En 1932, hace ahora noventa años, se publicó la exitosa novela, antropológicamente pesimista, de Aldous Huxley Un mundo feliz, donde los humanos tendremos que elegir entre un totalitarismo comunista o un totalitarismo regentado por un gobierno global que, gracias a la ciencia y a la tecnología, aboliría el crimen y las enfermedades, prometiendo riqueza y prosperidad para todos. En este mundo feliz triunfan los dioses del consumo y la comodidad, y el orbe se divide en diez zonas en apariencia seguras y estables. Los humanos ya no procrean, el sexo se ha convertido solo en una diversión. Una producción artificial de los seres humanos en laboratorio es un instrumento útil para controlar la demografía, que se estabiliza en dos mil millones de habitantes en el planeta. Los valores humanos esenciales no tienen cabida en este mundo y los habitantes se crean in vitro con una técnica concebida a imagen y semejanza de una cadena de montaje.

Las letras del alfabeto griego se pervierten para clasificar a los seres humanos por clases. Se desarrolla una ciencia de las diferencias humanas, altamente avanzada, que permite a los dirigentes del gobierno destinar a cada individuo el lugar adecuado en una jerarquía social y económica dividida en cinco clases: a) Los Alphas: son los más inteligentes a este grupo pertenece la élite. Tienen responsabilidades y son los que tienen la capacidad de tomar decisiones; b) los Betas: a esta casta pertenecen los ejecutivos, son menos inteligentes que los anteriores y su función principal se reduce a tareas administrativas; c) los Gammas: son los empleados subalternos, cuyas tareas requieren de habilidad; d) los Deltas: a este grupo pertenecen los empleados de los anteriores, y, finalmente, e) los Epsilones: es la casta inferior, pertenecen a ella los empleados para trabajos arduos. Todos aceptan su lugar en la nueva jerarquía social, perfectamente ordenada.

En esta sociedad futura desaparecen los roles de padre y madre, así como la familia y todos los vínculos establecidos por el amor. Este gobierno mundial quiere combatir la soledad y el dolor de estos individuos sin raíces, donde la soledad para la creatividad y la meditación no deben existir, pues se podría cuestionar el orden existente. De este modo el dolor se supera con una placentera droga llamada soma, capaz de suprimir todas las emociones negativas. El soma, la droga por excelencia del mundo que propone Huxley. Es como una “solución” inmediata, un medicamento que evita que el individuo se enfrente a los problemas de manera “natural”. A cambio de este orden pulcro, la libertad de expresión y el pensamiento crítico han sido erradicados. De este modo, el Estado mundial, la entidad que gobierna en este mundo feliz, aplica medidas que eliminan a la familia, la diversidad cultural, el arte, la ciencia, la literatura, la religión y la filosofía. En esta sociedad, el pensamiento está determinado por el sistema, el individuo ha perdido su capacidad y libertad de razonar.

En Un mundo feliz las máquinas priman por encima del ser humano, determinando su desarrollo. Son precisamente las máquinas las que han hecho que el individuo pierda las características que lo hacen humano. Es una sociedad mecanizada, deshumanizada en la que los individuos creen ser libres pero que, sin embargo, están controlados y determinados desde su creación. Es un sistema que quiere garantizar la felicidad donde no caben las emociones, que son sustituidas con sustancias artificiales. Una dictadura “vestida” de democracia. Nos encontramos ante la “dictadura perfecta”, tal y como la describe el propio autor: «Una dictadura perfecta tendría apariencia de democracia, pero sería básicamente una prisión sin muros en la que los presos ni siquiera soñarían con escapar. Sería esencialmente un sistema de esclavitud, en el que, gracias al consumo y el entretenimiento, los esclavos amarían la servidumbre».

Aldous Huxley fue un hombre extraordinariamente profético del siglo XX que ha escrito una guía muy sagaz del futuro. Ya en el prólogo de su novela reconoce que si tuviera que volver a escribirla propondría una tercera alternativa: «Entre los cuernos utópico y primitivo de este dilema, yacería la posibilidad de la cordura, una posibilidad ya realizada, hasta cierto punto, en una comunidad de desterrados o refugiados del mundo feliz, que viviría en una especie de Reserva. En esta comunidad, la economía sería descentralista y al estilo de Henry George, y la política kropotkiniana y cooperativista. La ciencia y la tecnología serían empleadas como si, lo mismo que el Sabbath, hubiesen sido creadas para el hombre, y no (como en la actualidad) el hombre debiera adaptarse y esclavizarse a ellas. La religión sería la búsqueda consciente e inteligente del Fin Último del hombre, el conocimiento unitivo del Tao o Logos inmanente, la transcendente Divinidad de Brahma. Y la filosofía de la vida que prevalecería sería una especie de Alto Utilitarismo, en el cual el principio de la Máxima Felicidad sería supeditado al principio del Fin Último, de modo que la primera pregunta a formular y contestar en toda contingencia de la vida sería: «¿Hasta qué punto este pensamiento o esta acción contribuye o se interfiere con el logro, por mi parte y por parte del mayor número posible de otros Individuos, del Fin Último del hombre?».

