Mis deseos para el nuevo Papa

Benedicto XVI desenmascaró, con su renuncia, la lucha por el poder que había a su alrededor. Oremos para que su Sucesor tenga agallas suficientes para poner coto a esos ambiciosos curiales para quienes conquistar el poder justifica los medios más perversos. Lo digo sin ánimo de escandalizar; sin querer restar sino sumar; reconociendo que son unos pocos pero que hacen mucho daño. Y queriendo que se imponga la verdad de esos muchos que anteponen el Evangelio al poder.
La indiferencia religiosa de aquellos creyentes que se van sin ruido, sin dar un portazo, sin mirar atrás es un gran enemigo a batir. Y el arma con la que combatirle no debe ser ni la indiferencia, ni la condena, ni enrocarse en un mundo irreal, sin capacidad ni voluntad para leer los signos de los tiempos.
Tampoco creo que sea solución el victimismo centrado en quejarnos del acoso de los medios de comunicación contra una Iglesia que ha quedado desacreditada ante muchos creyentes y no creyentes. Que ¿exageran cuando nos critican? ¡Sí! Pero también es cierto que hay manzanas podridas que hacen mucho daño. Y no solo en torno a la pederastia sino también en torno a muchos asuntos ante los que hay que dar la cara.
Deseo que el nuevo Papa haga que, la fuerza que emana de la Buena Noticia del Evangelio, sea trasmisora de una alegría que llena la vida de sentido y de plenitud. Que sea luz para quienes caminan por este mundo sin razón de ser ni horizonte que alcanzar.
Deseo que retome, de la encíclica “Caridad en verdad” de Benedicto XVI, la idea de que “la economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento, y no de cualquier ética, sino de una ética amiga de la persona”.
Le deseo una espiritualidad que humanice a su Iglesia. Que la impulse a actuar en defensa del bien común; a traducir la fe en obras de justicia y solidaridad. Que la comprometa con el devenir de la historia. Que trabaje para que las organizaciones antes que dar caritativamente de lo que les sobra den dar a cada uno lo que en justicia les corresponde.
Deseo que retome de Juan XXIII su desacuerdo con los profetas de desdichas que anuncian siempre catástrofes. Y que como él esté convencido de que no hay razón para tener miedo, porque el miedo no puede provenir más que de la falta de fe.
Deseo que sea un hombre de fe. Que sea capaz de inyectársela en vena a los pusilánimes, los escépticos, los pesimistas y los tristes. Porque con esa actitud no van a resolver los problemas del mundo. Y yo quiero que el nuevo Papa contribuya a mejorarlo.