“Mi mundo, está vacío, convertido en una fosa negra. Sólo veo el hueco de su ausencia y oigo el silencio de su voz. Siento un desarraigo desasosegante y una orfandad total. Lo que me unía al mundo se ha roto para siempre. Hoy mastiqué, por primera vez en mi vida, la sensación de soledad absoluta. El patio es otro, la casa es otra; los pasillos de la casa y los caminos del pueblo en donde resonaban sus pasos están llenos de un duro silencio. No salía, ni siquiera bajaba al patio, pero cuando llegaba estaba ahí y deseaba llegar porque ahí estaba ella. Me embarga, a mis cincuenta años, la sensación de orfandad y soledad. Nosotros estamos contigo, te queremos, me dicen los amigos. Pero nadie es ella. Todo es otra cosa, todo es un poco menos, sin ella. Las veces que pude haberle dicho te quiero y me callé, las veces que me preguntó algo y respondí de manera desairada. Los familiares, los amigos, todos juntos rezamos al lado de la tumba. Los cinco minutos antes de cerrar la caja, un silencio sepulcral cayó y lo llenó todo. Si fuera pájaro, en este momento emigraría a un lugar ignoto”, me dijo dos días después.