La vida en la Cartuja burgalesa de Miraflores: Silencio, oración… y Dios Fray Pedro María Iglesias: "Un cartujo lleva a toda la Iglesia en el corazón"

Fray Pedro María Iglesias,  prior de la Cartuja de Miraflores, Burgos
Fray Pedro María Iglesias, prior de la Cartuja de Miraflores, Burgos

El prior de la Cartuja de Miraflores, fray Pedro María Iglesias, nos abre las puertas del cenobio para descubrirnos los secretos de este especial estilo de vida consagrada

En un mundo transido por el ruido y el ajetreo, la paz y el silencio que se respiran en este lugar siguen cautivando a numerosas personas

Con el mundo y sus preocupaciones la Cartuja también está fuertemente vinculada a través no solo de los burgaleses que suben hasta allí, sino también por las obras de caridad que lleva a cabo

Muchos recuerdan aún la imagen de los frailes repartiendo el caldo de una olla a la puerta de Miraflores mientras decenas de pobres esperaban su mendrugo de pan. Hoy se reparte con abundantes donativos a ONG

"La Cartuja ha sido siempre muy limosnera y lo sigue siendo... Si vas pobre con Jesús, tienes que vivir la pobreza de Jesús", apunta el prior

(Archiburgos).- En 1401, el rey Enrique III de Castilla construyó un palacio de recreo a las afueras de la ciudad de Burgos, un noble inmueble edificado, además, como panteón real de los padres de Isabel la Católica. A la muerte del monarca, su hijo, Juan II de Castilla, decidió donar el palacio a la orden cartujana, una forma monástica que conjuga la vida ascética del ermitaño con la dimensión comunitaria típica de otras congregaciones contemplativas.

Tras un pavoroso incendio que consumió el primitivo palacio, Juan de Colonia tomó las riendas de la construcción de la nueva Cartuja, provista de una extraordinaria iglesia tardo gótica, dos claustros y veinticuatro celdas para los monjes.

Hoy en día, tras el esplendor vocacional de otras épocas y haber sido germen de la fundación de hasta cuatro cartujas en el país, los muros de Santa María de Miraflores son habitados por solo catorce monjes, si bien cada año reciben una media de 70 peticiones de ingresos venidas de todos los rincones del planeta. Y es que, en un mundo transido por el ruido y el ajetreo, la paz y el silencio que se respiran en este lugar siguen cautivando a numerosas personas. Una fascinación agrandada por el misterio, los tópicos y las leyendas nacidas en torno a la orden, como bien confirma su prior en Burgos, fray Pedro María Iglesias. Aunque, para él, la vida en la Cartuja «es muy simple»: «No hacemos voto de silencio ni hablamos por señas», desmiente.

Los orígenes de la orden se remontan a los albores del segundo milenio. Después de pasar casi medio siglo viviendo a la sombra del Císter, san Bruno fundó en 1084 el primer monasterio llamado «la Chartreuse», en los Alpes franceses. En ella, los monjes vivían en cabañas individuales de madera mientras compartían momentos de comunidad en espacios comunes. Sin una «regla» definida, aquel estilo de vida se hizo «costumbre» hasta que el papa Inocencio II aprobó la nueva congregación en 1133. Fray Pedro María define la Cartuja como «totalidad de silencio con Dios orante», donde las normas y hasta el propio edificio «están en función del carisma contemplativo, que pretende ser lo más rígido posible». «Todo está orientado para que el cartujo esté centrado todo el día en oración. Tanto, que la primera obra de caridad de un cartujo es respetar la soledad del hermano».

En efecto, cada monje vive la mayor parte del día en su celda, una especie de casita que cuenta con un espacio de ingreso a modo de zaguán llamado «Avemaría» (pues el monje siempre reza esta oración cuando pasa por este lugar), en el que también come gracias al alimento que le entregan a través de una portezuela; componen también la celda una galería que hace las veces de taller, un pequeño huerto, la habitación con oratorio y el servicio. De la celda, los monjes solo salen tres veces al día, para la misa, el canto de Vísperas, Laudes y Maitines. Además, los domingos celebran todos los oficios divinos de forma conjunta en la iglesia, comen en comunidad en el refectorio y mantienen un rato de recreación, mientras que los lunes disfrutan de un paseo de unas cuatro horas de duración por la campiña.

«Es una vida súper regular, sin sorpresas. Las únicas sorpresas son las que descubres tú en la oración y la liturgia. El día a día es una rutina brutal, yo lo llamo “el rodillo”», revela el prior. «Es lo que más me ha costado, porque yo antes llevaba una vida a mi aire y ahora solo obedezco a una campana», comenta este moje gaditano, que ingresó en Miraflores de forma repentina y casi sin discernimiento hace cuarenta años «por un bofetón de Dios». «Si hubiera sido por mentalidad y por mi estilo de vida yo no hubiera venido; mi razón me decía que era imposible, que yo aquí no cabía… Pero sí cabía, era el único sitio en el que cabía». De hecho, asegura que la rutina y la monotonía le han «dado libertad, pues ahora no tengo que ocuparme más que de Dios. Ese ritmo te da una base de sensatez y de paz en el fondo del alma que no cambias por nada». «Aquí he descubierto que me sobran muchas cosas; aquí el Señor me ha dicho: “Vacíate de todo y quédate conmigo en el corazón y con toda la Iglesia”. Es un camino muy arduo pero vale la pena, te da una libertad tremenda», sostiene. Es más: «Si empezamos a meter cosas innecesarias en la celda, esto es tan frágil se rompe fácilmente».

