Creí y por eso hablé

Mi cristianismo no me permite aceptar que todo vale, y tragar con todo lo que ocurre a mi alrededor, sino que me interpela a ser crítico con lo establecido, a la vez que comprometido en la construcción del bien común.

Decía Gandhi que “Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena”.

Lo más atroz de la sociedad actual es el pecado de omisión del madridista que no es capaz de reconocer que la actitud de Mourinho es antipedagógica; del barcelonista a quien no le rechina la falsa modestia de Guardiola; del socialista que no reconoce que Zapatero hizo mucho daño a nuestro país; del popular que justifica las meteduras de pata del actual gobierno o de los miembros del Opus y de los jesuitas que no pueden orar juntos.

Dice Mario Benedetti en “La tregua”, “En el principio fue la resignación, después el abandono del escrúpulo, más tarde la coparticipación. Fue un resignado quien pronunció la frase: si tragan los de arriba yo también”.

Como cristiano creo que no puedo tragar con lo que considero éticamente incorrecto, ya sea mi amigo o el de la acera de enfrente quien lo haga. Y dado que hay problemas sociales y políticos que están pidiendo a gritos estructuras más justas creo que debo hablar y cuestionar la injusticia, venga de donde venga.

No podemos resignarnos a que la política española, siga rodeada de favoritismos, arbitrariedades, corruptelas y mediocridades. Porque de esa forma dificultamos, a corto plazo, la salida de la crisis y, a medio plazo, la regeneración ética que nos vacune contra riesgos de crisis posteriores.

Recientemente el gobierno español presentó la ley de transparencia. Y eso es, una buena noticia. Pero, si estamos convencidos de que las cosas mejoran cuando hay transparencia, nos debe rechinar que esa ley que se acaba de aprobar resulte poco creíble.

Al mismo tiempo que presentaron la ley Telefónica contrataba a Iván Rosa. No dudo de su capacidad, pero tampoco soy tan ingenuo de pensar que fue contratado por su CV sino por ser el marido de la vicepresidenta del gobierno. Y ¿alguien cree que eso no va a condicionar determinadas decisiones de ésta, por más que diga que se abstendrá?

El caso mencionado no es un caso aislado. Y junto a nombramientos de gente muy cualificada se han colado otros en los que han prevalecido los criterios familiares o de amiguismo sobre los profesionales. ¿Nos dejará la ley de transparencia conocer esas cosas? ¿Actuaremos como sociedad civil crítica y responsable que no comulga con ruedas de molino sino que cuestiona lo que es éticamente incorrecto?

También rechina que el rey quede fuera de la ley de transparencia, con un argumento que insulta a la inteligencia. “la Casa Real no es pública ni privada”.

Hasta aquí mi parte crítica. ¿Cuál es mi alternativa constructiva? Una regeneración ética que pasa por aceptar que, como sostiene Garrigues Walker, la corrupción ni forma parte de la naturaleza humana ni es incorregible sino que es un fenómeno contra el que se puede luchar. Basta con aplicar transparencia a todas las instituciones de la sociedad: ministerios, ayuntamientos, empresas, organizaciones civiles, medios de comunicación, partidos políticos, sindicatos. Transparencia de verdad.

Hago mías las palabras de Pedro Poveda: “Creí y por eso hablé
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