"O la Iglesia migrante está en camino hacia Gaza, o no es la Iglesia del Señor Jesús" Jesucristo nos precede en Gaza, ¿dónde estamos nosotros?

Jesucristo nos precede en Gaza
Jesucristo nos precede en Gaza

"Durante mucho tiempo me pregunté por qué el papa Francisco llamaba cada día a Gaza. Por supuesto, me decía a mí mismo, para hacer presente y acompañar, para estar allí, para consolar, para compartir la prueba, para llevar de la manera más visible la presencia de la Iglesia…"

"Pero en aquel anciano Papa había tal vez algo más. Y creo que era esto: el papa Francisco sentía que Dios está en Gaza. No solo en la parroquia de Gaza, que quede claro. En todo ese pueblo, sin distinción de fe o pertenencia"

"Mientras el Occidente rico y poderoso atraviesa una larga noche de Dios, mientras Dios parece no encontrarse ni siquiera en nuestras Iglesias, en Gaza, con toda evidencia, Dios está presente"

"¿Dónde estamos nosotros, mientras un pueblo es aniquilado? Me temo que ya no basta con decir 'oremos'. No basta con condenar con un siempre lenguaje diplomático -por aquello de no levantar suspicacias - 'la violencia en general'"

Hace ya tiempo escribí una reflexión sobre el magisterio gestual del Papa Francisco (https://kristaualternatiba.blogspot.com/2025/01/el-magisterio-gestual-del-papa-francisco.html), y durante mucho tiempo me pregunté por qué el papa Francisco llamaba cada día a Gaza. Por supuesto, me decía a mí mismo, para hacer presente y acompañar, para estar allí, para consolar, para compartir la prueba, para llevar de la manera más visible la presencia de la Iglesia …

Pero en aquel anciano Papa que, en el lecho de muerte, hablaba cada día con este enorme campo de exterminio donde se está produciendo un genocidio —un genocidio perpetrado también por los Estados occidentales (algunos de los cuales de tradición cristiana)— había tal vez algo más.

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Y creo que era esto: el papa Francisco sentía que Dios está en Gaza. No solo en la parroquia de Gaza, que quede claro. En todo ese pueblo, sin distinción de fe o pertenencia. En esa tierra que conoció los pies de la Sagrada Familia que huía a Egipto: perseguida, también entonces, por una masacre de niños. Dios —lo sabemos— está en todas partes, cada cuerpo humano es Templo de Dios.

Gaza
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Pero mientras el Occidente rico y poderoso atraviesa una larga noche de Dios, mientras Dios parece no encontrarse ni siquiera en nuestras Iglesias, en Gaza, con toda evidencia, Dios está presente. En la pasión y muerte de Gaza está el Dios de los vivos. El Dios juez justo. El príncipe de la paz.

«Derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén el espíritu de gracia y de súplica; ellos mirarán hacia mí, hacia aquel a quien han traspasado, y lo llorarán como se llora a un hijo único, y lo llorarán amargamente como se llora amargamente a un primogénito».

Las palabras del Eterno en el profeta Zacarías 12, y las palabras que Juan refiere a Jesús en la cruz, parecen la explicación más profunda de la mirada del Papa Francisco, y de nuestra mirada, que no podemos apartar de Gaza, la que se está desangrando bajo la masacre: «pondrán sus ojos en aquel a quien traspasaron».

"Hoy, la verdad grita desde los escombros de Gaza. 

Y todo esto ocurre en el silencio —o en la complicidad— de muchos poderes, incluso religiosos"

A estas alturas, uno ya ha entendido, así lo creo y espero, que no puede haber neutralidad ante un genocidio. O se es cómplice, o se elige la verdad. Y hoy, la verdad grita desde los escombros de Gaza. Decenas de miles de muertos, niños mutilados en cuerpo y alma, hospitales destruidos, familias borradas ... Todo esto ocurre en el silencio —o en la complicidad— de muchos poderes, incluso religiosos.

Me temo que ya no basta con decir «oremos». No basta con condenar con un siempre lenguaje diplomático -por aquello de no levantar suspicacias - «la violencia en general». ¿Dónde estamos nosotros, mientras un pueblo es aniquilado? ¿Dónde están nuestras comunidades, nuestras diócesis? ¿Dónde están las palabras proféticas? ¿Dónde están los gestos concretos? Por el momento, me parece, no existe ninguna una movilización total de la Iglesia en el mundo.

