De Mª Teresa León, Rosa Chacel y Elena Fortún a Carmen Martín Gaite Cronología de escritoras críticas en tiempos de nacionalcatolicismo

María Teresa León, en medio de Lorca y Alberti
María Teresa León, en medio de Lorca y Alberti

El dictador daría carta verde a la Iglesia para imponer su moral férrea sobre los asuntos humanos más íntimos: la educación, la familia, el matrimonio

Muchas intelectuales colocaron entre interrogaciones al Régimen, sus prácticas terribles y los atrasos de esa Iglesia que le daba apoyo

M. Teresa León reescribió Misericordia, de Galdós, para establecer un paralelismo con el Régimen franquista

R. Chacel sentenció desde el exilio: “Hablar de la paz sólo puede ser lo que hacen algunos poetas: elegía o aullido”

En Madrid van amaneciendo el desarrollismo y el olvido y, de toda la familia que inventó, a E. Fortún solo le quedan la más mayor, Doña Benita, y la más pequeña, Mila, para desplegar una mirada sin censura a esa cotidianidad que silenciaba sobre todo a las mujeres

En medio del panorama actual, marcado por la exhumación de Franco y las añoranzas que su figura parece generar en la extrema derecha, resultan más pertinentes que nunca los mensajes de quienes sufrieron la dictadura. Dentro de la producción literaria de aquel tiempo, son infinitos los autores que visibilizaron, en muchas ocasiones sorteando la censura, los males a los que condenaba el Régimen: hambre, guerra, muerte, violencia, exilio. En el caso de las mujeres y su obra literaria, directamente trataron de ser desahuciadas de la historia. Porque el franquismo fue, ante todo, nacionalcatólico, y el nacionalcatolicismo es patriarcal.

La alianza con el poder venía de largo: con tal de acaparar privilegios, la Iglesia históricamente se ha identificado con los Estados hasta erigirse uno (el Vaticano). En España, bajo el célebre Concordato, solamente reemplazado después de la muerte de Franco (y por los Acuerdos Iglesia-Estado de los setenta, continuistas), la Iglesia fue la favorita del Movimiento Nacional desde el principio de la dictadura, cuando se declaró la confesionalidad católica de España. Desde entonces, Franco intervendría a placer en los asuntos eclesiásticos (nombrando obispos, por ejemplo) y viceversa, ya que el dictador daría carta verde a la Iglesia para imponer su moral férrea sobre los asuntos humanos más íntimos: la educación, la familia, el matrimonio. Negándoles a ellas lo primero y relegándoles a lo demás, el Régimen, la Falange y la Iglesia se encargaron de extender por la Península Ibérica el paradigma de la mujer-esposa.

Sin embargo, mientras los sublevados se servían de la influencia del clero para crear conciencia nacionalista, algunas mujeres se emanciparon de ese pensamiento mayoritario, que seguía identificando su género con el pecado, y colocaron entre interrogaciones al Régimen, sus prácticas terribles y los atrasos de esa Iglesia que le daba apoyo. Repasamos solamente algunos de los nombres y obras de las intelectuales que protagonizaron esta crítica a lo establecido.

Consejos de la Sección Femenina de Falange Española para "buenas esposas". Años 50
Consejos de la Sección Femenina de Falange Española para "buenas esposas". Años 50

María Teresa León: teatro moderno para alzar a los oprimidos

Defensora de la clase obrera pero intelectualmente multipropietaria, María Teresa León empezó escribiendo en Burgos en el campo del periodismo cultural y de derechos humanos para pasar en poco tiempo a publicar cuentos y novelas, instalándose en Madrid en los años 20 y entrando en el ambiente de la generación (poética) del 27. Miembro del Partido Comunista, su militancia política le llevó a liderar la defensa de Toledo, Illescas, El Escorial… cuando estalló la contienda. Y aunque su papel fue fundamental en el salvamento del patrimonio artístico de la capital (la evacuación de las obras del Museo del Prado, entre otras), todavía hoy que se conmemora ese éxito protegiendo los bienes, su nombre queda eclipsado por el de su pareja, Rafael Alberti, o por el de Timoteo Pérez Rubio, director de esa Junta de Salvamento del Tesoro Artístico creada por el gobierno republicano para resistir, también en lo cultural, a la sublevación de Franco.

