Thérèse, estreno de un clásico del cine espiritual


El estreno de Thérése de Alain Cavalier en el veinticinco aniversario de su estreno es una excelente oportunidad de recuperar una obra que en su tiempo la crítica francesa la calificó como “simple obra maestra” o “un film miracle”. Ganadora del Premio del Jurado del Festival de Cannes de 1986 en un año nada fácil ya que compitió con La misión de Roland Joffé, que se llevo la Palma de Oro, y Sacrificio de Andreï Tarkovski, que a su vez recibía el Gran Premio Especial del Jurado. Esta confluencia de obras maestras del cine espiritual constituyó una verdadera cosecha, ya que las tres figuran en la lista de quince que el Vaticano hizo pública con motivo del 100 aniversario del cine en 1995 en el apartado correspondiente a religión.

No se trata de una biografía de referencia historiográfica ni tampoco de una aproximación apologética. Se trata de un acercamiento muy personal del director, profundo y cuestionador, a la vida de la joven Thérèse Martin, religiosa carmelita y enamorada de Jesucristo.

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Alain Cavalier es un director que busca en el cine la expresión de la intimidad emocional del ser humano. Con medios humildes, el vídeo de HD ha sido un instrumento providencial, realiza una investigación profunda de los porqués de las decisiones humanas. Con esta preocupación de fondo, no es extraño que se haya fijado en la santidad y la mística dos territorios propicios para mostrar el alma humana .

Una de los retos del cine es filmar la relación con Dios, o cuanto menos con el misterio de lo Invisible que da sentido y acompaña a la realidad y a las personas. Si uno de los retos cinematográficos es filmar la muerte otro de ellos es filmar la experiencia de lo sagrado, del ser humano ante Dios. Por eso, en la historia del cine los maestros indiscutibles como Bresson, Dreyer o Tarkovski han intentado explicar desde sus personajes la pregunta sobre su Dios. El mismo Bergman en su testamento fílmico, Saraband (2003), no deja de volver sobre esta cuestión.

Si un escritor desea profundizar en Thérèse de Lisieux acude a sus escritos y a los testimonios de los estuvieron cerca de ella. Alain Cavalier en cuanto cineasta acude, en primera instancia, a la colección de sus fotografías. Probablemente, en ella se inspiró la reconstrucción de su vida a través de cuadros breves y esenciales: la recreación, lavando la ropa, orando ante el Crucificado, representando a Juana de Arco, escribiendo o en el lecho de la enfermedad. No parece desacertada esta inspiración que marcó, sin duda,la elección de Catherine Mouchet como la actriz. Ella representa a Thérèse con un asombroso parecido, que se trasparenta no únicamente en los rasgos físicos sino también en los gestos, expresiones y miradas que en muchos momentos recuerdan las fotografías que Céline tomó y que, con intuición de artista, parecen desvelar la experiencia espiritual de la santidad de su hermana, de la que en esta ocasión tenemos imágenes.

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Reflejar la vida de una monja carmelita exigía comprender la vida del Carmelo, su silencio y austeridad, su concentración en la fundamental. Por ello Alain Cavalier dirá "quiero hacer una película sobre gente que el silencio es la regla.". Desde aquí suprime cualquier exterior y las acciones se desarrollan delante de un muro entre blanco y gris, según la iluminación de cada cuadro. Este muro tiene por finalidad resaltar lo esencial, es decir, las personas y los escasos objetos. Estos últimos quedan resaltados en un proceso de simbolización. Así una reja, una cama, una mesa o unas flores apuntan a algo más. Pero también la filmación de los rostros, especialmente de las veinticuatro mujeres que intervienen. Como si a la cámara se le permitiera descubrir el velo que cubre a las de monjas, teniendo ésta en definitiva, una misión de re-velar el misterio de cada persona. Además el hábito exigía la concentración en la centralidad del rostro que se convierte en epifanía tantas veces y especialmente en Thérèse.

La austeridad se contagia al sonido que se graba en vivo y sin música, donde solo quedan unos ocasionales cantos de obras del popular Jacques Offenbach o el músico de la inefable Gabriel Fauré. Este hecho de la música intradiegética provoca una mayor profundidad testimonial a su acompañamiento.La puesta en escena minimalista se consuma con el ritmo y las cadencias que supone terminar los cuadros fundiendo en negro. Tanto la ausencia del contraplano como el negro provocan una percepción que termina siendo contemplativa. Los cuadros van adentrando al espectador en la interioridad de los personajes a la vez que en su propia alma.


La ausencia de toda pretensión de reconstruir la historia real permite explorar más los sentimientos y el sentido. La constante elipsis obliga a coser la trama del relato y termina por aceptarse lo que no se puede ver. Asunto bien significativo cuando, más allá de la hagiografía, se presenta una vida cuyo sentido apunta al misterio mismo de la presencia de Dios en el interior del ser humano. Rastro que directamente no podremos ver y únicamente acertaremos a interpretar.

La película parece pues, hacer justicia a la formula teresiana "todo es gracia". Ya que se convierte en una excepcional ocasión para acercarnos a la perplejidad que Thérèse provoca. Ver esta película obliga a seguir pensando para acercarnos a esta forma radical de vida de la que nos vemos invitados a aprender.

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