Las visiones de Ana Catalina Emmerich

Del libro: La fabricación de los Santos. Kenneth L. Woodward

Ana Catalina Emmerich (1774-1824), conocida en su tiempo como "la vidente de Dülmen", fue una de las visionarias más ampliamente discutidas del siglo XIX. De origen pobre, nació en la aldea de Flamsche, en Westfalia; era una niña enfermiza que, desde muy temprana edad, experimentó frecuentes visiones y mensajes de su ángel de la guarda, de Jesucristo y de la Virgen. Las visiones continuaron cuando entró, en 1802, en el convento agustino de Dülmen, pero parece que las otras monjas no las tomaron en serio. En 1811, el convento fue secularizado por el Gobierno anticatólico de Jerónimo Bonaparte, rey de Westfalia. Catalina, que por entonces ya raras veces se levantaba de la cama, fue asignada como caso de caridad a un cura francés emigrado. Un año más tarde, comenzó a sangrar un anillo de diminutas heridas en torno de la cabeza, y poco a poco, le aparecieron los estigmas en las manos, en los pies y en el costado, así como una misteriosa doble cruz de unos 25 milímetros de ancho en el esternón.

La noticia de los estigmas causó considerable excitación entre los piadosos habitantes de Dülmen. Algunos vieron en ella la refutación viviente del racionalismo que predominaba en Francia y en gran parte de Alemania. Otros sospechaban que se trataba de un fraude. Finalmente, la controversia condujo a una serie de investigaciones formales. La primera, llevada a cabo por las autoridades eclesiásticas, dio por resultado un informe cauteloso en el cual ni se afirmaba ni se negaba el carácter sobrenatural de los estigmas. La segunda, que duró del 7 al 28 de agosto de 1818, la realizó una comisión civil, compuesta en su mayoría por médicos y científicos protestantes y agnósticos. Catalina fue trasladada a otra casa y sometida a numerosas pruebas dolorosas y embarazosas. Al concluir, la comisión declaró que no había hallado prueba alguna de fraude. En suma, los médicos no sabían explicar las heridas y los eclesiásticos vacilaban prudentemente en hablar de un milagro.

Aunque los estigmas cesaron de sangrar regularmente, los éxtasis y las visiones de Catalina continuaron. Desde la cama predecía cosas que provocaban el asombro de sus frecuentes visitas. También se la puso a prueba numerosas veces para ver si sabía distinguir las reliquias auténticas de las falsas; en una ocasión, por ejemplo, discernió correctamente que unos mechones de cabello, guardados en un relicario traído de Colonia, pertenecían realmente a la Virgen María. Además, fue atestiguado de modo fidedigno por cuantos la conocieron que, durante los últimos diez años de su vida, Catalina se abstuvo de ingerir alimentos sólidos -incluso una cucharada de sopa le provocaba náuseas- y se nutría únicamente con agua y con la eucaristía. Tras su muerte, el cuerpo no se tornó rígido durante los tres días previos al entierro y, al ser exhumado seis semanas después para comprobar que los devotos no lo habían robado, se halló libre de corrupción y de hedor.

Hasta aquí, la vida de Ana Catalina Emmerich difiere poco de la de muchas otras mujeres estigmatizadas que eran pobres, iletradas, enfermas y que pasaron gran parte de su tiempo en éxtasis. El esquema nos es familiar, salvo en un aspecto importante: durante sus trances extáticos, Catalina viajaba hacia atrás en el tiempo y se convertía en contemporánea de Jesucristo, de la Virgen María y de otros personajes bíblicos. Más precisamente, afirmaba presenciar la vida y la pasión de Jesucristo como observadora participante, completando algunos detalles que no registra la Sagrada Escritura.

Ninguna de esas visiones habría llegado, sin embargo, al público de no haber sido por Clemens Brentano (1778-1842), poeta romántico alemán, cuya colección pionera de canciones y poemas medievales "El cuerno encantado del niño" le granjeó los elogios de Goethe y de Heine. En 1818, siguiendo una sugerencia del que fuera obispo de Ratisbona y el personaje eclesiástico mas importante de la alemania católica Johann Michael Sailer, Brentano se dirigió a Dülmen para visitar a la célebre estigmática. Catalina lo reconoció inmediatamente como el personaje prometido por Dios -"el Peregrino", lo llamaba ella- que transcribiría las revelaciones que ella recibía. Durante los cinco años siguientes hasta la muerte de Catalina, Brentano permaneció sentado al lado de su cama, apuntando en hojas sueltas las palabras que Catalina pronunciaba durante sus transportes extáticos.

