Mereció muchísimo la pena.

Venía este viernes del concierto republicano, por el que me pasé para ver como lo habían montado mis compañeros de Hypatia, cuando sucedió la anécdota que voy a relatarles.

Todo comenzó en la estación de Cuatro Caminos. Un inmigrante africano, de raza negra, que portaba una manta con los CDs que quería vender o le habían quedado de la venta de la tarde, intento subirse al metro, con tan mala suerte que al intentar entrar se cerraron las puertas y dejo atrapada su manta de CDs con toda una mercancía por dentro del vagón. A esto yo no estuve atento, solo vi la manta enganchada en la puerta, y por los comentarios de la gente comprendí que era lo que había pasado.

Me acerqué a la manta, y esperé a que abriera las puertas ya en la estación de Nuevos Ministerios para esperar la llegada del próximo tren. Mientras esperaba era curioso como la gente que desconocía la situación se preguntaba que haría yo con aquel paquete en mis manos, todo el mundo sabe quien los lleva, y que hay en esas mantas. Tan solo me dediqué a buscar cualquier presencia de algún miembro de seguridad del metro, si a mi me pillan con ese paquete de piratería encima creerán que algo tramo con aquello.

Mi preocupación era que su dueño viniera en el próximo tren, sino ya veríamos que se puede hacer. Estaba decidido a ayudar a la persona que había perdido lo que posiblemente era todo su medio de vida.

Fue al llegar el tren cuando me puse a buscar al dueño con la mirada, no sabía quien podría ser, no había visto a su dueño antes, ni sabía como identificarlo, pero esperaba que quien había perdido algo tan importante identificase el bulto nada más verlo. Y así fue. En uno de los cristales del tren que acaba de llegar un negro con una inmensa sonrisa y haciendo señales de agradecimiento, se impacientaba por salir del vagón. Nada más abrirse las puertas vino deprisa en medio de un agradecimiento que jamás he visto en ninguna persona. Me estrechó la mano, me dio un abrazo y gritando gracias, gracias, abrió la bolsa la inspeccionó y me ofreció como recompensa cualquier película que quisiera, quería darme dos o tres, su agradecimiento era enorme, y su euforia sin límites. Rehusé su ofrecimiento, le dije que no hacía falta y que tuviese cuidado con los de seguridad, los cuales le podrían quitar su medio de vida, y tras despedirme cada uno siguió su camino.

Fue su inmensa alegría lo que más me emocionó, y tan solo he lamentado de aquel suceso una cosa, y es no haber aprovechado la ocasión que sin lugar a dudas tuve en ese momento para interesarme por su vida, por su pasado, por su presente, por sus sueños, por sus aflicciones y ya de paso brindarle mi ayuda si fuese en algún momento necesario. Me hubiera gustado saber más de ese inmigrante, sin duda sin papeles, sé tan poco de los centroafricanos que viven en España, que lamento no haberlos conocido mejor en esta ocasión. Ojalá pueda encontrarme otra vez con este hombre, aunque no sé si le reconoceré, lo que más se me quedó grabado es su expresiva sonrisa, su inmenso agradecimiento, que tal vez no le pueda reconocer si me lo vuelvo a encontrar con una cara más seria. Ojalá no se olvide de mi y si me reconozca un día y me salude, entonces si que aprovecharé la ocasión para interesarme por él y los suyos.
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