La vida de los sacerdotes casados proclama la injusticia eclesial (IV)

Jerónimo Podestá, obispo con los pobres y con los sacerdotes casados (8)
Un hombre sincero y fiel a su conciencia

La investigación histórica con “método oral”, que Lidia González y Luis I. García Conde, editaron al poco de morir el obispo Podestá (“Monseñor Jerónimo Podestá. LA REVOLUCIÓN EN LA IGLESIA” -Instituto Histórico Ciudad de Buenos Aires. 2000-) recoge el proceso personal que le llevó a elegir diversos caminos de vida. Demuestra que, además de inteligente, era persona que iba decidiendo en cada momento lo que honradamente creía ser la voluntad divina. Así cuenta su cambio de rumbo desde la facultad de Medicina al Seminario diocesano:
“Entré en la Facultad de Medicina, hice tres años completos, terminé tercer año, aprobé todas las materias del primer ciclo y me inscribí en el segundo y en ese momento... se me había presentado un dilema: soy católico, tengo fe en Jesús, ¿me lo tomo en serio? o como se dice ahora, ¿en joda?.
Yo me acuerdo que una noche abrí la ventana, estaba pensando esto, y mi padre advirtió que había una corriente de aire y se acercó: “Pero qué te pasa, hijo?”. “Nada papá, estaba pensando, yo voy a tomar mi creencia en Jesús y en el Evangelio, ¿lo voy a tomar en serio o no?”. Y mi respuesta fue: lo voy a tomar en serio, entonces al día siguiente le dije a mi padre que quería hacerme religioso.
- “Pero ¿vas a abandonar tus estudios? No me opongo, pero mejor termina tu carrera y después...”.
- “Mira, papá cuando uno decide una cosa... ya me he decidido”. Mi padre se calló, no dijo nada. Y me dejó interrumpir la carrera.
El sacerdote que me aconsejaba, me dijo: “No te metas de fraile de entrada, anda al Seminario y después piénsalo ahí, luego toma el rumbo para donde te guste”. Era sensato, pero no era práctico, porque una vez que uno se mete a una cosa no sale más. A los veinte años entré al Seminario. Yo que había ido con ejemplos de cristianos tipo místicos, un poco exaltados decían algunos, me encontré con que el ambiente del Seminario para mí era de una chatura increíble. Era un colegio donde estudiabas para cura y tenías misa todas las mañanas, pero nada más. Me acostumbré, quizás no debí haberme acostumbrado. Se hace un clima, un ambiente de formación religiosa muy cerrado. No se convive. Lo de afuera uno lo rechaza, el mundo feo, malo, pecaminoso...” (O.c., pág. 115).


“Clelia me abrió su alma de par en par y eso fue una cosa que me sacudió”
Monseñor Helder Cámara conocía el espíritu de Clelia. En su primer encuentro con Podestá le dijo: “No tengas miedo, Clelia va a ser tu fuerte”. Así fue. Clelia se incorporaría a su diócesis como su secretaria. “Hasta que dejé la diócesis –confesó Podestá– no tuve relaciones íntimas. Era una gran amistad y una profunda influencia, reconozco que nos amábamos verdaderamente...”. La amistad con esta mujer fue para él un signo de la presencia del Misterio. Lo entroncó con la revelación bíblica: “no es bueno que el hombre esté solo...” (Gén 2, 18). Esta “bondad” llenó su conciencia de forma natural, cercana, de la mujer que Dios le puso delante. Su conciencia decidió respetar la inclinación de su corazón. Estaba convencido que “la conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del ser humano, en el que éste se siente solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de aquella” (GS 16). “Sagrario” se hace la conciencia reconocida como ámbito de insinuación del amor divino, de la voluntad de Dios. Voluntad que sólo puede ponerse en cuestión cuando atenta contra los derechos humanos, a los que ciertamente Dios -creador de esos derechos- no puede de ningún modo oponerse. Releamos con corazón limpio el relato sincero de este obispo católico:
“Yo, por mi formación religiosa, escuchaba confidencias de los demás, pero no me abría con nadie. No me sinceraba... No porque no sean compañeros, sino porque no hay comunicación de alma a alma. Los curas no son amigos, son amigotes entre ellos. No hay amistad honda, profunda... Clelia me abrió su alma de par en par y eso fue una cosa que me sacudió. Me vi obligado a contarle todo lo mío, lo de adentro, que a nadie le había contado. Al confesor se le cuentan pecaditos y alguna que otra cosita, pero abrirle el alma, ¡qué cosa tan extraordinaria! Yo por primera vez descubrí lo que era la mujer. Claro enseguida me entronqué con las grandes enseñanzas bíblicas, pero que no las había aplicado: “No es bueno que el hombre esté solo” y “Dios creó a la mujer”. La Biblia trae sabiduría ancestral, de miles de años... Los católicos sostenemos que es inspiración de Dios pero se explica la inspiración como si fuera una acción espectacular, ritmo de la historia, evolución de las culturas, el crecimiento de la conciencia. Para el creyente está Dios, llámenlo inspiración o no... La humanidad fue creando conceptos y así descubrió conceptos fundamentales, experiencias negativas, plasmadas en sus primeras páginas. La mujer es la tentación, la pecadora que hace pecar al hombre. Un abuso de interpretación que yo no creo que se le pueda atribuir a la Biblia. Que de hecho en ocasiones sea así, no es que sea esencialmente así... Descubrí que me sentía feliz, sumamente cómodo y me encontré con un problema de tipo pastoral y a lo que iba a hacer yo como obispo” (O.c. p. 114).