En el prólogo Huxley se alarma al ver que «la Utopía se hallara más cerca de nosotros de lo que nadie hubiese podido imaginar hace sólo quince años. Entonces, la situé para dentro de seiscientos años en el futuro. Hoy parece posible que tal horror se implante entre nosotros en el plazo de un solo siglo. Es decir, en el supuesto de que sepamos reprimir nuestros impulsos de destruirnos en pedazos en el entretanto. Ciertamente, a menos que nos decidamos a descentralizar y emplear la ciencia aplicada, no como un fin para el cual los seres humanos deben ser tenidos como medios, sino como el medio para producir una raza de individuos libres, sólo podremos elegir entre dos alternativas: o cierto número de totalitarismos nacionales, militarizados, que tendrán sus raíces en el terror que suscita la bomba atómica, y, en consecuencia, la destrucción de la civilización (o, si la guerra es limitada, la perpetuación del militarismo); o bien un solo totalitarismo supranacional cuya existencia sería provocada por el caos social que resultaría del rápido progreso tecnológico en general y la revolución atómica en particular, que se desarrollaría, a causa de la necesidad de eficiencia y estabilidad, hasta convertirse en la benéfica tiranía de la Utopía». Y constata ya entonces (hay que recordar que Aldous Huxley falleció en Los Ángeles el 22 de noviembre de 1963) que «Ya hay algunas ciudades americanas en las cuales el número de divorcios iguala al número de bodas. Dentro de pocos años, sin duda alguna, las licencias de matrimonio se expenderán como las licencias para perros, con validez sólo para un período de doce meses, y sin ninguna ley que impida cambiar de perro o tener más de un animal a la vez. A medida que la libertad política y económica disminuye, la libertad sexual tiende, en compensación, a aumentar. Y el dictador (a menos que necesite carne de cañón o familias con las cuales colonizar territorios desiertos o conquistados) hará bien en favorecer esta libertad. En colaboración con la libertad de soñar despiertos bajo la influencia de los narcóticos, del cine y de la radio, la libertad sexual ayudará a reconciliar a sus súbditos con la servidumbre que es su destino».

Huxley llega a definir lo que es un Estado Totalitario eficaz: «Un Estado totalitario realmente eficaz sería aquel en el cual los jefes políticos todopoderosos y su ejército de colaboradores pudieran gobernar una población de esclavos sobre los cuales no fuese necesario ejercer coerción alguna por cuanto amarían su servidumbre. Inducirles a amarla es la tarea asignada en los actuales estados totalitarios a los Ministerios de Propaganda, los directores de los periódicos y los maestros de escuela. Pero sus métodos todavía son toscos y acientíficos». ¿Qué podríamos decir hoy? Y Aldous pronostica: «Los más importantes Proyectos Manhattan del futuro serán vastas encuestas patrocinadas por los gobiernos sobre lo que los políticos y los científicos que intervendrán en ellas llamarán el problema de la felicidad; en otras palabras, el problema de lograr que la gente ame su servidumbre. Sin seguridad económica, el amor a la servidumbre no puede llegar a existir; en aras a la brevedad, doy por sentado resolver el problema de la seguridad permanente. Pero la seguridad tiende muy rápidamente a darse por sentada. Su logro es una revolución meramente superficial, externa. El amor a la servidumbre sólo puede lograrse como resultado de una revolución profunda, personal, en las mentes y los cuerpos humanos. Para llevar a cabo esta revolución necesitamos, entre otras cosas, los siguientes descubrimientos e inventos. En primer lugar, una técnica mucho más avanzada de la sugestión, mediante el condicionamiento de los infantes y, más adelante, con la ayuda de drogas, tales como la escopolamina. En segundo lugar, una ciencia, plenamente desarrollada, de las diferencias humanas, que permita a los dirigentes gubernamentales destinar a cada individuo dado a su adecuado lugar en la jerarquía social y económica. En tercer lugar (puesto que la realidad, por utópica que sea, es algo de lo cual la gente siente la necesidad de tomarse frecuentes vacaciones), un sustitutivo para el alcohol y los demás narcóticos, algo que sea al mismo tiempo menos dañino y más placentero que la ginebra o la heroína. Y finalmente (aunque éste sería un proyecto a largo plazo, que exigiría generaciones de dominio totalitario para llegar a una conclusión satisfactoria), un sistema de eugenesia a prueba de tontos, destinado a estandarizar el producto humano y a facilitar así la tarea de los dirigentes».

Ante este clarividente análisis, ¿Qué decir? No nos queda otra que fomentar el humanismo, en relación a la Inteligencia Racional (IR): las Artes, las Letras, la Filosofía, para despertar el sentido crítico de los ciudadanos. En cuanto a la Inteligencia Emocional (IE) fomentar la empatía y la solidaridad con los más desfavorecidos. Y en relación a la Inteligencia Espiritual (IES) fomentar el silencio, la meditación, para descubrir la vocación propia de cada uno y lo que debemos hacer en cada momento de nuestra vida. Dos ejemplos de todo esto son Emmanuel Mounier, con su propuesta del Personalismo Comunitario y Carlos de Foucauld con su propuesta de seguimiento de Jesús de Nazaret y la creación de pequeñas comunidades de base que constituyan una Iglesia nazarena.