Enormes deficiencias en el sistema vulneran este derecho fundamental en la selva peruana Estropicio educativo

Colegio secundario en Mazán (río Napo- Perú)
Colegio secundario en Mazán (río Napo- Perú) César Caro

O catástrofe. O despropósito. O descalabro absoluto. Todos estos sustantivos valen para describir la educación en nuestra querida región Loreto, y acaso en todo el Perú. Este desastre viola groseramente el derecho a la educación, comienza a cerrar puertas a las personas ya desde niños, les cercena oportunidades de desarrollo, los arrincona en los márgenes de la desventura y condena a los pueblos, al país entero, a la mediocridad.

O catástrofe. O despropósito. O descalabro absoluto. Todos estos sustantivos valen para describir la educación en nuestra querida región Loreto, y acaso en todo el Perú. También fracaso amargo y sin paliativos. O naufragio cruel y en toda regla, ya que vivimos a la orilla del río.

Estoy de visita en Mazán, puesto misionero cercano a Iquitos, pequeña ciudad pujante situada estratégicamente en el lugar donde el Napo y el Amazonas casi se rozan. Por acá pasa de todo: un sinfín de mercancías, droga, personas… desde y hacia Ecuador. Este sitio hierve de vida, está repleto de niños y jóvenes, y de hecho tiene dos colegios de secundaria. Y allí vamos.

Es viernes, lo cual contribuye a aumentar el caos, que salta a la vista en el “Jorge Basadre”. No hay el director, pero sí formación en el patio. Inmediatamente se aprecia que los alumnos no caben, y así lo corroboran varios profesores. La biblioteca y el comedor hacen de improvisados salones de clases, y aún así hay grados que han de estudiar por la tarde.

El sol atiza cuando nos dirigimos al otro centro educativo, el “César Vallejo”. No solamente falta el director, hay varios maestros ausentes, y por tanto aulas con alumnos solos y en general chicos y chicas un poco por todas partes. Patios con gente corriendo, yendo y viniendo, ajetreo, ruido, puertas abiertas por el calor… En definitiva, la certeza de que no se está haciendo nada de mérito.

La zona de los más mayores es desoladora: un grupo en una espacie de pasillo, los de quinto dentro algo que parece un almacén de arroz: paredes hechas con cuatro tablas chuecas, piso de cemento descascarillado, mesas rotas o demasiado bajas, sillas viejas, bancas sin respaldo (la foto no tiene desperdicio; al menos hay cepillo y recogedor en un rincón). Un horror.

Días más tarde, en Angoteros, sigue la crónica del hundimiento educativo masivo. En secundaria sobra mencionar que varios profes no están, empezando por el director (claro). Queremos hablar a los cuartos y quintos y encontramos dos salones con los alumnos solitos. Los niños del jardín ya han salido, a pesar de que no son ni las 10 de la mañana; del internado la mitad de los jóvenes se largaron a los dos meses de comenzar el año debido a la mala alimentación (ver “Internados de hambre”).

Sin embargo, ha llegado la supervisión de la UGEL* desde Iquitos (dos días de viaje), pero a los funcionarios no parece importarles lo más mínimo el evidente desorden, solo han ido a inspeccionar las tablets. De hecho, en esta otra imagen vemos una carrafilera de ellas mientras se cargan con su panel solar portátil, mientras en la cancha hay partidos de vóley todita la mañana sin parar, por supuesto.

Acá en Angoteros los profesores que viven en la quinta venden alcohol (cerveza y trago), y allí son frecuentes las fiestas con música altísima hasta la madrugada. ¿Cómo van a transmitir valores como la puntualidad, el trabajo bien hecho o el cumplimiento del deber? Rollos trasnochados, probablemente. Mejor no mencionemos los casos de abusos, venta de notas a cambio de favores sexuales, etc. Secretos que en el pueblo todo el mundo conoce y calla.

El siniestro se recrudece si nos adentramos en el mundo rural más profundo, como la comunidad de Santa María, adonde pasamos una jornada. Recibe nuestro bote una nube de 100 niños, sin exagerar; se pregunta uno qué pasa con la escuela. Como tampoco hay espacio, han ubicado a cuarto y quinto de primaria en el local comunal; el maestro les ha escrito en la pizarra unas frases en español (“castellaneando”) para que las copien y se ha ido a casa de unos compadres, unos cincuenta metros en frente, lo vemos riendo junto a la ventana. Revisamos cómo va el trabajo y comprobamos desconsolados que los niños no logran escribir, no hay forma.

Más allá, los alumnos de la escuela bilingüe corren y juegan mientras la escoba de su profe asoma por la puerta del aula… Esta dejadez, esta incompetencia, esta irresponsabilidad, este desastre viola groseramente el derecho a la educación, comienza a cerrar puertas a las personas ya desde niños, les cercena oportunidades de desarrollo, los arrincona en los márgenes de la desventuray condena a los pueblos, al país entero, a la mediocridad. Derrotado y afligido, me pregunto qué se puede hacer.

* Unidad de Gestión Educativa Local

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