Extraido de "Trama divina, hilvanes humanos" (Ed. PPC) Hemos hecho lo que teniamos que hacer... dejar a Dios ser Dios.

Hemos hecho lo que teniamos que hacer... dejar a Dios ser Dios.
Hemos hecho lo que teniamos que hacer... dejar a Dios ser Dios. Jose Moreno Losada

La providencia

Nada hay más fecundo y eficaz que la confianza en la providencia. La aceptación profunda de Dios como don y promesa de sí mismo para nosotros. Si mínimamente llegáramos a entender el misterio del amor de Dios hacia nosotros, si nos acercamos con apertura al Cristo que viene a nosotros haciéndose pan, nuestra vida estaría llena de alegría y júbilo aun en medio de la dificultad y del dolor. La fe verdadera sólo nos empuja a dejarnos hacer por la vida y la palabra que la ilumina. Nadie nos pide salir de la vida sino entrar en ella descalzos, con la mirada y el corazón de nuestro Dios, para hacer sencillamente lo que tenemos que hacer porque el interior habitado nos dará los sentimientos y el poder que nosotros por nuestra propia fuerza no podemos alcanzar.  El reto de dejar a Dios ser Dios en nosotros, con eso bastaría.

DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO

la comunidad y sus celebraciones

Celebra la fe y con fe

Lucas 17,5-10

En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor: «Auméntanos la fe». El Señor contestó: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”. Y os obedecería. Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: “enseguida, ven y ponte a la mesa?” ¿No le diréis: prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú?” ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”».

¿Por qué vinimos a esta eucaristía?

El pequeño templo este domingo está bastante lleno.  Jorge lo advierte en un momento de la celebración con gozo. Le produce satisfacción que la comunidad haya podido venir y contemplar unidos el evangelio que invita al gozo de la fraternidad. Como cada domingo, el sacerdote presenta las claves evangélicas de las lecturas y después invita a los asistentes a compartir lo que la Palabra ha producido y evocado. Siempre participan asistentes con sentido de comunidad evangélica que comparten el pan de la palabra.

En esta ocasión pide el micrófono una mujer, acompañada por su marido y un conocido, y manifiesta la razón de su presencia en esta comunidad que era desconocida para ella hasta el momento. El día anterior, sábado, había estado en una celebración matrimonial en un templo fuera de Madrid porque cantan en un amplio coro rociero y habían ido por deseo expreso de los contrayentes. Allí observó a un hombre sencillo, sin mucho vestido, que estaba preparando los utensilios para celebrar. Pensó que sería el sacristán o encargado del lugar. Después lo vio salir revestido para la celebración religiosa y quedó sorprendida por el modo de celebrar: la cercanía, la participación, el modo de dirigirse a la asamblea, la homilía… la celebración la fue enganchando. Al terminar, el sacerdote desapareció en silencio. Lo buscaron, pero ya se había marchado. Nadie supo darle sus datos, excepto el nombre y los apellidos.

La familia buscó por las redes y lo encontraron a él y a su parroquia. Miraron el horario de las celebraciones y decidieron participar hoy en la eucaristía, en el templo que habían descubierto y del que no sabían nada. Ahora, según va avanzando la celebración, se sienten parte de ella y eso los impulsa a dar testimonio de ese modo de celebrar que anima en la fe y ha hecho que se pongan en camino para ver al sacerdote en su contexto y con su comunidad. Aseguran que volverán porque llevan tiempo deseando un lugar para celebrar la fe con ilusión, con compromiso, con cercanía. Y este pálpito sentido los ha iluminado. Harán un proceso y buscarán situarse mejor.  Irán poco a poco, en mutuo acompañamiento, participando. Pero, de pronto, aquí está el testimonio de cómo una celebración bien realizada sabiendo lo que se celebra, quién lo celebra, para qué y para quién se celebra; es punto de partida para la nueva evangelización y para el anuncio que convoca y llama a ser comunidad. Hay muchas personas que notan y sienten indicios de verdad, de vida, de comunión, de amor y van tras ellos con decisión. Buscando el grano de mostaza de la fe, se trasladan y se plantan en esta parroquia anónima y escondida, como si fueran una higuera en medio del mar.

¿Qué celebraciones litúrgicas estamos celebrando?

Cada año hacemos números y cuantificamos celebraciones. La conferencia episcopal recaba información y la da en cifras con motivo del día de la Iglesia: millones de celebraciones eucarísticas -a diario y repetidas-; con homilías semanales, bautismos, primeras comuniones, confesiones, confirmaciones, matrimonios, órdenes sagradas, unción de los enfermos… Y otras muchas: las relacionadas con el culto a la muerte que incluyen entierros, funerales, ritos de misas de difuntos. Horas santas, liturgia de las horas, cofradías y asociaciones múltiples, instituciones…  Llegamos a multitud de personas en edades, situaciones, contextos, niveles y emociones…; tan plurales. Pero comencemos con la pregunta primera acerca de quiénes las celebran.

