Estos vientos revueltos hacen del Cebreiro un mar agitado que confunde la lengua de las aves. Todo parece un caos, un infausto ramillete de lamentos, chispazos de un virus, errante y fugitivo, fornido como un tronco centenario, inabarcable, que confunde la torre inexpugnable del orgullo, la audacia y la soberbia, la hibris, de los políticos que, en buena medida, reducen su actuación a palabras suplicantes, sermones, piezas oratorias de ínfima calidad. El viejo, “solo el tiempo prueba a la gente”, aprende del joven, pero hoy, los políticos jóvenes, soberbios y audaces, desprecian la experiencia de los que les precedieron. “Han preferido ser malos profetas que profetas verídicos de males”. Al pueblo le gusta criticar al poder, pero el poder, ante esta guerra incierta, se hace la víctima, “horrido espanto que invade la verdad” (Esquilo), porque sabe que el pueblo se compadece del débil.