La mirada creyente se eleva hacia Aquel a quien hemos traspasado. Y estas palabras tienen un sentido espiritual: debemos convertirnos. ¡Convertirnos a Gaza! La mirada hacia Aquel a quien hemos traspasado es una mirada de conversión. La mirada hacia Gaza es una mirada de conversión. Una mirada de metanoia: de cambio total de nuestras convicciones profundas, de nuestras prioridades, de nuestra forma de sentir y ver. Gaza es el margen, la piedra descartada por el constructor, la piedra de tropiezo. Jesucristo está en Gaza.

Gustavo Gutiérrez escribía en su Teología de la liberación:

«Una espiritualidad de la liberación se centrará en la conversión al prójimo, al hombre oprimido, a la clase social explotada, a la raza despreciada, al país dominado. Nuestra conversión al Señor pasa por este movimiento. […] Convertirse es saber y experimentar que, contrariamente a las leyes de la física, solo se está de pie, según el Evangelio, cuando nuestro centro de gravedad cae fuera de nosotros».

Nuestro centro de gravedad no está en San Pedro (Roma) sino en Gaza. Por eso el Papa Francisco, guiado por el Espíritu de profecía, llamaba a Gaza; quería hacerse presente en Gaza; no estar separado de Gaza.

No hablar de Gaza, en tiempo oportuno y en tiempo inoportuno (por usar las palabras de San Pablo), no estar continuamente en Gaza con el corazón, no desear ir a Gaza significa pecar contra la esperanza: es decir, adaptarse a la lógica del mundo tal como es.

Si los cristianos tenemos esperanza, entonces debemos predicar que el Resucitado es enemigo del genocidio del pueblo palestino: es irreductible a este escándalo de una muerte violenta infligida por los poderosos a los indefensos, a esta matanza masiva, a este triunfo satánico del mal. «No es tanto el pecado lo que nos lleva a la perdición, decía Juan Crisóstomo, sino más bien la falta de esperanza».

Por eso, creo, el Papa Francisco llamaba a Gaza todos los días. Es en esta inquietud donde sentimos el susurro del Espíritu. No en el trueno, ni en el fuego, sino en el susurro de un viento casi imperceptible. Como la voz de Gaza, cada vez más débil: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». El Papa Francisco quería ir a Gaza. Tal vez lo hubiera hecho, pero murió y tal vez su muerte fue la que permitió ir a Gaza en la plenitud de la comunión de una pasión compartida.

En este movimiento hacia Gaza, en este movimiento extremo, en esta conversión a Gaza, veo una figura poderosa de la Iglesia: de una Iglesia que rechaza la estabilidad y la seguridad. De una Iglesia migrante. Al fin y al cabo en la prehistoria de nuestra fe también nosotros decimos aquello de «mi padre fue un arameo errante…» (Deuteronomio 26, 5).

Esta Iglesia migrante, este Pueblo de Dios que asume la forma del migrante puede poner los ojos fijos en Aquél «despreciado y abandonado por los hombres, hombre de dolores, familiarizado con el sufrimiento, semejante a aquel ante quien todos ocultan su rostro» (Isaías 53, 3).

O la Iglesia migrante está en camino hacia Gaza, o no es la Iglesia del Señor Jesús. O esta Iglesia es capaz de esperanza saliendo de la ciudad estable del poder occidental y del privilegio colonial, y va hacia Gaza, o no es la Iglesia del Reino. O esta Iglesia es capaz de esperanza viendo dónde nos precede Jesús, o no es la Iglesia del Año de Gracia.

En el infierno de Gaza, la esperanza posible es ese Dios «que da vida a los muertos y llama a la existencia a las cosas que no son» (Romanos 4, 17). La esperanza en un nuevo comienzo, trascendental, escatológico: «He aquí, yo hago nuevas todas las cosas» (Apocalipsis 21, 5).

En Gaza puede renacer una humanidad que se reconoce postrada en el sufrimiento, alejada del poder, acostumbrada a los márgenes. En Gaza, donde hoy se consuma y se resume una buena parte del mal del mundo, donde el mal perpetrado también en nombre de Dios y en nombre de los valores y las raíces religiosas y sagradas parece borrar incluso la posibilidad de Dios.

Precisamente en Gaza hay esperanza de un nuevo comienzo, de un nacimiento trascendental: la esperanza de una Iglesia de Jesucristo que no se adapte al genocidio, que sufra, que contradiga, que griteLa esperanza de una Iglesia que se convierta en Gaza, liberándose de todo colonialismo, de toda forma de dominio y de poder humanos, de toda diplomacia y respeto inhumanos. Una Iglesia que, como soñaba el Papa Francisco, quiere ir a Gaza. Poner allí, fuera, en el margen, en la periferia, y no dentro de sí misma, su centro de gravedad. Una Iglesia que tenga el valor de mirar a Gaza: «Levantarán los ojos hacia Aquel a quien han traspasado».

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