(Archimadrid).- Eva (Evangelina) no se planteaba marcar la casilla 105 de la Iglesia en la declaración de la Renta hasta que este año participó en la Línea 105 XTantos puesta en marcha por la Conferencia Episcopal Española (CEE) para conocer la labor social y espiritual de la Iglesia. Tanto, que después de haber visto la realidad de la diócesis de Valladolid gracias a su participación en el anuncio de la CEE para esta campaña, acudió a la convocatoria de la archidiócesis de Madrid, el pasado 22 de mayo, que se sumaba a la iniciativa de la CEE. «Y mañana, si puedo, iré a Segovia», nos aseguraba. Como Evangelina, otras doce personas pudieron conocer de primera mano algunos de los proyectos que la Iglesia de Madrid lleva a cabo.
La ruta, a pie por el centro de la ciudad en un recorrido que no superaba los 15 minutos de distancia entre proyecto y proyecto, comenzaba a las 17:30 horas en el Centro de Escucha, Acompañamiento y Mediación (CEAM). Se trata de un servicio de la Delegación de Familia y Vida de la diócesis de Madrid de ayuda a matrimonios, familias y personas con dificultades, problemas y crisis puntuales en el ámbito de sus relaciones.
En presencia de los delegados, María Bazal y José Barceló, y de los vicarios episcopales de las vicarías III, Ángel López, y IV y V, Óscar García Aguado, la responsable del CEAM, Margarita, dio las claves de un servicio, quiso puntualizar, llevado por profesionales: «Las personas que trabajamos en estos centros también tenemos formación adecuada». Es una mediación familiar «preventiva» realizada «con mucho amor», desde la neutralidad, la imparcialidad y la confidencialidad. «Lo importante es acompañar, respetar, no juzgar».

Los participantes en la ruta escucharon el testimonio de Elisa, una madre que acudió al centro con un problema grave con su hija adolescente después de haber pasado por todos los recursos posibles. «Estábamos desesperados» y en CEAM encontraron lo que les faltaba: un seguimiento a toda la familia —porque el problema irradia a todos—, «ternura» y estar ahí «siempre que lo hemos necesitado; y cuando digo siempre, lo digo con mayúsculas». «Nosotros somos uno de esos siete de cada diez casos que sale adelante», resume, citando las cifras de éxito que había detallado la responsable.
Atento a las palabras de Margarita y Elisa está Máximo, que tiene 10 años y ha acudido a la ruta con su madre, Encarna. Cuando le preguntan qué se lleva como resumen de esta primera parada, lo tiene claro: «Que no se tiene uno que enfadar con alguien por cosas tontas».

Madres en situación de vulnerabilidad
La labor social de la Iglesia en Madrid se palpa en la segunda parada de la ruta, un hogar de acogida de madres con bebés en situación de vulnerabilidad que se ha inaugurado recientemente en una zona de la Casa San Justo, cedida por el cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid. Allí residen actualmente cuatro mujeres con sus bebés —el requisito es que no superen los seis meses de vida— beneficiarias de Cáritas Diocesana de Madrid, que están acompañadas por 35 voluntarias y una comunidad de vida de Siervas Misioneras del Espíritu Santo.
Esta organización es un ejemplo de cómo la actividad de la Iglesia en Madrid es posible «gracias en primer lugar al tiempo que entregan voluntariamente miles de personas, todo el Pueblo de Dios: laicos, consagrados, sacerdotes... Lo cuenta José María Albalad, director de Sostenimiento de la CEE y delegado de Economía y Administración General de la archidiócesis de Madrid, que acompaña en la ruta a los participantes.
«Lo importante es que las madres puedan afrontar su futuro de forma digna», cuenta la hermana Elena, y para eso se les ayuda en su formación y búsqueda de empleo. «En este proyecto tienen que volar». Los vicarios episcopales ponen de relieve el valor que han tenido estas mujeres para seguir adelante con su embarazo y maternidad, y los participantes en la ruta escuchan, contemplan y palpan a la Iglesia Madre. Etna, madre residente en el hogar, lo expresa de manera casi gráfica: «Para mí estar aquí es lo que más se puede acercar a lo que llamamos un milagro». Desde hace un mes, además, en la pequeña capillita de la casa está el Señor en el sagrario siempre presente. Y no es raro, cuenta otra de las hermanas, Clara (en la imagen principal, con una de las bebés de la casa), ver a las mamás descansar en Él a ratitos.

