Es cierto que el tiempo se detiene en las catedrales. Marginales

Sinodalidad sí, desde la marginalidad.

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Tenemos que proponer un “mientras tanto”
. Las urgentes reformas de la iglesia van a tardar, están tardando, no sólo porque en esencia la institución eclesial sea lenta y muy lenta, sino porque tiene por manía el apego, la dependencia; porque se abraza caprichosamente a su rinconcito conocido, en el que toda la complejidad de la vida puede resolverse con sentencias de catecismo, en el que los curas son el centro de atención, centro del rito, centro de la enseñanza, centro del centro, son el centrísimo, y dirigen su propia adoración. Ese rinconcito amoblado en el que los obispos son apóstoles de la reunión y apologetas de todo lo que no debería pasar y que sigue pasando. En el que una religiosa alegre y bailarina es noticia, a costa de que muchas otras sean pálidas y recias por obediencia y resignación. En el que esos laicos que se hacen con las migajas de la estructura se creen los dueños del edificio y decretan su perspectiva y su complejo como revelación de dios. Ese apego, esa dependencia, ese temor a perder el privilegio, ha hecho que el tiempo se detenga en las catedrales y solo corra entre los marginales, entre los que se arriesgan a decir: “yo no”, los que se sacuden la comodidad – de dogma y de privilegio – para hacer vivible y auténtica una fe que nació también en el margen.

Hace mucho que en esta iglesia católica apostólica y romana sabemos que no vamos a llegar muy lejos de no darnos a la tarea de revisar seriamente esta doctrina que fue fijada en tiempos en los que no existía la electricidad, basada en postulados no cristianos de tiempos en los que no existía el papel. Tampoco si no actualizamos esta liturgia que huele a ceniza y se ve en sepia: de pie, sentados, y con tu espíritu. Eso sin hablar de esos adictos al latín con el que los romanos daban las órdenes de asesinar cristianos en el coliseo. Hoy, a fuerza de sinodalidad, tendríamos que estar revisando la jerarquía, no desde discursos abstractos de circularidad que son un chiste en los palacios arzobispales, sino desde la resistencia a continuar siendo dirigidos por los que siguen encubriendo a quienes abusan de nuestros menores.

Pero no va a pasar. No por ahora. No a nivel institucional. Tras la profunda decepción que supuso el “sueño eclesial” de Querida Amazonía, que más que sueño fue un brusco despertar a esa realidad machista y clericalista que somos, tendríamos que saber ya que estas asambleas y sínodos no van a cumplir su propósito y cuando eso suceda se nos dirá que lo que se logró era el auténtico propósito deseado por dios y guíado por su espíritu, y que lo demás eran delirios de unos cuantos marginales. Por eso es preciso proponer un “mientras tanto” calcado de ese delirio de marginal que el nuevo testamento ha sabido llamar reinado de dios, detonante certero de revoluciones personales y sociales, de gente que decidió no vivir bajo los parámetros doctrinales y morales de la religión oficial, ni bajo los paradigmas productivos y sociales del imperio. La gente rara del dios raro que le dio la razón al marginal crucificado.

Quizá nuestro “mientras tanto” no provea mucha seguridad, pero sí afecto y fraternidad. Y ya nos recordó Goethe que “da más fuerza saberse amado que saberse fuerte”. Quizá no tenga rituales pomposos, pero la comida va a tener sabor a comida y a nadie se le dirá que no le es permitido tener hambre solo porque no ha sabido como saciarla. Quizá no nos aparezcan tan sobrenaturales los relatos de la biblia, pero lo natural en ellos nos inspirará a resistir en un mundo donde lo “natural” es el olvido, el desdén y la distancia entre los distintos. Quizá no ordenemos mujeres, porque no hace falta ordenar a nadie en absoluto, y bien puede mañana presidir el encuentro María, y pasado mañana Juan, que al terminar todos volvemos a casa a ser amados y a sudar la vida para poder entregarla. Quizá no tengamos muchas devociones y advocaciones, ni estén llenos los bolsillos de estampitas, porque las únicas revelaciones privadas van a ser nuestras confesiones compartidas, cuando nos demos ánimo para levantarnos y andar de nuevo, sin protocolos de absolución, recordándonos que dios nos perdona reparándonos, haciéndonos de nuevo capaces de vivir sin la vergüenza de nuestros errores. Quizá en nuestro “mientras tanto” vayamos a misa, participemos de algún encuentro con el obispo, escuchemos con atención a este papa marginal o al que venga, pero siempre con la idea de dejarnos inspirar y tomar atenta nota a lo que definitivamente no puede seguir siendo esta iglesia, que ni dios ni sus pobres merecen tal como está.

Es un “mientras tanto” urgente, porque el motor de la comunidad cristiana no es el tiempo que logren sacar para ponerse de acuerdo, sino el dolor que no pregunta, la angustia que nunca es oportuna, la ambulancia que se abre paso sea cual sea la velocidad de los conductores a su lado. Los marginales tenemos que sabernos guíados por la esperanza pero nuestro ritmo lo marca el grito, la súplica, la desesperación de los pobres y de los enfermos para los que la comunidad es la respuesta. La comunidad, cuando no es “el grupo de las 7” sino cotidianidad de herman@s, es bocado, es abrigo, es sanación y compañía, es perdón y es memoria del amor recibido, es fuerza y protección, incluso de los ataques de esa vieja iglesia adicta a señalar y especialista en decir “te equivocaste” y también “eso no le agrada al Señor”. No podemos saber cuánto dure, o si esta o la siguiente reforma de la iglesia termine pareciéndose al evangelio de Jesús, pero lo que si podemos saber, es que mientras tanto, cada vez que elegimos vivir como marginales, allá en la otra orilla nos encuentra el Señor para abrazarnos y decirnos: “denles ustedes de comer”.

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