“Triunfé en el amor y en el testimonio que dejé”
No le fue fácil seguir el camino que su conciencia le presentaba como bueno y agradable a Dios. Por eso interpretó en algún momento las etapas de su vida como un fracaso. En realidad no fue tal. Vivir de acuerdo con la propia conciencia, eligiendo cosas buenas por naturaleza, creyendo en el Espíritu divino que acompaña y sugiere, sintiendo paz y alegría interior, es bueno y voluntad divina. Aunque ello pueda ir contra decisiones anteriores, que eran también buenas. Y no digamos contra leyes humanas coyunturales. Jesús es ejemplo de esta libertad, puesta al servicio de la vida humana, cuya necesidad y dicha están por encima de toda ley (Mt 8,14-17; 12, 1-14; Mc 1, 21b-39; 2, 23-28; 3, 1-6; Lc 4, 33-37; 6, 1-11). Descubrió al fin que la guía de su vida no fue un fracaso. La guía fue siempre el amor y la luz de su conciencia, que sentía bendecida por el Espíritu de Jesús:
“Yo soy un tipo absolutamente fracasado en todo... Me inicié en la Facultad de Medicina, fracasé. Quise estudiar Sagradas Escrituras, me troncharon. Estudié Derecho Canónico, no me sirvió para nada. Me sirvió para una cosa, como tenía título, tenía un punto más a favor para que me eligieran obispo, por ser Doctor en Derecho Canónico. Después me hicieron obispo: fracasé como obispo. Ah. No... hay una cosa en la que no fracasé: en el amor. En eso no fracasé; ahí triunfé. Y triunfé, quizás no por mérito mío, sino por mérito de Clelia. Todos los días recibo un testimonio. Lo que más me dolió, con esta decisión mía, es pensar que quizás pueda defraudar a mucha gente: mis alumnos, mis sacerdotes, mis seminaristas, la gente de mi diócesis. Resulta que todos los días me llama alguien y con cariño... Bueno, entonces yo me reconcilio con esto. Porque en la revista Viva les dio por poner un recuadro y me llamó un montón de gente. Pero tampoco he fracasado en el testimonio que dejé. La gente lo ha comprendido, lo valora, lo aprecia, me llama. Sólo algún trasnochado como ese periodista que les conté hoy, que escribe bobadas, la gente no. Entendió que mi vida es un testimonio. Y bueno, a pesar mío, ésta es la verdad” (O. c., pág. 116-117).


“Nunca pequé contra la luz”
Como los conversos -¡qué fácilmente los justificamos si vienen a nuestro redil!-, este buen obispo fue fiel a su conciencia. En la despedida a los sacerdotes de Avellaneda -1967-, les dijo:
“El paso que me toca dar lo doy con una paz, con una naturalidad, con una inalterable seguridad, que considero una especialísima gracia del Señor... En mi vida quise hacer muchas cosas, pero profundamente quise hacer de ella un testimonio” (Palabras recogidas por Óscar Varela, Secretario Privado de monseñor Podestá, que me las hecho llegar a mi correo personal electrónico).
Tomó decisiones que la estructura eclesial no toleraba. Lo importante es la conciencia. Si la Iglesia la hubiera respetado, ¡cuántos sufrimientos se habrían evitado y cuánto bien para la misma Iglesia! Su vida posterior, entregada a defender los derechos humanos y a los sacerdotes casados, proclama la injusticia eclesial tan pertinaz en este asunto:
“El mundo progresa y el ser humano progresa cuando se toman decisiones profundas y esa decisión mía estaba llamada a bifurcarse. Pero fue una decisión profunda. Yo me jugué entero. Y creo que eso tiene un valor para mí y para el testimonio de mi vida. La gente podrá decir de mi vida lo que quiera menos que yo he sido un tipo superficial, un matufiero, un chanta, eso sí que no. He sido siempre muy honesto, eh? Como decía un personaje que había nacido anglicano, después se pasó a la Iglesia Católica y terminó como cardenal, Newman. Al final de su vida dice, bueno, vaya qué pequeñez: “Nunca pequé contra la luz” (O. c., pág. 117).


Rufo González
Volver arriba