Germinar y fecundar algo nuevo: UN PUEBLO Desde la pastoral rural: tierra, pueblo y trascendencia. La figura de San Isidro.

Volver a comenzar y caminar con la historia de un pueblo rural de colonizacion muy joven. Mirada agradecida a su modo de entralazarse con la tierra y el trabajo, de construir relaciones de igualdad, justicia y con identidad propia en el pueblo, y abrirse a un modo de vivir que no se agote en sí mismo y que pueda abrigar amor y esperanza en medio de la debilidad. Todo un reto para una pastoral que quiere ser misionera en el corazón de pueblo pequeño. Ahi me encuentro y ahí he gozado hoy.
| José Moreno Losada
San Isidro: Tierra, pueblo y trascendencia

Pastoral rural en vena. Hoy ha sido un día tan luminoso como profundo y vivencia. Me he sentido parte de este pueblo de colonización, Guadajira, en la tierra de las vegas bajas del Guadiana. Ya he vivido más momentos y acontecimientos celebrativos con ellos desde que llegué en octubre y hoy la experiencia ha tenido un color particular de lo que es sencillo a la vez que sagrado en el mundo rural, su ligazón con la tierra, el sentido verdadero de pueblo y el abrirse a la trascendencia en la experiencia de lo religioso en la costumbre recibida y amada.
Un plantón de alcornoque, todo un símbolo
Bien temprano Matías me pregunta mi hora de llegada porque quiere entregarme algo que ha hecho con cariño y cuidado para mí, una artesa en miniatura con maderas de palés ya usados. Al hablar con él, le pregunto si tiene algún plantón de encina para tenerlo presente en la eucaristía de la fiesta de San Isidro y me responde que tiene uno pequeño sembrado de alcornoque. Ha hecho germinar una bellota y ya va creciendo poco a poco. A la hora de la celebración allí estaba con su plantón.
Al hilo del evangelio del viñador y de la primera lectura del génesis sobre la creación de las plantas y del ser humano, junto al salmo de ocho de alabanza al creador por lo admirable de todo lo que nos rodea, contemplamos la historia de nuestro pueblo, sus raíces y sus comienzos.
Hace 67 años...
Hace 67 años comenzaron a llegar familias de orígenes y lugares distintos de Extremadura y otras regiones cercanas. Comenzaron a ocupar viviendas y a trabar las tierras asignadas, juntos a sus bueyes, vaca y demás utensilios. Comenzaba la dura tarea de sembrar, cuidar, regar, segar, etc. A la vez que haciendo familia, vecinos, y pueblo. Todo estaba por hacer, había que germinarlo e ir creando la identidad propia sobre lo recibido. Familias numerosas, niños para escolarizar, organización vecinal, burocracia con el ministerio y la confederación, la asociación de regantes. Todo un mundo nuevo. Ahí fueron creciendo los niños y los jóvenes, con sus estudios y su formación profesional. Todo un proceso abierto. Hasta en lo religioso estaba todo por hacer, un templo muy grande que hubo que achicar, un sacerdote para atenderlos, pero una comunidad por construir desde abajo en un contexto de cristiandad muy distinto al actual.
La vecindad desde la necesidad y la sencillez
En el origen lo que determinaba y configuraba a todos era la debilidad, el esfuerzo y el sueño. Desde ahí los retos eran muy comunes y les unían a todos: había que hacerse con la tierra, con el trabajo, con los animales. Un mundo nuevo de relación con la naturaleza en la que tenía que ser cuidada con esmero y trabajada para que diera fruto. No había que esquilmarla ni maltratarla, sino cuidarla y cultivarla. La tarea era ardua y no fácil, pero aquellas mujeres y aquellos hombres estaban dispuesto a luchar y a conseguir una vida justa y digna con su sudor y su trabajo.
