No me hables de política

La política se ha profesionalizado. Hemos dejado de ser animales políticos preocupados por la “polis” (ciudad) y hemos trasladado toda la responsabilidad a unos cuantos que se han especializado como “políticos”. ¿Es ese el camino? ¿Hemos olvidado que la política se sustenta en la implicación de cada uno en aquello que es común?

Los sociólogos describen la sociedad actual como caracterizada por un fuerte “atomismo social”, consistente en un individualismo creciente y un escaso sentido de comunidad. Ocurre así que no nos asociamos ni nos comprometemos con nada ni para nada. Desconocemos al vecino o nos despreocupamos de lo que pueda sucederle y nos implicamos cada vez menos en lo que ocurre a nuestro alrededor.

Lo único que necesita el mal para triunfar, es que los hombres buenos no hagan nada. O, como decía Gandhi “lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena”. Y si las cosas se hacen mal y van de mal en peor ¿basta con echar la culpa a los políticos? ¿No pecamos cuando menos por omisión?

Hacemos poco y apenas nos destacamos por quejarnos de lo mal que lo hacen los otros y criticar. Pero criticar sin alternativas. Como personas negativas que desmotivan y que siempre tienen un problema para cada solución.

¡Qué pena da una sociedad de seres anodinos y sin motivaciones! ¡Qué distinto sería si hiciéramos lo que hacemos con vocación y entrega! Con capacidad de trabajo, disciplina, actitud positiva, sencillez, franqueza, saber estar, compromiso, responsabilidad.

Para las personas positivas hay más soluciones que problemas. Su optimismo es contagioso y genera compromiso. Optimistas pero no ingenuos sino con los pies en la tierra. “Pesimistas en el diagnostico y optimistas en la acción” como decía Gramsci.

Somos seres sociales que nacen y bien en una comunidad familiar, territorial, social, religiosa…en la que imperan unos determinados valores comunes y en la que tomamos conciencia del valor de los otros en la propia autorrealización. En esa comunidad tenemos derechos pero también obligaciones, lazos y deberes con los otros.

Todo lo anterior es propio de una ética de mínimos que a todos nos afecta e implica. Si además somos creyentes la ética cristiana, basada en una fe en la que Dios es Padre, convierte a los otros en hermanos. Y se traduce, en el ámbito social, en la obligación de ser sal en las cosas que tengamos entre manos, luz que haga posible que otros puedan ver que se puede vivir de otra manera y referente de personas comprometidas por crear una sociedad más responsable justa y solidaria.

¿No crees, amigo lector, que la responsabilidad social que se deriva de todo lo anterior pasa por no estar al margen de la política?
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