Huevos en el cepillo

Hay una serie de detalles que hacen que la celebración de la Eucaristía en nuestro país huayacho sea deliciosa y curiosa a ojos españoles. Así que, antes de que me acostumbre del todo, me apetece contarlos, recordando cosillas que desde el principio me extrañaron, me hicieron sonreír o me emocionaron.

Lo primero: la puntualidad (jeje). La misa “a las 7 de la noche” significa que será en la noche, es decir, cuando la gente ya ha regresado de su chacra, se ha bañado y ha cenado, y comenzará alrededor de las 7:30 o cuarto para las 8hora peruana. Uno intenta, voluntarioso, llegar con antelación, y a lo más te encuentras a alguna viejita en la puerta de la iglesia, donde suele haber un poyete en el que el personal se va sentando a medida que va acudiendo, y allí nos saludamos, comentamos, etc.

- “¿Empezamos ya?”. – “Sí padrecito, ya no van a venir más”. El canto acá es mucho más importante que en España, no se concibe una misa sin cantar, así que previamente los agentes de pastoral han elegido las canciones, y las van anunciando para que la gente busque en el librito: - “El gloria el número 41”. Y todo quisque, muy serio con su cancionero (los que saben leer, claro), buscando y entonando.

Como lo habitual en la mayoría de las comunidades es que haya una Eucaristía al mes como máximo, todas las misas son de domingo: con gloria, credo, lecturas dominicales… y homilía. ¿Cómo va a haber una misa sin sermón? Impensable. Eso te obliga a prepararte y a predicar toditos los días. Voy dándome cuenta de que normalmente preparo gracias y ocurrencias que no les hacen risa, y en cambio otras palabras y expresiones arrancan del auditorio inesperadas carcajadas (he de aprender el humor de acá). Lo que no falla son los gestos chistosos, las tonterías que hago con la cara, los momentos en que más que un cura parezco un monologuista o un cómico (…).

Luego están las intenciones: a la gente le encanta que nombres sus muertitos. De repente te encuentras con una carrafilera de nombres (más que un equipo de fútbol, toda la liga completa…) que has de leer al principio de la celebración, en las peticiones y en la plegaria eucarística. Y en la consagración, cuando se elevan el pan y el vino, la gente musita alguna letanía como “Jesucristo entregado por nosotros”.

Las ofrendas son muy divertidas porque suele haber de todo, no solo monedas: pansito, fruta (es decir, plátanos), frejoles, yuca, chancaca… y muchas veces, una bolsita con huevos. Porque si se trata de compartir y uno no tiene mucha plata, pues trae productos de la tierra, las cositas con las que subsisten las familias si el precio del café se despeña.

En el ofertorio siempre hay que pedir que “levanten su mano, por favor, las personas que van a comulgar”, porque en muy pocas capillas hay sagrario, de manera que no puede sobrar cantidad. Choca y sorprende que escasa gente se acerca a la comunión, y es porque muchos son convivientes, es decir, no están casados por la Iglesia y por tanto, como viven “en pecado”, no pueden compartir el Pan. Este es un asunto que me indigna y me entristece a partes iguales, y se merece otra entrada mientras el Papa escribe una encíclica fruto del Sínodo.

El canto de la paz suele estar acompañado de palmas (como otros, y hay días que todos), y en los pueblos me dedico a pasar por los bancos y saludar uno por uno si me da tiempo. En Mendoza hay niños que suben al altar y me dan un abrazo con gran naturalidad y cariño.

Después de la comunión, a menudo invito que “cerramos los ojos y hacemos un silencio para que cada cual en su interior le dé las gracias a Diosito”… y es impresionante qué capacidad de recogimiento tiene la gente. Toditos con los ojos cerrados, se escucha algún grillo en la noche o el rumor de una quebrada cercana, que son como adornos a este precioso silencio. El ratito suele acabar con la oración “Alma de Cristo”.

Tras el “Pueden ir en paz”, casi siempre hay unos cuantos recipientes de agua que voy bendiciendo mientras se canta la copla de despedida (me pregunto qué hará la gente con ella), y a veces otros objetos como medallas, cuadros, imágenes, lápidas y cruces de cementerio (¡!), rosarios, abrebotellas de San Juditas, figuras del belén (en cualquier época del año), llaveros, etc. Bendices como quien come pipas.

Y cuando ya ha acabado todo, resulta que nadie se mueve de su sitio. A mí al principio eso me agobiaba un poco y me daba vergüenza (“¿pero qué pasa, esta gente no quiere irse…?”), toititos ahí callados, sentados viéndome quitarme los trapos. Pero es porque ahorita nos quedamos conversando sobre la marcha de la comunidad (catequesis, la liturgia de los domingos…) y problemas del pueblo; y a veces se invita al mismo tiempo a un cafesito, que es la manera sencilla de decir gracias, la palabra que más sobrevuela cada día nuestro Perú.

César L. Caro
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