Carlos Osoro: el "peregrino" que llega a Madrid

Ya le sucedió en Orense, su primer destino, del que salió llorando y donde aprendió una gran lección: su misión es la de estar al servicio de la Iglesia, de la transmisión del Evangelio, allí donde sea enviado. Si por Osoro fuera, no se hubiera movido de su primer destino en Torrelavega, ni del Seminario de Santander, ni de Orense, ni de Oviedo (aunque fueron años duros, sobre todo al comienzo), y mucho menos de una Valencia que hoy se ha convertido, probablemente, en la segunda diócesis en importancia en nuestro país y un referente para la Iglesia del Mediterráneo. Pero “Por Cristo, con Él y en Él”.
El Madrid que heredará Osoro es una diócesis sumamente compleja, con demasiadas inercias que serán difíciles de cambiar. Y la sombra de Rouco -que no se sabe si regresará a Galicia o conservará su idea de permanecer en un palacete que se construye al pie de la Sierra de Madrid- es, y será, alargada. Pero la nueva etapa en Roma exige que su traslado a España -que ya comenzó en marzo pasado con las elecciones en la CEE- comience por Madrid. Precisamente por Madrid. Y su principal adalid no puede ser otro que un obispo humano, cercano, que trabaja -damos fe de hecho- las veinticuatro horas del día, que quiere ser de todos porque está convencido que en la Iglesia cabemos todos. Un hombre, en pocas palabras, que gasta muchas más suelas que reloj.
La Iglesia que Francisco quiere para nuestro país es una Iglesia de puertas abiertas y diálogo sincero; una Iglesia que no tema ofrecer, sin imponer, el mensaje del Evangelio, pero que también tenga oídos para escuchar, y arrojo para lanzarse al debate público y a la construcción de una sociedad que necesita la voz de Dios, quizá más que nunca; una Iglesia que se manche las manos en el barro y que no se canse de mirar a Jesús, de ver su rostro en la mirada de los más desfavorecidos; una Iglesia que haga propuestas en lugar de anatemas, que ofrezca soluciones en lugar de convertirse en el problema, que hable más de los hombres (porque eso es precisamente lo que significa hablar más de Dios).
Una Iglesia, en definitiva, que mire más hacia el camino de Emaús, que no se canse de seguir en marcha, esperando las sorpresas del Maestro, que nos convierte en peregrinos, en testigos, y no en vagabundos errantes. Para esta tarea, quién mejor que “el peregrino”, como bautizó a Carlos Osoro el propio Francisco. “Por Cristo, con Él y en Él”, es el lema episcopal del nuevo arzobispo de Madrid. Un compromiso firme, atractivo y sumamente convincente. No hay otro camino que Él. Y hacia allá caminamos.