Extraido de "Trazos de evangeliio, trozos de vida" (PPC) Bautizarse en Cristo: conocerlo, amarlo y seguirlo
Una vez descubierta con claridad su conciencia de hijo predilecto del Padre, por el Espíritu. Le toca realizar su bautismo existencial a favor de todos los hombres, con el deseo de que conozcan la verdad y se salven. Comienza el evangelio de la proclamación de la paternidad divina y de la fraternidad humana. Ahora le toca a él ser el camino, la verdad, la vida en la que los demás puedan reconocerse como hijos amados del Padre.
| José Moreno Losada.
7 de enero – Domingo, I TIEMPO ORDINARIO - EL BAUTISMO DEL SEÑOR
Evangelio: Marcos 1,7-11
En aquel tiempo, proclamaba Juan: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo». Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: «Tú eres mi hijo amado, mi predilecto».
El hijo desvelado por el padre
Treinta años de vida oculta, de anonimato total para el mundo, buscando su propia identidad en la vida de lo diario, en lo sencillo del pueblo. Tiempo de interioridad en un contexto de vida convulso y tocado de ansiedad y de esperanza, debe ser el sino de la historia de lo humano. Ya le llega el momento de desvelarse para sí mismo y para los demás, urge la respuesta a la pregunta radical de quién soy yo. La pregunta implica la misión y el destino de su existencia, la implicación en el misterio del Reino de Dios. Hay quienes lo barruntan e intuyen, los que comienzan a descubrirse a ellos mismos delante de éste, que ha de bautizar con Espíritu Santo, el que viene detrás y que puede más que nadie. Juan será testigo excepcional del paso y el bautismo del Espíritu. Jesús marcha como uno más en la condición de vecino y de extraño, en la historia de lo débil y lo diario, sintiéndose parte de lo que está mal y de lo que acarrea sufrimiento. Va con su pueblo a descubrirse ante Dios, reconociendo su creaturidad y debilidad, y es ahí en la fidelidad a lo humano en la presencia de lo divino donde se realiza la revelación radical de su ser hijo del Padre en el Espíritu: “Tú eres mi hijo amado, mi predilecto”.
La humanidad de Jesús está llamada a ser palabra divina, por eso él quiere hacer lo que el Padre hace, decir lo que dice, amar como él ama. Su misión es realizar su identidad última: el Padre y yo somos uno. Por eso no quiere perder a ninguno de los que el Padre ha puesto en sus manos. No podemos adentrarnos en el Evangelio sin este marco de comprensión de relación filial de Cristo con Padre, no puede ser entendido fuera del Espíritu que lo desvela para nosotros. Quien lo ve a Él, ve al Padre.
Dios es irrepetible
“Al hilo de este evangelio y reflexión recuerdo una anotación de hace años en el cuaderno de vida: Tras las vacaciones, siento el deseo de volver a visitar a Felisa Lairado, feligresa de mi parroquia que cuenta ya con ciento un año. Ir a su casa me renueva y me reanima, la encuentro fiel a la vida y firme en la esperanza.
Ella es consciente de su agotamiento, me habla de su dificultad para respirar, de su cuerpo cansado y vencido, pero entre esos suspiros, me refiere que me quiere de corazón. Hablamos de muchas cosas y me revela su secreto, se siente almada, no entiende cómo puede haber personas que digan que no tienen alma, cómo pueden vivir desalmados. Me habla de que su cuerpo ya se va entregando, aunque nos reímos a carcajadas porque yo le digo que sigue manteniendo “mando en plaza”, y me confiesa que su alma está viva, que Dios no la abandona. Recordamos el texto paulino en el que refiere que nada nos podrá separar del amor de Dios que se ha manifestado en Cristo Jesús. Y entonces me muestra el libro que está leyendo, de cientos y cientos de páginas, sobre la vida de Jesús. Le parece impresionante poder seguir aproximándose a su figura, seguir recibiendo datos históricos sobre él.
Para ella es la persona más apasionante de la historia. Me dice en voz muy alta: ¡irrepetible¡, y se ríe con naturalidad, afirmando: ¡claro, si es Dios, ¡cómo va a ser repetible! Y me confiesa que lo siente muy cercano, que está siendo su compañero de camino infatigable en este paso al Padre. Profundizamos en aquello de que Dios se hace fuerte en la debilidad. Termina pidiéndome que le dé la absolución porque se siente pecadora ante tanto amor de Dios que le desborda, y la recibe abrazando su libro sobre la vida de Jesús. Yo me voy con la lección aprendida.”
Adentrarnos en el conocimiento de Jesucristo
Cuando una persona se adentra, como Juan el Bautista, en el misterio revelado del hijo único del Padre, queda tocado por el Espíritu y se enamora de Jesús. Nuestro Bautismo en Cristo no es otra cosa que introducirnos, con el alma de la vida, en el corazón del Hijo amado del Padre y vivir ahí en la filiación y en la fraternidad sin ocaso. Reconocer la voz del Padre que, abriendo los cielos, nos muestra la verdad de la vida en un modo audible y cercano para nosotros, en el lenguaje de nuestra propia carne y en nuestra historia.
Nuestro Bautismo se realiza cuando respondemos al deseo fontal de conocer profundamente a Cristo, su modo de pensar, sentir y actuar. Es la fuente de nuestro sentido donde bebemos la verdad, el amor puro, la ética de lo entrañable y del cuidado, donde se ilumina la vivencia hasta de lo más oscuro e intransitable del vivir propio y ajeno.
La Iglesia de Cristo se acerca a su identidad cuando se identifica al misterio que predica del crucificado que ha resucitado y al Bautismo que realiza esa Pascua. Ha de hacerlo como Juan el bautista proclamando que ella no es digna de desatarle las sandalias de profeta y peregrino, porque Él es más que ella. Para eso se tendrá que ir al desierto, buscar aguas de vida con todo el pueblo y sobre todo ponerse bajo el Espíritu que baja del Cielo para posarse también sobre ella, como Espíritu del resucitado.