Antes de partir al exilio, León también creó, en pleno conflicto, la sección teatral de la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura, el Teatro de Arte y Propaganda y las Guerrillas del Teatro, llevando a los frentes una modesta compañía en la que ella ejercía tanto de actriz como de directora teatral y dramaturga. Creía en el teatro, igual que Lorca, como canto a la vida y pedagogía definitiva para los oprimidos. Pero la facilidad para encontrar sus obras dramáticas (como sus otras ficciones o sus ensayos) actualmente es inversamente proporcional a su calidad literaria.

María Teresa León interpretando
María Teresa León interpretando

En 1933, firmó Huelga en el puerto, una obra claramente propagandística: un llamamiento al movimiento obrero de España a no doblegarse. En esta primera obra teatral ya se encuentran los rasgos esenciales de la literatura de León: un lenguaje de un duro realismo y a la vez sofisticado, en el que destacan la ironía pero también la empatía. Un fondo de compasión, o al menos de pensar en los contrarios. “¡Qué triste es ser guardia!”, dice un personaje anónimo, ya que en la obra de León habitualmente son identificados, como en la de Brecht, solo por su condición social. “Debe saberles la boca a hieles cuando disparan, porque ellos tienen familia entre los obreros”.

También la autora reescribió Misericordia, el clásico de Galdós que había recreado el Madrid de finales del XIX. Lo hizo con una intención clarísima: establecer el paralelismo con el Régimen franquista y defender los derechos humanos (que el nacionalcatolicismo agredía) con la rotundidad natural de su escritura. Sentados en la puerta de la iglesia, los protagonistas de esta obra son personas sin hogar que tratan de mendigar unas monedas. “Una perra gorda para que recemos por su difunta. Que se vaya al infierno. ¿Qué se hace hoy con una perra gorda?”, protesta un hombre, llamado Pobre 1. “Besarla, porque es la caridad cristiana”, ironiza otro. León presenta una realidad (la de la miseria urbana) confrontada con el moralismo de la limosna católica. “¡Y aquí me tienen a mí con un trozo de pan mojado en una fuente!”, lamenta otro de los personajes que sobreviven a la intemperie, un poco antes de que las autoridades de Madrid se presenten a detenerlos, para reprimir la mendicidad.

María T. León, escribiendo en la vejez
María T. León, escribiendo en la vejez

Una mujer, y además mayor de sesenta años, se erige la heroína de esta historia. Y después de desenmascarar a los burgueses y creyentes que, bajo los intereses dominantes, dan la calderilla pero criminalizan la pobreza y les niegan una oportunidad para salir de ella, lanza un alegato profundo, sencillo y atemporal (y muy evangélico, por cierto) a favor de la igualdad social: “Si hubo misericordia para uno ¿por qué no va a haberla para el otro? ¿o es que la caridad es una para el caballero y otra para el pobre del pueblo? (···) Para mí todos los hombres son iguales si tienen hambre, si están enfermos, si no saben dónde tumbarse a dormir”.

Aunque la escribió en su exilio en Buenos Aires durante los años 40, La libertad en el tejado no sería publicada hasta los años 90, después de la muerte de su autora. Con personas sin hogar de nuevo como protagonistas, el tiempo de lo dramatizado se sitúa en los primeros años de la posguerra, caracterizados por el racionamiento alimenticio o, más bien, el hambre de los vencidos. Conmovido por el olor de un cochinillo que estarán asando en algún lugar del edificio en cuyo tejado está reunido, el grupo de descartados no se tiene más cariño que el razonable por compartir dolores: el de haberlo perdido todo, el de no interesar al Régimen, la soledad y el miedo de que aparezca la policía represiva, a perseguir a los que molestan por ser pobres. También comparten un humor negro que desvela una tendencia anticlerical. Y una herida reciente, la de la guerra fratricida, que no puede camuflarse con bromas. “Los quinientos cuatro mil kilómetros cuadrados que me pesan aquí”, confiesa el líder del grupo.