En 1833, a los nueve años de la muerte de Catalina, Brentano publicó "La Pasión dolorosa de Nuestro Señor Jesucristo según las meditaciones de Ana Catalina Emmerich", libro en el que narra con minucioso detalle los acontecimientos que se desarrollaron desde la Última Cena hasta la Resurrección, tal como Catalina los contemplaba en sus visiones. En un ensayo introductorio sobre la vida de Catalina, Brentano escribe que, a pesar de no haber leído nunca la Biblia, "su característica distintiva y privilegio especial fue un conocimiento intuitivo de la historia del Antiguo y del Nuevo Testamento, de la Sagrada Familia y de todos los santos a quienes había contemplado en el espíritu". En otras palabras, Brentano presentaba a Catalina como una mística cuyo conocimiento de la pasión y muerte de Cristo le había sido infundido directamente por el Espíritu Santo para edificación de los creyentes. Y, aunque inserta, siguiendo la sugerencia de un obispo, una cláusula de salvedad en la que desmiente toda "pretensión" de tomar por "históricas" las meditaciones de Catalina, es evidente en el texto que lo que se espera del lector es que las considere auténticas revelaciones de lo que sucedió verdaderamente.
El texto seduce tanto por su calidad literaria como por la riqueza de detalles desconocidos en los autores de los cuatro Evangelios. Por ejemplo, en un pasaje típico, Catalina revela el efecto espiritual que causó Jesucristo en la mujer del procurador romano Poncio Pilato:

Al mismo tiempo que Pilato estaba dictando la inicua sentencia, vi a su mujer, Claudia Procles, devolverle la prenda que él le había dado y, por la noche, abandonó el palacio y se unió a los amigos de Nuestro Señor, que la escondieron en una bodega subterránea de la casa de Lázaro en Jerusalén. Ese mismo día vi más tarde a un amigo de Nuestro Señor grabar las palabras "Iudex iniustus" y el nombre de Claudia Procles en una piedra de aspecto verdoso que se hallaba detrás de la terraza llamada Gabbatha. Dicha piedra se encuentra aún en el fundamento de una iglesia o casa de Jerusalén, construida en el lugar que antiguamente se llamaba Gabbatha. Claudia Procles se hizo cristiana, siguió a san Pablo y se convirtió en su amiga.

De la primera edición alemana de "La Pasión dolorosa" se vendieron unos cuatro mil ejemplares, y la siguieron otras veintinueve ediciones. El libro ha sido traducido al inglés, al francés, al español y al italiano y todavía hoy se vende en librerías católicas de Europa y de Estados Unidos. Pero "La Pasión dolorosa" contiene sólo una parte de las revelaciones de Catalina; de las notas de Brentano se desprende que proyectaba editar toda una serie de libros basados en las visiones de Catalina. En 1852, a los diez años de la muerte del poeta, sus albaceas literarios publicaron su incompleta "Vida de la Virgen Santísima", que ofrece abundantes detalles sobre el nacimiento de Cristo y sobre los últimos días de la Virgen, como, por ejemplo, la identificación de la casa en donde murió y la revelación de que su cuerpo permaneció tres días en la tumba antes de ser ascendido a los cielos.

Y aún hubo más. De 1858 a 1860, un redentorista alemán, el padre C. E. Schmoger, publicó "La vida humilde y amargas pasiones de Nuestro Señor Jesucristo y Su Santísima Madre, con los misterios del Antiguo Testamento, según las visiones de Ana Catalina Emmerich anotadas en el diario de Clemens Brentano", en cuatro volúmenes de dos mil ciento cuatro páginas en total. Esa versión, muy difundida, de las visiones comienza con la caída de los ángeles del Paraíso y continúa narrando la caída de Adán y Eva, la vida de Abraham, la de Isaac y la de Jacob, antes de llegar a la vida de Cristo. El lector de esos volúmenes aprende que Jesucristo hizo un viaje de tres semanas a Chipre con un grupo de colonos judíos y otro, hasta entonces desconocido, al país de los Reyes Magos que aparecieron en su nacimiento; y también llega a saber que Judas era hijo ilegítimo de una bailarina y que la pareja, en cuyas bodas de Caná Jesucristo realizó su primer milagro público, hizo inmediatamente votos de castidad vitalicia.

