¿Por qué sobrevive la Iglesia?

No. No es por el primado de pedro en el sentido de una intacta línea de sucesión apostólica de los Papas, rota quién sabe cuántas veces y manchada de codicia unas cuántas más. No es por la estructura jerárquica, calcada de la estructura de administración territorial del imperio romano, tan actual, tan pertinente. No es por el santoral, los altares a los que han sido elevados tantos hombres y mujeres luego de ser tristemente convertidos en protagonistas de inverosímiles leyendas, o declarados santos para evitar polémicas, o para no perder las multitudes que su devoción convoca. No es por las órdenes y comunidades, esos grupos humanos tan humanos en los que tantas veces se cambia el carisma por la burocracia y los superiores toman su cena en mejores sillas con mejores platos. No es por los documentos oficiales, que intentando ponerse a la altura de los pensadores y filósofos de cada época, cuando no dictar las formas de pensar y filosofar, convirtieron el anuncio de la buena noticia de Jesús, la propuesta revolucionara de Yahveh, el sueño poderoso de la comunidad cristiana, en una enciclopedia de helenismos y latinismos desde la que se supone que se comprenden los misterios pero no se resuelve nada en concreto de la vida. No. No es por sus representantes, ministros, eminencias y excelencias, que injusta pero no irracionalmente han quedado recientemente tan manchados por las atrocidades cometidas por unos cuantos de ellos, seguramente trastornados y sin haber recibido la atención ni la justicia debida.

Tal vez la Iglesia, como institución, como estructura, como organización corporativa debió desaparecer hace mucho tiempo. Es un misterio que no haya sucedido; si hemos tenido épocas oscuras de persecución de quienes no se matriculaban -bautizaban- en sus filas, y no sólo en la inquisición, triste época inútilmente oculta por la ortodoxia, sino anteriormente, en la época de definición de los primeros dogmas, en la época de aclaración de las dudas (Lo que un día era discusión y duda, al día siguiente era herejía y persecución), si hemos tenido históricamente también, una confusa mezcla de pastoral y política en la que evangelizar equivalía a anexar territorios, si hemos estado normalmente atrás de los avances del progreso de la cultura, de la ciencia, del pensamiento, y hasta hace poco, del conocimiento de la misma revelación. Si los creyentes promedio no hacemos sino darle la razón a los ateos con nuestra persecución a las personas que no confiesan nuestros dogmas, que no aceptan nuestros prototipos de vida, de familia, de política, de economía.¿Cómo es posible que hayamos llegado hasta aquí?

Llevo 25 años intencionalmente en la Iglesia, es muy poco comparado con los ya casi 20 siglos del surgimiento de la comunidad cristiana primera. Pero son menos aún con los 13 siglos que se le pueden sumar hasta el éxodo, o unos cuántos más hasta aquellas migraciones en Mesopotamia en las que los especialistas ubican el desplazamiento de las primeras tribus hacia Canaán, pero en todos esos siglos, y especialmente en lo que profetas, evangelistas, apóstoles y discípulos de las primeras generaciones nos dejaron como legado, así como en lo que se puede vislumbrar en la vida de algunos creyentes que pueden ser referentes en lo que logra extraerse de las leyendas a su alrededor, dos factores aparecen que pueden hacernos entender, no sólo por qué sobrevive la Iglesia, sino para qué vale la pena que mantenga su presencia en el mundo: dios es fiel y siempre hay pobres entre nosotros.