Y entonces María Teresa León les hace organizar una parodia religiosa con una acumulación de elementos surrealista: víctimas sacrificiales, mantillas, condenas sin juicio como las franquistas, fundidas con juicios condenatorios como los de la Biblia. Y un personaje alegórico, un poco calderoniano, que se llamaba Razón y ha devenido en mujer sonámbula. Las alusiones a la victoria de Franco y las tragedia que acarreó no pueden ser más evidentes. Como cuando la policía se pone violenta al sospechar que uno de los pobres sabe leer y escribir. O como cuando Sabelotodo, profeta sin hogar, señala a los cómplices del Régimen dictatorial y reparte la culpa: “Éste, tú, yo… ¡Qué más da! Asesinos, instigadores, encubridores (···) Asesinatos en una encrucijada, en una trinchera, en la guerra atómica, en la cárcel… (···) ¿Dónde empiezan y terminan los hilos responsables de una muerte? ¿No pueden hallarse también en un devocionario, en un simple tratado de comercio, en una carta de amor?”. Igual de catárticas resultan las palabras de El hombre, al final de la obra: “Quiero mi libertad de ser o no ser, de creer en Dios o de odiarle, de reproducirme o de ser estéril. Quiero mi libertad integral”.

"¿Dónde empiezan y terminan los hilos responsables de una muerte? ¿No pueden hallarse también en un devocionario, en un simple tratado de comercio, en una carta de amor?"


Rosa Chacel: prosa en busca de la espiritualidad de la palabra

“Confieso que no afronté la guerra”, comenzó diciendo Rosa Chacel, en su discurso al recibir la Medalla de la Provincia de Valladolid en 1992. La escritora del 27, esposa de Pérez Rubio (quien dirigió junto a León el salvamento del patrimonio artístico) se exilió rápidamente con su hijo en París, Roma, Londres, Río de Janeiro y finalmente Buenos Aires. “Sólo me queda tratar de explicar cómo corrí tanto sin haberme sentido lejos”, dice en el mismo discurso. Porque, en su preocupación existencial, Chacel se agarró a su tierra y tradición (a las ollas de Santa Teresa, a Unamuno, al dios cristiano) tanto como se sirvió de Heidegger, de Wilde o de Cocteau.

Detestaba los cilicios, pero no tuvo reparo en reconocerse creyente y “delinear el contorno del terreno que ocupa en mi vida la fe”. Coincidió con María Zambrano en su valoración de la confesión como género literario imprescindible (“Y una vez más pido perdón por hablar tanto, pero mi hablar no es nunca ostentar, sino confesar”) y en pasarse toda una vida persiguiendo la espiritualidad y la paz a través de la palabra, pero sin caer en la ingenuidad. “Hablar de la paz sólo puede ser lo que hacen algunos poetas: elegía o aullido”, sentencia en Sobre la paz.

Rosa Chacel: exiliada. Fotograma de TVE
Rosa Chacel: exiliada. Fotograma de TVE

Elena Fortún: literatura de exilio para niñas de la guerra

Cuando Carmen Laforet no llegaba a los 30 años, empezó a cartearse con Elena Fortún como por ejemplo Ana María Moix lo hacía con Rosa Chacel. Las nuevas generaciones literarias quisieron dialogar con las escritoras del 27 por admiración profesional y por memoria feminista. Porque su literatura (incluso la de Fortún, que era infantil o juvenil) transpiraba todas las luchas que habían asumido. En el caso de la creadora de la saga de Celia, esa lucha había sido desoladora: el secreto de su homosexualidad, el exilio, el suicidio de su esposo… Y la omnipresencia de la censura entre sus letras.