Schmoger publicó además una biografía de Catalina en dos volúmenes, con revelaciones todavía más sorprendentes. Catalina describe, por ejemplo, el día de su bautismo -el mismo día en que nació- y afirma que era "plenamente consciente de todo cuanto pasaba a mi alrededor". En una biografía posterior, escrita por el padre Thomas Wegener, el postulador alemán de su causa, y publicada en 1898, hallamos una elaboración ulterior de tan notable aserto: "En su bautismo -escribe Wegener, sin el menor asomo de escepticismo-, tuvo la plena prueba de la presencia de Dios en el Santísimo Sacramento, vio a su ángel de la guarda y a sus santas patronas, santa Ana y santa Catalina, que asistían a la ceremonia."
Considerada en su contexto histórico, la publicación de las visiones de Ana Catalina Emmerich brindaba a los católicos devotos un arma poderosa contra el racionalismo y el antisobrenaturalismo de la "Aufklarung" (Ilustración). Era la época de las desmitificadoras "Vidas de Jesús" de David Friedrich Strauss y Bruno Bauer. A los ojos de muchos católicos, las reconstrucciones eruditas de la vida de Jesucristo realizadas por los escépticos no podían competir con las verdades reveladas por vía sobrenatural a la humilde estigmática de Dülmen; y, lo que es más, los lectores que visitaban Tierra Santa con sus libros en la mano se maravillaban de la precisión con que describía la geografía de Palestina y los rituales de los antiguos hebreos. El poeta y jesuita victoriano Gerard Manley Hopkins lloraba cuando en el retiro espiritual se leía en voz alta el relato de Emmerich sobre la pasión de Cristo; en el siglo siguiente, prominentes conversos al catolicismo, como los poetas franceses Paul Claudel y Raissa Maritain, proclamaron el poder de la visionaria para conmover los espíritus, e incluso, Albert Schweitzer menciona favorablemente la vida de Cristo, revelada a Catalina, en su monumental volumen "En busca del Jesús histórico". Un siglo después de la muerte de Catalina, un miembro de la ilustre Academia Francesa, Georges Goyau, recordó la colaboración entre la visionaria y el poeta y bendijo a ambos por haber "aportado una nueva fuente de sustento a la curiosidad piadosa de las almas creyentes".

De no ser por la infatigable devoción del padre Schmoger, resultaría difícil hoy apreciar la seriedad con que los eclesiásticos cultos aceptaron la autenticidad de las visiones de Ana Catalina... y de su santidad. En la cuarta edición alemana de las voluminosas visiones, Schmoger incluye un tratado de doscientas cuarenta y dos páginas sobre las enseñanzas de la Iglesia con respecto a las revelaciones privadas y su aplicación a Ana Catalina Emmerich. Dicho escrito es, de hecho, un alegato en favor de la "autenticidad" y del "carácter sobrenatural" de las visiones de Emmerich, así como una prolija defensa de su santidad.
En Roma, sin embargo, las visiones de Ana Catalina Emmerich no fueron tan bien recibidas. Para empezar, la Iglesia nunca ha visto con mucho agrado las revelaciones privadas, y menos aún aquellas que pretenden suministrar informaciones que se les escaparon a los inspirados autores de los cuatro Evangelios. Estaba además la cuestión de cuánto, en las visiones publicadas, debía atribuirse a Catalina y cuánto al trabajo de Brentano. El 22 de noviembre de 1928, el Santo Oficio emitió un decreto poco común por el que se declaraba suspendida la causa de beatificación y canonización de Emmerich. Algunos de los asesores la consideraban hereje; a otros les preocupaba simplemente que sus relatos en primera persona sobre la vida y muerte de Cristo pudieran inducir a error a los creyentes. Se les permitió, sin embargo, a los promotores de la causa reexaminar la documentación y los testimonios reunidos, en vistas a una revisión del caso.