Esta visita le ha emocionado a Rocío, una de las participantes en la ruta, que en realidad está acompañando a su madre, Encarnita. «Ella vio el anuncio de la ruta en Alfa y Omega y me llamó para que la apuntara». «Yo no soy religiosa —reconoce la hija—, porque no tengo fe; me gustaría tenerla». Eso sí, «a la Iglesia la respeto mucho; en realidad en el IRPF doy porque creo que hace una labor maravillosa». Lo cuenta recién salida del hogar de las madres, que le ha parecido importantísimo. «Igual estas chicas, si no les tiende la mano la Iglesia, tendrían que prostituirse; estoy encantada de que mi X vaya para ayudarlas».
También Mar, que ha acudido junto a su marido Fernando, sale rebosante. «Se me saltaban las lágrimas». Hasta ahora, «me ha superado» todo lo visto. Tampoco es «nada practicante», pero «tengo curiosidad por conocer». Por eso, cuando vio el anuncio de la ruta en un parada de autobús, no dudó en dar el paso.

Atención religiosa y social a migrantes
Hablamos con Rocío y Mar de camino al tercer y último punto de la ruta, la parroquia San Lorenzo de Lavapiés. Allí la Iglesia atiende a una comunidad nutridísima de latinos, y cuenta, tanto en la sacristía como en el templo, con imágenes de prácticamente la mayoría de las advocaciones marianas de Hispanoamérica. Así, la gente puede mantener la fe en la que nacieron y crecieron, y transmitírsela a sus hijos. Cuentan los parroquianos que los domingos, en Misa de 12:00, no se ve ni el suelo de la cantidad de gente que acude. Los participantes en la ruta, que han disfrutado en los salones parroquiales de un rato distendido de aperitivo, escuchan el testimonio de Walter e Yvette, a quienes Dios les llenó el corazón gracias a la parroquia. «Tuve un encuentro con el Señor y me enamoré de la Iglesia», cuenta Walter. Ahora, «servimos al Señor a través de los que vienen aquí».
Pero San Lorenzo no solo atiende a gente de habla hispana. También a los otros dos grandes grupos de migrantes que residen en Lavapiés, los de Marruecos y Bangladesh, a los que les dan clases de español porque este es primer requisito para encontrar trabajo, afirma Sagrario, responsable de este programa de ayuda que lleva en la parroquia casi 30 años y que este año tiene matriculados a 490 alumnos. Los integrantes en la ruta pueden ver de primera mano el desarrollo de dos de las clases y conocer a Leila, musulmana, que es alumna y parte activa del programa.
La parroquia, detalla José María Albalad (en la imagen inferior), atiende a todos «sin pedir a nadie el carné de católico» y con una motivación diferencial, ya que «lo que mueve a la Iglesia es ver el rostro de Cristo en cada necesitado». Así, «conscientes de que todavía hay un gran desconocimiento sobre lo que la Iglesia es y realiza, se ha planteado una iniciativa como Iglesia de puertas abiertas, que tiende puentes y acoge a todos», subraya.

Acogida del mismo Cristo
Cada miércoles y cada domingo, San Lorenzo organiza sesiones de acogida para migrantes en una sala presidida por la imagen de Cristo con los brazos abiertos. «Quien os recibe aquí es Jesús, con esa mirada y esos brazos», les dicen, y también «aquí tendréis un lugar donde nunca os miraremos por encima del hombro». «La finalidad, como la de cualquier parroquia, es llevar a Dios a la gente y la gente a Dios», y hay vidas que se reorientan por un encuentro definitivo con Jesucristo. Sin ir más lejos, la semana pasada se casaron 29 parejas, algunas con convivencias de hace muchos años, en una única ceremonia. «Lo que más ilusión me hace de este día —decían— es poder comulgar».
«Realmente, el dinero sirve y es palpable», reconoce Encarna, ya a punto de terminar la ruta, ella que ha acudido para poder dar razones en su trabajo de por qué marca la X de la Iglesia cada año en la declaración de la Renta. «Escuché en la radio esta iniciativa y decidí apuntarme porque vi la oportunidad de decirles a mis compañeros lo que hace la Iglesia con este dinero».

El delegado de Economía de la diócesis explica que «marcar la casilla de la Iglesia en la declaración no tiene coste alguno para el contribuyente, ya que no pagas más ni te devuelven menos. Es una de las pocas cosas que podemos decidir sobre el destino de nuestros impuestos. Si se deja en blanco, es el Estado el que decide por ti».
Teniendo en cuenta que el plazo de presentación de la declaración de la Renta está abierto hasta el próximo 30 de junio, y que «aún quedan millones de contribuyentes» por presentarla, el objetivo es que estos «puedan decidir con libertad». Para la Iglesia, como se ha visto en la ruta, «el dinero nunca es un fin, es un medio para anunciar el Evangelio, celebrar la fe y vivirla en la caridad», concluye Albalad.
