Besos con Jesús en la Obertura de la Pasión

Besó María el cuerpo de Jesús, perfumado con fragancia de nardo (Jn 12,3). Se reclinó Juan con intimidad sobre el pecho de Jesús, inquiriendo un secreto (Jn13,25). Traicionó Judas al Maestro, besándolo con insistencia ambiguamente (Mc 14,45).

Si ocurriera hoy levantaba ampollas: se escandalizarían las mentes inquisidoras, por el tacto y contacto con María; pondrían el grito en el cielo las almas timoratas, por la familiaridad con Juan; protestarían las miradas furibundas de ortodoxia, profiriendo insultos y excomuniones contra Judas con pasaporte a los infiernos.

Pero Jesús, compasión por antonomasia y amor sin fronteras, corresponde con creces a las tres muestras de afecto, superándolas inmensamente con el suyo. Porque Jesús besa con el beso del Espíritu: “Como el Abba es uno conmigo en un beso, yo me uniré con vosotros y vosotras y así aprenderéis a besaros más y mejor”...

Las traducciones literales fundamentalistas no ayudan a captar estos matices. Por muy buena pluma que tenga Lucas para revivir la escena, chocarán sus metáforas leídas fuera de contexto: “regar los pies de Jesús con llanto, besarlos incesantemente, dar masaje a su cabeza con ungüento tónico, servirse como toalla de los propios cabellos”... son metáforas demasiado audaces. Diríase que más propias de un blog picante que de una homilía...

Pero hace ya décadas que nos enseñó el profesor Nida a buscar equivalentes culturales, en vez de traducir al pie de la letra. En versión actualizada, el texto podría decir: “Una chica especializada en alternar con los clientes del bar iba pasando las copas, dudó si ofrecer una a Jesús -el Maestro te mira de un modo que lo adivina todo y da reparo-, pero Jesús se adelantó a tomar una de la bandeja y la invitó a sentarse, tenía ganas de conversación, a medida que pasaba el rato afloraron lágrimas en los ojos de quien se sentía acogida por la mirada que ni desprecia juzgando ni acapara dominando o poseyendo, sino acoge profundamente con ternura... Y dijo Jesús a los que estaban viéndolo desde la barra: ¡De cuantas cargas se está librando esta mujer, cuando tanto lo agradece!”.

La versión en contexto japonés podría ser así: “Se acercó ella a servirle a Jesús un té y rozó se túnica con la manga de su kimono con aire de flirteo, pero quedó desconcertada por la mirada de Jesús, que no la recriminaba como el fariseo, ni la deseaba al estilo de quienes pasaron ayer la noche con ella, sino simplemente la acogía con cariño.”

En las tres escenas bíblicas citadas parece, a primera vista, que Jesús corresponde a expresiones de afecto de diversa índole. En realidad, es Él quien lleva la iniciativa de besar primero con su mirada de acogida honda.

Es muy significativo que sirvan estos tres besos de obertura en la sinfonía de la Pasión. El testamento de quien dio la vida por quienes amaba no es un encargo y carga de reprimir el amor, sino una llamada a amar más y mejor, a besar más y mejor como Él besó. Que el Vía crucis de Pasión y el Via Lucis de Resurrección sean un camino en este difícil aprendizaje, sobre todo en el interior de las iglesias.

No sé qué prédicas se escucharan en los quinarios y novenas de las diversas cofradías de Semana Santa. ¿Caeremos en la tentación de usar los misterios de la Pasión para moralizar, condenar, juzgar, hacer campañas puritanas inoportunas, excomulgar y anatematizar? ¿O descubriremos el mensaje central del Jueves Santo: “Que os reconozcan al ver que os amáis como hermanos y hermanas, en vez de arañaros y morderos mutuamente con odio eclesiástico, envidia clerical y violencia pseudoreligiosa”?
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