La gran belleza, anticlerical pero cristiana

La gran belleza (Italia, 2’13. Dir. P. Sorrentino), es la descripción de lo que queda cuando no queda nada. Es,en términos de Heidegger, un estado de ánimo: cinismo, tristeza, melancolía. No es tanto melancolía cuanto lucidez; no es dolor es belleza; esplendor y ridiculez. Es un paseo por el interior de un personaje, reflejado en lo que le rodea.

Compleja, fascinante; gozosa y dolorosa como las contradicciones con las que vive el protagonista, profundamente solo. Un paseo lúcido por las noches de Roma sobre las que reflexiona en las horas de la madrugada, cuando la gente normal va al trabajo. Roma santa y puta, exuberante y ridícula; todo bajo la mirada cáustica, divertida, amable y crítica de un escritor que no escribe, monstruo de inteligencia, desencantado de nada porque nada ha hecho, siempre con la respuesta adecuada, dolorosa y desgarradora.

El protagonista hace un viaje hacia el interior de sí mismo, de reencuentro, un viaje hacia la plenitud que precede al vacío; la exaltación antes del vacío y de la muerte. Los personajes carecen del espíritu de sacrificio y la humildad necesarios para que puedan vivir la solidaridad con el mundo exterior que les es completamente ajeno. Su única preocupación es consumir el tiempo ante la evidencia de que nada tiene sentido. Algunas de las motivaciones de los personajes están viciadas de infantilismo y de vanidad.

A un momento hay una crítica feroz al arte moderno: una niña pinta un cuadro admirado por todos los asistentes a la fiesta en casa de sus padres arrojando botes de pintura sobre una tela blanca que cuelga de una pared. Por momentos, parece que los personajes se dan cuenta de que una vez cumplidos sus deseos no era eso lo que querían o si era pero el resultado les deja extrañamente fríos e insatisfechos. Todos contemplan desde fuera las posibilidades existenciales que le ofrece la experiencia pero pasan entre todas sin elegir ninguna, se dejan llevar.

Todos son de una manera pero podrían ser de otra. Son un montón de vidas rotas en las que es imposible adivinar una insinuación de destino personal por eso el testimonio de la hermana misionera puede hacer pensar a algunos de los presentes que, “al menos alguien, disfruta de un destino en este mundo en donde todos nosotros pasamos por él sin destino alguno”. Se cita “Viaje al fin de la noche” de Céline.

Solo existe una certeza, la certeza de la incertidumbre. Se cita a Flauvert quien “quiso escribir una novela sobre la nada pero no escribió nada sobre nada porque nada hay que escribir sobre la nada. El mundo, porque Roma es el mundo, es el cementerio de lo que pudo haber sido sido y no fue ni será nunca. Es anticlerical, ridiculiza al clero en el personaje de un cardenal mundano y rehuye plantearse y responder a preguntas espirituales pero es cristiana en el personaje de una monja, misionera en Mali, a la que invitan a una fiesta y la cosen a preguntas. Ella sólo abre la boca para decir: “La pobreza no se habla, se vive”.
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