Como escribió Nuria Capdevila Argüelles en el prólogo a Celia se casa, “la paz de Franco se ciñe sobre la ciudad”. El gran personaje de Fortún (la niña Celia, tan libre como una Pipi Calzaslargas) se ha hecho mayor y va a pasar por el altar a petición del editor de la escritora. Se ha acabado la libertad, la emancipación que Fortún había bocetado para su personaje en el manuscrito Celia bibliotecaria, que fue dramáticamente sustituido por este otro argumento. En Madrid van amaneciendo el desarrollismo y el olvido y, de toda la familia que inventó, a la autora solo le quedan la más mayor, Doña Benita, y la más pequeña, Mila, para desplegar una mirada sin censura a esa cotidianidad que silenciaba sobre todo a las mujeres.

La pequeña Mila es inocente, despistada y soñadora. En el colegio femenino se equivoca sin quererlo, hace reír a sus compañeras y se lleva el castigo de la monja: “de rodillas y mirando a la pared”. Por su parte la abuela, Doña Benita, les cuenta historias a sus nietas Patita y Mila. Con tintes cómicos unas veces, y de magia y religiosidad otras (cuando “está el pan sobre la mesa, y el mantel extendido, los ángeles se ponen de rodillas”), para que se distraigan del hambre que siguen pasando. “Si somos buenas, los veremos cualquier día”, confía Mila en lo que le han contado. Pero enseguida se desengaña: “Los verá Patita… pero yo no, porque no soy nada buena, y es sin querer”. Y así demuestra al lector que intuye, desde tan pequeña, que la sociedad en la que vive tratará (como ha ocurrido con Celia) de neutralizar con culpa su imaginación y su espontaneidad.

Carmen Laforet y Elena Fortún
Carmen Laforet y Elena Fortún

Carmen Martín Gaite: el mundo interior de las amas de casa

Publicada en 1992 y situada su trama una década antes, la novela Nubosidad variable refleja el aislamiento (doméstico, intelectual, existencial) de muchas mujeres incluso después de la muerte de Franco. Porque, acabada la dictadura, la cultura de la Transición no acabó con los patrones católicos que las habían convertido en cuidadoras del hogar y poco más. Ella misma una de las pocas mujeres dentro de una generación literaria mayoritariamente masculina (la generación de la posguerra), Carmen Martín Gaite presenta a Sofía, la protagonista, como una ama de casa ya en la madurez, que disfruta leyendo a Pessoa, a Tagore, a Fortún. (Magnífico homenaje este último, por cierto, por parte de quien se encargó de adaptar la historia de Celia a guión de serie de televisión).

Mientras dedica sus jornadas a llamar al fontanero o prepararles comidas a sus hijos, pese a estar independizados, Sofía empieza a usar el género epistolar (se cartea con una amiga) para mostrarle al lector sus recuerdos. Su juventud dentro de círculos cultos y progresistas (“Las menciones a Marx y Simone de Beauvoir recibían un refuerzo de modernidad y eficacia cuando se mezclaban con un manejo experto de estadísticas de exilio, natalidad y desempleo”, relata con sorna), los cuentos que escribiría, el amor que sentía por Eduardo…

Y entonces el lector comprende la crítica al patriarcado: que la vida de Sofía resultó muy distinta de lo que esperaba. Sus cuentos se quedaron en el cajón, ella en casa y Eduardo se convirtió en el marido incapaz ni de amarla ni de entenderla. Resignada a aguantar la incomunicación en vez de separarse, ella reconoce que lo hace porque “la educación que he recibido no me había preparado para (···) situaciones así”. Pero a pesar de la tristeza y la libertad frustrada, Sofía encuentra la esperanza: “De todos los pozos se puede salir -leo- cuando se enciende la curiosidad por saber lo que estará pasando fuera mientras uno se hunde”.

C. Martín Gaite
C. Martín Gaite

Volver arriba