Es muy difícil que lleguemos a imaginarnos qué tan en serio se ha tomado dios lo que nos ha propuesto. Parece resultarnos casi imposible reconocer lo importante que es para él llevarnos a una tierra que mana leche y miel, secar todas las lágrimas, curar los dolores, darnos su paz. Es difícil porque no estamos acostumbrados a ver que alguien persiga un mismo propósito por tanto tiempo, y con tantas adversidades, y con tantos y tantos en contra, y menos un propósito que no le beneficia directamente, sino a otros, pero ya sabemos como es dios, pura donación, se da y se da, y lo hace gratis. Nuestra mediocridad, o nuestra incoherencia, o incluso todos los líos de nuestra iglesia juntos nunca le van a convencer de abandonar la promesa hecha a Abraham mirando a las estrellas -¿mirarán nuestros actuales patriarcas las estrellas?- ni dejar de lado el plan trazado a Moisés, con el mar adelante, y las armas de los egipcios detrás, de hacer de ellos un pueblo en el que la esclavitud fuera una palabra desconocida y la injusticia una vieja pesadilla de la que hace tiempo ya que despertaron. No. No va a renunciar dios a su sueño, un reinado en el que mas que rey hay un padre de todos que no deja que los pájaros se alimenten mejor que sus hijos. Suena a fantasía, por supuesto, nos acostumbramos tanto a vernos morir en vida cuando no a matarnos mutuamente, que la paz suena a utopia o amenaza, la bondad a ingenuidad o inconveniente para el progreso, y el amor poco o nada suena a donación, a entrega, a sudor y sangre, a dar la vida. Pero dios insiste en que ese es el camino, la vida de Jesús es el camino, sus pasos, sus elecciones, sus preferencias. Sus ideas no eran ocurrencias, sino que son verdad, son un territorio seguro para construir nuestra propia existencia. Y en la vida de Jesús estuvieron siempre presentes las estrellas de Abraham, el mar abierto de Moisés, la sangre valiente de los profetas, y también el hambre de los pobres y la tristeza de las víctimas. Seguimos aquí porque dios es fiel, porque no renuncia, porque el mundo aún no es todo lo que puede ser para los seres humanos.

Siempre hay pobres entre nosotros. A donde quiera que sea que miremos. Pero no solo pobres de aquellos que vemos como destinatarios de la beneficencia, o como "problema social", fruto de la injusticia, de la desigualdad, de la falta de oportunidades de nuestros pueblos, y de tanta alienaciones ideológicas, sino también pobres de los de la bienaventuranza: los que saben que son pobres -Hermosa traducción de MT 5 de la NBE- No han sido las figuras más emblemáticas las que han sostenido encendido el fuego del espíritu, sino los invisibles que han orado en sus celdas, que han vencido sus temores y egoísmos y han cruzado tierras y aguas para llevar alegría y bendición a extraños, los que han defendido con su vida la posibilidad que deben tener los pobres de la tierra de tener un futuro y decidirlo, inspirados en su vocación misionera y su fidelidad al mensaje social de la Iglesia, digan lo que digan sus superiores. Cristianos felices porque saben que dependen de dios, porque saben que no son más que nadie, que no creen mejor que los demás, sino que aman desde su pobreza, y lo que han recibido gratis lo dan también gratis. Yahveh, el dios fiel, siempre ha sabido suscitar entre sus amigos a esos pobres de corazón que le recuerdan a la institución su propósito, que vuelven a abrir el rollo de Isaías y ponen en el centro una buena nueva que tiene por público a los pobres, a los ciegos, a los marginados, a los oprimidos, y que omite declarar ninguna venganza de parte del cielo. Pobres de corazón que, en últimas, le hacen saber a la Iglesia que sus muchos discursos no pueden apagar el amor, y que todos esos hombres y mujeres que se juegan la vida porque cada pedazo de tierra sea una tierra prometida son los que hacen que esto siga en pie.

En Pentecostés se celebra el nacimiento de la Iglesia, no como acontecimiento cronológico puntual, sabemos que no fue así, sino como testimonio de la acción del espíritu de Jesús en sus amigos. Hace 25 años era difícil encontrarse por doquier a esos pobres, entre otras cosas porque el imaginario sobre lo religioso relegaba a los creyentes a ser afirmadores de verdades y cumplidores de ritos, hoy, entre otras cosas gracias a ese progreso tecnológico del que no debemos rezagarnos, nos es posible saber cada día qué predicó el pobre Francisco en Roma, que lío arma la pobre Caram en sus obras, que luz arroja sobre el rostro de Jesús el pobre Agrelo en su Tanger de inmigrantes, o el pobre García en su Chocó de abandono, y más allá de las palomas que inundan las redes en estos días, si miramos con atención, podemos ver a esos hombres y mujeres que como decía el pobre Cortés: "están de lado de los que dan la vida para que el mundo sea como dios lo pensó". Ojalá seamos también nosotros esos pobres que hacen escandalosamente evidente la fidelidad de un dios que mantiene viva la fraternidad en sus hijos, la comunidad de sus amigos, para construir con nosotros ese sueño al que no va a renunciar, ni siquiera por las tantas imperfecciones de esta Iglesia que aspira dia a dia a representarlo con autenticidad y valentía.
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