Como pueblo tenían que cultivar las relaciones de vecindad y cercanía, cómo ir conociéndose y abriendo sus corazones a unas relaciones que fueran de verdad y de corazón, donde todos siendo débiles se fortalecieran unos a otros e ir caminando juntos. Se trataba de algo nuevo y para lo que muchas veces no los habían preparado, pero la naturalidad, la sencillez, la generosidad y la cercanía fueron logrando ese caminar juntos que ahora está en el acervo de muchos de ellos.
Y en su interior también había una tarea que suele ser la más difícil y menos valorado a veces que es la que cultiva el sentido de la vida y la capacidad de amar y ser generosos con los otros. El saber que el Dios de la historia y del camino, aquél del que nos habían hablado en los pueblos de origen, ahora tenía rostro nuevo al venir a esta realidad que estaba por construir. La necesidad de hacer comunidad y poder celebrar los momentos vitales de más importancia con un sentido trascendente e iluminado, el corazón de Cristo, la figura de María su madre, la santidad de José su esposo, y los santos como san Isidro el patrón de los labradores, amén de las devociones propias que los acompañaban desde sus antepasados. Así fueron naciendo y viviendo fiestas, momentos, celebración que ya van siendo tradición propia e identitaria.
SAn Isidro, los agricultores y José Múgica
Hoy en la festividad de este patrón de agricultores reconocíamos esta historia y la agradecíamos y nos hacíamos las preguntas fundamentales para este momento histórico. Nos iluminaba la figura de Pepe Múgica en Uruguay, un hombre no explícitamente religioso, pero unido a la tierra, al pueblo y con un sentido de la trascendencia y respeto profundo a las convicciones religiosas. Traíamos a colación cómo él repetía que en el supermercado podíamos comprar productos, pero no podíamos comprar vida, esta es un don y sólo tiene sentido si se la vive amando. Tomábamos conciencia de un evangelio que se hace real en la verdad de la vida, abiertos a la naturaleza y al trabajo como una vocación de cuidado y de entrega, a unas relaciones humanas que sean de justicia y dignidad, en fraternidad y familia, y con unas preguntas siempre abiertas del sentido del vivir y de la razón de nuestro quehacer en este mundo donde tenemos la misión de generar vida en la comunidad. Sólo en la unidad y el cuidado mutuo la vida se hace gozo y celebración. Nos surgía un interrogante sencillo: Nuestros antepasados se unieron en la necesidad, en el sueño de un futuro mejor, no debemos dejar que la abundancia nos haga individualistas y perdamos el cuidado de la tierra, rompamos la construcción de la unidad del pueblo y nos endiosemos perdiendo el sentido de la vida y la conciencia de creaturas. No podemos dejar de preguntarnos cómo seguir haciendo pueblo y dejando a nuestros hijos y pequeños una historia y una comunidad llena de vida y de interioridad, de reconocimiento mutuo y de lazos justos y dignos entre todos.

Tras la eucaristía hemos procesionado con la imagen sencilla de san Isidro por el parque alrededor del templo, donde tenemos vistas grandiosas sobre la vega del Guadajira y la del Guadiana. Allí hemos estado niños, matrimonios, mayores, abuelos, entre coches de bebés y andadores de ancianos, hemos caminado juntos en este pueblo que está haciendo y construyendo su historia y su libertad en la comunión de la tierra, del pueblo y de lo divino.
Al final con el santo hemos llegado junto a la orilla del rio en la vega y hemos pasado un día de paz y armonía, abrazados en esas tres dimensiones de lo natural, lo humano y la fiesta religiosa. La convivencia ha sido sacramento de vida y yo me he sentido parte viva de esta comunión familiar en Guadajira. Ahora en la noche rezo con momentos y personas de hoy, y no me canso de dar gracias a Dios y a todos los vecinos que hoy me han hecho sentir el abrazo de la naturaleza, de la hermandad del pueblo y del sentido de lo religioso en un religiosidad sencilla y directa.