En Alemania, los expertos pusieron manos a la obra. Descubrieron que Brentano había dejado cerca de veinte mil páginas de notas sobre Ana Catalina Emmerich, de las cuales sólo una ínfima parte podían atribuirse con seguridad a la mística misma. En su biblioteca se encontraron mapas y libros de viajes de Tierra Santa que explicaban la exactitud geográfica de las visiones publicadas. Y, lo que es más importante, era evidente que Brentano había completado las visiones con materiales tomados del Evangelio de Santiago y de otros textos apócrifos. Los relativamente pocos fragmentos que podían identificarse con seguridad como palabras textuales de Catalina a Brentano parecían bastante ortodoxos.

Basándose en esa información, el papa Pablo VI levantó el 18 de mayo de 1973 la suspensión de la causa de Catalina. Seis años" más tarde, la Conferencia Episcopal de Alemania solicitó formalmente la reapertura del proceso. Se celebró una reunión en Roma, en la que varios expertos declararon que sería imposible discernir de las elaboraciones de Brentano las visiones auténticas de Catalina. Fue decisivo el argumento del padre Gumpel y de otros, que propusieron hacer caso omiso de los volúmenes visionarios sobre la vida y muerte de Cristo al-juzgar la santidad de Ana Catalina Emmerich; éste era el cambio que los promotores de la causa habían esperado. Liberados del estorbo de las visiones elaboradas, podían pasar a preparar una "positio" que se centraba estrictamente en las pruebas de las virtudes heroicas de la mística. Con el respaldo de los agustinos y de la jerarquía alemana, la causa fue canónicamente introducida en 1981, designándose como relator al padre Eszer.

En la primavera de 1989, la rehabilitación de Ana Catalina Emmerich se encontraba en pleno curso. La "positio" original era "muy desordenada", según decía Eszer, y un colaborador suyo, historiador y sacerdote alemán, estaba preparando otra nueva. Respecto a la extraordinaria capacidad de Ana Catalina Emmerich para sobrevivir durante diez años sin ingerir alimentos sólidos, Eszer se mostraba convencido de que las historias acerca de su inedia eran verídicas. "Podemos decir que vivió exclusivamente de la Santa Comunión, más o menos durante la última década de su vida, porque los informes demuestran que todas aquellas monjas y todos aquellos doctores anticatólicos tuvieron que aceptar el hecho de que realmente no podía comer." También le causó impresión la capacidad de Catalina para distinguir las reliquias auténticas de las falsas; si se trataba de un don sobrenatural o meramente psíquico, era, en su opinión, irrelevante: "Es una señal de que ella era prudente y de que su deseo era buscar solamente la verdad." En cuanto a los estigmas, bastaba demostrar que Catalina sufría mucho y que aceptó el sufrimiento humilde y "cristianamente".

-¿Pero qué sucede con su reputación de santidad? -le pregunté-. ¿Acaso no se debe a la publicación de sus visiones? ¿No fue ésa la razón principal para reconocerla como santa?

-Fue la razón principal para reconocerla como mística -me corrigió Eszer-. Su reputación de santidad se basa en otras cosas. Gracias a ella, en Westfalia se convirtieron a la Iglesia muchas personas; entre ellas, Louise Hensel, que fundó luego varios conventos de monjas.

La "vidente de Dülmen" es, por tanto, una probable candidata a la beatificación porque, más de un siglo y medio después de su muerte, los obispos alemanes y algunos miembros de la orden agustina a la que ella perteneció continúan apoyando su causa. Sus virtudes heroicas están todavía por demostrar. En el caso de que su causa tenga éxito, se supone que su importancia no se medirá por los millones de lectores que aceptaron las visiones falseadas por Brentano como verdad revelada ni por la lista de obispos e intelectuales católicos que en su tiempo la consideraron una mística inspirada, sino por los efectos saludables que ejerció sobre un círculo relativamente reducido de devotos. Los piadosos, sin embargo, la venerarán sin duda como una mística que llevó los estigmas, que habló con personajes celestiales y que fue capaz de sobrevivir milagrosamente sin comer durante más de doce años.
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