Extraido de "Trama divina, hilvanes humanos" Ed. PPC Y vio Dios… ver a Dios (IIDomingo de Cuaresma)

Y vio Dios… ver a Dios    (IIDomingo de Cuaresma)
Y vio Dios… ver a Dios (IIDomingo de Cuaresma) José

Acaban de vivir una experiencia de bienestar interno y místico deslumbrante, les hubiera apetecido quedarse en ese sentir iluminado para siempre, sin preocuparse de nada más, pero una vez más la realidad les sobrepasaba y vuelven a la humanidad sola y limpia de ese Jesús, tan encarnado y comprometido. El Hijo amado a quien merece la pena escuchar.

El misterio de lo que vendrá

 Él les deja en medio del misterio invitándoles a esperar para poder ponerle palabra a la lo experimentado, es necesario aguardar la resurrección de los muertos. Primero han de pasar por el Calvario. Nosotros que vamos viviendo pequeñas iluminaciones transfiguradas de nuestra historia, habremos de aguardar ese momento definitivo para entender y poder proclamar con palabras justas la verdad de lo esperado. A veces será desde nuestro calvario en soledad que ha de arribar a la luz total deseada.

Y vio Dios… ver a Dios

El génesis a la hora de presentar la acción de Dios nos muestra su mirada sobre lo creado, va repitiendo como letanía a cada gesto creativo y “vio Dios que era bueno”. La mirada positiva, bondadosa, esperanzadora da pie a la esperanza y abre la puerta a una historia que no puede ser sino de salvación. Los ojos divinos bendicen la realidad y la ofrecen como espejo de la gratuidad amorosa, somos facturados como puro don y visionados como buenos por el que es la bondad suprema.

El pueblo de Israel, como elegido y mirado con bondad, cuando se abre al espíritu es capaz de bendecir a Dios por todas sus criaturas y por los acontecimientos de la historia de lo humano; lo captan y miran con la bondad recibida y se hacen reflejo de alabanzas y bendiciones sin fin. La mística del sentirse bien mirados por Dios se convierte en contemplación de luz y paz, de alegría y fiesta, de celebración y descanso.

No es extraño que, desde el reflejo, el hombre viva siempre con la nostalgia de ver a Dios cara a cara, aunque es consciente de que eso es imposible dada su limitación ante el absoluto que le sobrepasa y le fundamenta. No hay deseo mayor en lo humano que entrar en esa visión del encuentro y en el abrazo de aquél que lo es todo. Dios trabaja y alimenta ese deseo con sus presencias y acciones mediadas y sacramentales, por eso se hace promesa y contenido de la alianza de lo eterno, se promete como padre y nos constituye como hijos para estar en la misma casa. Lo hace en lo cotidiano y lo oculto, aunque a veces nos hace gustar lo extraordinario para provocar y avivar más ese deseo profundo.

Jesús, el hombre de Dios, nos abre el camino de lo imposible en la promesa de la visión: “dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”.  La transfiguración es un signo de la promesa y la bienaventuranza. Hay quien en el proceso de su propia vida comienza a sentir y experimentar como Cristo se deja ver en favor suyo y viven ya desde esos encuentros que aguardan definitividad. Precisamente es la visión que produce la fe, cuando somos testigos de lo que hemos visto y oído en nuestras historias con la luz del espíritu del resucitado. Cuando entramos en esa dinámica entendemos la felicitación de Jesús: “Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis y los oídos que oyen lo que vosotros oís”.

Aguardamos la plena visión, cara a cara con nuestro Dios, pero somos conscientes que nuestros ojos se van abriendo en los pequeños y cotidianos tabores, en los llanos de nuestros existir personal y comunitario. Sigamos buscando el colirio cuaresmal que nos conduce a la visión de la noche pascual iluminada con signos de la resurrección.

Descálzate ante la vida

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