¿Quiénes celebran?

Ni que decir tiene que casi todas tienen “Celebrantes, presidentes” que las determinan de un modo singular, y que, de modo casi exclusivo, ejerce el clero. Rodeados sí, pero con protagonismo prioritario y casi único. Los que alguna vez participan más bien entienden su colaboración como ayuda al cura que tiene la misión y la obligación, por profesión. Y además piensan que los sacerdotes están más cerca de Dios, tienen una visión del sacerdocio muy singular teológicamente y profesionalizada.

Ahora bien ¿quiénes asisten? 

Aquí merece la pena detenerse y observar con paz y cuidado, de cara a lo que llamamos anunciar el evangelio y también lo que denominamos primer anuncio.

– Los de siempre, los más piadosos. Los que están activos en la iglesia. Los consagrados. Los de espiritualidades piadosas y sacramentales.  Los dominicales y ocasionales de continuidad con costumbres religiosas e identitarias. Los que tocan la religiosidad y piedad popular. Los de acercarse en tiempos solemnes sagrados. Los que asisten a celebraciones sacramentales socializadas, aunque ya más secularizadas, de iniciación y momentos sagrados de vida. Asisten interesados, familiares y amigos. El dolor y la muerte es un momento también de presencia y asistencia, no sólo de los familiares directos sino también de las personas cercanas a los que fallecen, entre lo religioso y lo social.

¿Nuestras celebraciones se preparan teniendo en cuenta a los que asisten y con el deseo de que sean celebrantes, o al menos, puedan atisbar algo de anuncio vivo para ellos y sus vidas en esas circunstancias?

Esta ha de ser pregunta ineludible y prioritaria hoy, si de verdad nos preocupa el primer anuncio. No hay duda de que todas las celebraciones necesitan un talante que lleve el anuncio con novedad y con carácter de convocatoria inicial e invitación…, es un momento especial de verdadero primer anuncio. Seamos sinceros y pensemos si no se celebran de modo repetitivo y  para iniciados, o como  trámites… Podría poner mil ejemplos de anécdotas  en espacios clericales al respecto: sentirse ridículos en la celebración de un matrimonio y otros sacramentos,  deseo de no celebrar porque nadie contesta nada en una liturgia eucarística de funeral,  hacer rápida una celebración para acabar cuanto antes con aquel simulacro,  celebrar misas como churros: misas exprés de domingo para  pocas personas de distintos sitios muy cercanos… La pregunta se hace necesaria: ¿realmente celebra el celebrante (presidente) o aguanta y da el servicio? ¿Sólo celebra él? ¿Para quién celebra realmente y con quiénes? ¿De quién y cómo depende? ¿Por qué no se contempla y se buscan nuevos modos de celebrar? ¿Hay fe como un grano de mostaza?

Necesitamos adentrarnos en una cuestión fundamental: ¿Quién participa en celebraciones donde se puede sentir que todos están celebrando y que forman parte de esa celebración? ¿Experimentan que lo que se está celebrando tiene que ver con su vida y con lo que se ha preparado y con el motivo por el que han venido?  ¿Preparar la celebración para quién, con quién y de qué modo, o…; según caiga? Cada día me interrogo más en este sentido. No todo vale y sin embargo todo se puede transformar y cuidar. La eucaristía no puede ser un paquete compacto “misa”, que vamos colocando los profesionales donde nos parece por inercia y rutina. No creo que la solución sea hacer frontera y rechazar, pero todo ha de estar dirigido para llegar a ser celebrativo en el nivel que sea posible, aunque sólo quepa a veces el rasgo sencillo de un primer anuncio, donde los participantes pueden atisbar algo de misterio y de sentido que también ellos pueden alcanzar y sentir en sus vidas algún día, y que no les es extraño.

Hemos de purificar en este sentido algo esencial con respecto a lo que celebramos: ¿Qué se celebra?

¿Una necesidad social, de rutina, eclesiástica o una verdad de vida? ¿Un momento o un proceso…? ¿Una relación con Dios y la comunidad… o un rito ante lo divino y su poder?  La revisión de lo que se celebra necesita recuperar la conexión entre la liturgia en su verdad y la vida de los que asisten, el momento vital e histórico que nos rodea, las vivencias de la comunidad y de lo humano.  Es urgente recuperar la comunión entre la eucaristía y la historia, el sagrario y la vida, el proceso y el perdón, la palabra y la escucha, la lectura creyente de la vida y de los signos, el misterio de lo contemplado y celebrado, el dolor y la esperanza, la muerte y la resurrección, los gestos y las posturas… La comunión de sentimientos y cuidados. Debe acabarse la inercia, la repetición sin más, la costumbre, los ritos ya estipulados sin contenido, la manipulación de un falso ex opere operato.

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