimonio para “cuidar de la Iglesia de Dios” que cualquier soltería. Según el Nuevo Testamento, claro.

Como Iglesia con demasiada frecuencia, incluso hoy, hemos dado a la obediencia una interpretación lejana al sentir del Evangelio. La obediencia no es un atributo disciplinar sino la característica más profunda de los vínculos que nos unen en comunión”. Luego la obediencia evangélica no es cumplir la disciplina eclesial, fruto a veces del despotismo de gobernantes de una época determinada. Más bien obedecer es aceptar el Evangelio y lo “acordado en comunión”, lo que “los apóstoles y los presbíteros con toda la Iglesia acordaron... decidido por unanimidad... hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros” (He 15, 22.25.28). La obediencia de Jesús es amar como el Padre, siguiendo al Espíritu. Jamás sumisión tiránica, negación de derechos “universales e inviolables” (GS 26)...

Muy de acuerdo: “obedecer significa aprender a escuchar y recordar que nadie puede pretender ser el poseedor de la voluntad de Dios, y que ésta sólo puede entenderse a través del discernimiento. Cada uno no es el principio y fundamento de la vida, sino que necesariamente debe confrontarse con otros. Esta lógica de las cercanías posibilita romper toda tentación de encierro, de autojustificación y de llevar una vida “de solteros”; e invita, por el contrario, a apelar a otras instancias para encontrar el camino que conduce a la verdad y a la vida”.

Siglos llevan los dirigentes de la Iglesia negándose a discernir la ley del celibato con “todo el Pueblo de Dios” (GS 44). Precedida por la “ley de continencia” del Papa Siricio (s. IV): “por autoridad de la Sede Apostólica están depuestos de todo honor eclesiástico... y nunca podrán tocar los venerandos misterios, de los que a sí mismos se privaron al anhelar obscenos placeres... Cualquier obispo, presbítero o diácono que... fuere hallado tal, sepa que ya desde ahora le queda por Nos cerrado todo camino de indulgencia...” (De la Carta a Himerio. Dz 185). Falsedad sobre la sexualidad, confusión entre el sacerdocio judío y el de Jesús, creer que Dios no escucha a quien tiene sexo con su mujer, indispone para celebrar los sacramentos divinos. Pretenden vincularla a una “tradición apostólica”. Como si no fuera evidente el Nuevo Testamento: “¿Acaso no tenemos derecho a comer y beber?, ¿acaso no tenemos derecho a llevar con nosotros una mujer cristiana, como los demás apóstoles, incluyendo a los parientes del Señor y a Pedro?...” (1Cor 9,4-5). “Conviene que el obispo sea marido de una sola mujer..., que gobierne bien su propia casa y se haga obedecer de sus hijos con todo respeto. Pues si uno no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?” (1Tim 3,2.4-5).

El Papa Francisco reconoce que “el obispo permanece para cada presbítero y para cada Iglesia particular como un vínculo que ayuda a discernir la voluntad de Dios”. Matiza que “el obispo sólo puede ser instrumento de este discernimiento si también él se pone a la escucha de la realidad de sus presbíteros y del pueblo santo de Dios...”. ¿Cómo pueden ser “instrumentos de este discernimiento” espiritual, libre, personas atadas a una ley inhumana, impuesta sin comunión eclesial? Hombres que para ser elegidos obispos no tenían que ser “ni muy amigos de los pobres ni partidarios del celibato opcional ni de la ordenación femenina”. Desde el Espíritu de Jesús no se debe exigir como condición para ser obispo defender esta ley. Ley que acarrea comunidades sin pastor y sin eucaristía, personas rotas vocacionalmente, hijos ocultos, mujeres invisibles, exilios, vicios “contra naturam” (Lateranense III, c. 11); abusos “con impúberes” (Instrucción 9.06.1922), etc.

¡Hay que hacerles callar! Demasiados hablan de replantearse la ley del celibato”.Esta fue consigna de san Juan Pablo II ante cardenales alemanes. El cardenal Tarancón temía manifestar su opinión al respecto: “si digo lo que pienso, podría dejar de ser obispo de la Iglesia” (encuentro sacerdotal). También obispos brasileños hablaron de intransigencia de Roma a la más mínima insinuación sobre el tema. Los obispos no hablan sobre porque fueron obligados a defender esta ley si querían ser obispos. Una ley eclesiástica, siempre coyuntural, ha llegado a dividir y a hacer imposible la comunión eclesial a muchos.

El Papa recuerda que “sólo a partir de esta  escucha respetuosa y compasiva se pueden encontrar los caminos de un genuino crecimiento, despertar el deseo del ideal cristiano, las ansias de responder plenamente al amor de Dios y el anhelo  de desarrollar lo mejor que Dios ha sembrado en la propia vida” (Evangelii gaudium, 171).

En este tema la obediencia evangélica se está haciendo imposible. “Los vínculos del sacerdote con la Iglesia particular, con el instituto a que se pertenece y con su propio obispo” están mediados por una ley injusta, inhumana, fruto del despotismo contrario al Evangelio (Mt 20,25ss; Mc 10,42ss; Lc 22,25ss). Ante esta ley, que supera a todos, no pueden haber “humildad, capacidad de escucha, de autocrítica y de dejarse ayudar”.

Comparto el juicio -ya madurado- sobre esta ley del jesuita J. M. Díez-Alegría: “La institución del celibato obligatorio la llamo descabellada, porque la experiencia histórica demuestra que es una cabezonería humana en que el Espíritu Santo no ha entrado... Bastantes curas, que actúan rectamente en conciencia, no se sienten ligados delante de Dios por una disciplina que vulnera derechos fundamentales... Manteniendo íntegra su fe, desde ella optan por secularizarse de hecho y contraen matrimonio civil... Estoy persuadido de que no hay el menor error moral en su decisión, porque Dios no avala disposiciones legales que atenten al bien del hombre, a los derechos fundamentales y al verdadero bien de la comunidad eclesial... Con su sinceridad y libertad están ayudando a la Iglesia.... Hacen muy bien las comunidades cristianas..., que los mantienen sin discriminación alguna en su seno y participan con ellos en la comunión... Hacen lo que deben hacer y lo que Dios quiere” (“Rebajas teológicas de otoño”. Desclée de Brouwer. Bilbao 1980. p. 144-147).

Muchos esperamos que los dirigentes eclesiales comprendan que “es de todo el Pueblo de Dios, sobre todo de pastores y teólogos, auscultar, discernir e interpretar, con la ayuda del Espíritu Santo, las variadas voces y valorarlas a la luz de la palabra divina...” (GS 44).

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