«Aquí he descubierto que me sobran muchas cosas; aquí el Señor me ha dicho: “Vacíate de todo y quédate conmigo en el corazón y con toda la Iglesia”. Es un camino muy arduo pero vale la pena, te da una libertad tremenda».

"Aquí he descubierto que me sobran muchas cosas. Es un camino muy arduo pero vale la pena, te da una libertad tremenda"

El cartujo se acuesta en torno a las 20:00 horas para levantarse a las 23:30 y acudir a la iglesia a las 00:15 para rezar Laudes y Maitines, una oración que puede prolongarse hasta las 03:00. De vuelta a la celda, hace una breve oración a la Virgen en su oratorio y se acuesta de nuevo para levantarse a las 6:30 y dedicarse a la oración. A las 8:00 se reúne la comunidad en la iglesia para la misa, que siempre es cantada. La mañana transcurre en la celda dedicada al estudio, la lectura meditada de la Sagrada Escritura y el trabajo manual. La comida es a las 11:30 y la tarde solo se interrumpe para rezar las Vísperas.

Tener vocación

Este ritmo de vida tan austero quizás ha sido el causante de la «idealización» de la vocación cartujana, un estilo de vida que parece difícil de alcanzar para quien vive fuera del monasterio. «Esto no es una carrera de obstáculos», afirma el prior. «Lo que hacemos aquí parece de libro Guinness, pero no. Esto lo aguanta solo quien tienen vocación…». De hecho, afirma que en Miraflores no hay un prototipo de cartujo ni que quien allí recala es «porque es raro y le gusta aislarse». «Aquí ocurre como en cualquier otra vocación, hay cartujos muy abiertos y otros más taciturnos», subraya, «pero en todos debe existir un equilibrio entre lo afectivo y lo personal». «Es más, quien viene aquí huyendo del mundo, no cuaja», indica.

De hecho, el prior sostiene que un cartujo «lleva a toda la Iglesia en el corazón». «Siempre estoy rezando por la humanidad, por todo el mundo… Cuando conocemos alguna noticia me doy cuenta de que justo en ese momento estaba unido a la humanidad, siempre estamos pidiendo; no puedo no orar por vosotros. Aquí dentro, el sentimiento de Iglesia es total, estamos unidos a toda la humanidad», insiste. Contrariamente a lo que pudiera imaginarse, existe una «gran sintonía» entre los problemas del mundo y las preocupaciones del cartujo y lo que parecen diferencias insalvables se convierten en importantes nexos de unión: «No he conocido a nadie con quien no haya conectado desde mi perspectiva cartujana; sintonizo del miedo con el mundo», comenta. «La Cartuja te da una visión distinta del mundo, con más perspectiva, y te das cuenta de que tiene valores fundamentales; lo malo siempre se ve más, pero lo de ahí fuera tiene posibilidades tremendas. Está a puntito de Dios». Además, asegura que los anhelos e intuiciones del mundo también le ayudan y estimulan, «como a Jesús le sorprendía la fe de la cananea o del centurión romano».

"No he conocido a nadie con quien no haya conectado desde mi perspectiva cartujana; sintonizo del miedo con el mundo"

Con ese mundo y sus preocupaciones la Cartuja también está fuertemente vinculada a través no solo de los cientos de burgaleses que suben hasta allí para rezar e implorar bendiciones, sino también por las obras de caridad que lleva a cabo. El estilo de vida austero de sus moradores hace que los ingresos que reciben de las visitas, de la venta de sus Rosarios y legados les basten y los excedentes puedan dedicarlos a los más pobres. «La Cartuja ha sido siempre muy limosnera y lo sigue siendo». Muchos, de hecho, recuerdan aún la imagen de los frailes repartiendo el caldo de una olla a la puerta de Miraflores mientras decenas de pobres esperaban su mendrugo de pan. Hoy, sin embargo, la caridad se reparte con abundantes donativos a Cáritas, el Seminario, las misiones, e incluso, «por qué no, a oenegés no cristianas», revela el prior.

Pobres con Jesús

El aura de plenitud que parecen irradiar los cartujos, sin embargo, contrasta con los inevitables momentos de dificultad que han de atravesar en su camino vocacional. «Si has venido aquí huyendo del dolor de la vida, tranquilo que aquí lo vas a encontrar. Y, además, entre cuatro paredes, que es una caja de resonancia; multiplicado por diez». Amoldarse a ese estilo de vida solitario y ascético es un camino arduo, donde las crisis –«como las que hay ahí afuera»– son también compañeras de camino o «desfases de amor», como los llama el prior: «Dios siempre te abre más campos, siempre se puede amar más, más puro y más profundo… Dios no prueba, el mismo amor hace madurar a las personas. El amor tiene desfases y Dios quiere atraerte con lazos nuevos, y eso cuesta. Y cuesta de por vida. Pero si vas pobre con Jesús, tienes que vivir la pobreza de Jesús»…

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